• El sistema de soporte vital está fallando, capitán -fueron las primeras palabras que escuché y por un momento me aterró la idea de pensar que se referían a mi, hasta que una voz detrás de mí dijo:

  • Que lástima que su primer viaje espacial tenga que terminar así, maestro.

  • ¿Mi primer viaje espacial? ¿Pues en dónde es que estoy?
    – No es momento para chistes, maestro Homero. Lo mejor sería que fuéramos todos a las cápsulas de escape. Los motores han explotado y tenemos que evacuar la nave.

  • Muy bien, pero no me ha dicho en dónde estamos, capitán.

  • No es algo apremiante por el momento, pero si es la única forma de hacer que se ponga a salvo se lo diré. La nave se llama Óneira (sueños en griego), es una fragata de exploración científica y teníamos como destino las estrellas Pléyades, pero un mal funcionamiento en los motores hizo que estos explotaran y dejarnos varados a unos 50 años luz de distancia. Así que le sugiero que suba a una cápsula de escape y disfrute de la vista, a esta distancia se pueden ver mejor que desde la tierra. Por cierto, interesante moda la de usted, maestro. Muy de los 2000.

Tras escuchar la explicación del capitán, mis movimientos se hicieron automáticos y mi sentido de autopreservación tomó el control de mi cuerpo. Corrí en la dirección que me señalaba el capitán y, en cuanto estuve a salvo en la cápsula de escape individual, caí en la cuenta que nuevamente había viajado en el tiempo, exactamente unos 934 años en el futuro, según marcaba la fecha en el tablero de mi cápsula.

Un movimiento brusco y, tras una fuerte sacudida, escapaba del peligro que suponían los motores de la nave a punto de explotar. Tras un breve instante, la nave explotó.

Aterrado por el espectáculo que acababa de presenciar, lo que yo quería era estar en mi tiempo, llegar a mi casa y tal vez dormir un rato. Tantas experiencias y emociones en tan poco tiempo es algo agotador para soportar, pero pese a mi cansancio y miedo, la infinita sublimidad del espacio y el poder ver las estrellas, las constelaciones, pero sobre todo las Pléyades tan cerca que casi podía tocarlas tranquilizó mis nervios alterados. Y, sin más opción que esperar a ser rescatado, me dediqué a contemplar el espectáculo tan hermoso que ante mi se desarrollaba.

Poco a poco, el cansancio me venció y, con una última vista a esa maravilla natural, caí rendido en los brazos de Hipnos y fui llevado de la mano de Morfeo a un lugar que es solo mío.

  • Joven, ya llegamos a la terminal. Tiene que bajarse -escuché que me decía a lo lejos la voz de una anciana-.
  • ¿Qué año es?
  • Septiembre 13 de 2012. Ya pasó el policía, pero estaba tan profundamente dormido que tal vez no se dio cuenta.
  • Si, habrá sido eso. Gracias por despertarme, señora. Que tenga buena tarde.

Parece que recorrí la línea de ida y regreso. Supongo que me quedé dormido mientras esperaba que el metro reanudara su marcha. Que chasco: entonces todo lo que vi, todo lo que presencié fue solamente un sueño, un producto de mi subconsciente y los deseos no externados que tengo, diría Freud.

Cabizbajo y apenas pudiendo sostenerme en pie, me acerqué a la puerta y tambaleante me dispuse a salir, cuando un tonto con más prisa que educación casi me tira. Y fue entonces cuando reaccioné.

Saliendo de entrevistar al Dr. Octavio me dirigí al metro y antes de subir al convoy, había chocado con alguien… ¡He chocado conmigo mismo, el que acaba de pasar soy yo!

No podía creerlo. Volteé rápidamente para decirme algo, pero era demasiado tarde. El metro había iniciado su marcha y solo pude ver mi rostro concentrado en la entrevista que recién había hecho sin poner atención a mi alrededor.

Si me he podido ver a mi mismo, entonces eso significa que…

Con manos temblorosas de la emoción, saqué mi iPhone del maletín y revisé las fotografías que había tomado recientemente. Qué grata sorpresa me llevé, cuando vi la foto que tomé del templo Duladeo. No había lugar a dudas, todo sucedió y yo fui su protagonista.

Con una sonrisa en el rostro y el corazón alegre, esperé pacientemente a que llegara el otro convoy, para subirme, transbordar en la estación de Hidalgo y de ahí a General Anaya, donde tomaría el camión que me llevaría a la Universidad Marista a punto de las 18:20 horas y daría mi clase de Seminario de titulación a mis once alumnos de séptimo semestre de la carrera de ciencias de la comunicación.