Ha hecho falta más de dos siglos y cuarto para que nos demos cuenta de que los recursos con los que contamos son limitados, y que la explotación sin límites de los mismos hace inviable nuestro futuro. Por eso el concepto de «sostenibilidad» se ha convertido en el leitmotiv del siglo XXI.

Un concepto que no abarca simplemente el ámbito medioambiental, o de gestión de los recursos naturales – agua, luz, tierra-, sino que ha alcanzado al ámbito económico – forzado por la crisis financiera en la que seguimos inmersos – y al ámbito social. En este último punto, se ha llegado a la conciencia de que no es viable centrarnos en el consumismo desaforado, sino que hay que aprovechar los recursos con los que contamos, en todos los ámbitos. Por exponer algunos ejemplos prácticos, la gente ha vuelto a cocinar y, por ende, a saber aprovechar los alimentos y saber discernir qué tipo de alimentos está incluyendo en su dieta; a coser y poner en marcha sus habilidades creativas para aprovechar la ropa que tiene; a compartir y revender lo que ya no se utiliza para darle nuevos usos…

La industria de la moda, que está siempre a la vanguardia – no en vano su medio es la observación de nuevas tendencias – es un adalid de este nuevo camino para construir futuro. Destacados hombres y mujeres de negocios de esta industria como Miroslava Duma, fundadora de la revista Buro 24/7, han tomado conciencia del hecho de que el sector textil es el segundo más contaminante del planeta y están desarrollando iniciativas creativas para encauzarlo hacia la sostenibilidad.

Por ejemplo, ella misma ha creado un fondo de capital riesgo (Fashion Tech Lab) en el que se ponen en contacto centros de investigación y laboratorios con destacadas firmas de moda para aplicar nuevas tecnologías en la producción de prendas y accesorios de forma ecológica e innovadora. Gracias a la simbiosis de sectores tan aparentemente alejados como la ciencia y la moda se logra, por ejemplo, unir una empresa italiana que recicla piel de naranja con Salvatore Ferragamo para crear fibras textiles similares a la seda y, de esta forma, crear una colección de pañuelos, blusas y vestidos que ya se puso a la venta.

Pero, más allá de buenas intenciones o proyectos futuribles, la sostenibilidad ha llegado también al medio en el que se forman las mentes y conciencias del futuro: la educación. Todo en la sociedad de consumo es susceptible de convertirse en un producto o servicio, pero la educación va mucho más allá, es el alimento que irá forjando las personalidades de quienes heredarán la Tierra en el futuro. La vía principal para definir ciudadanos comprometidos, con capacidad crítica, flexibilidad e inteligencia para adaptarse a los cambios, apreciar y cuidar el patrimonio que tenemos. Es esencial inculcar el respeto, el autoconocimiento y amor propio, la resiliencia o la empatía que llevarán desde la infancia hacia una adolescencia y edad adulta más equilibrada.

Y, por encima de todo, se trata de no generar expectativas consumistas – poseer más que nadie y los mejor productos – que llevaría, según indicó Albert Einstein en su libro, The world as I see it, a una ética del cerdo y, por ende, a una vida vacía. Los índices de aislamiento, depresión de niños y adolescentes en el mundo occidental son un signo claro de que el hecho de tenerlo todo a mano no conlleva a un mayor índice de felicidad. Sólo en valores como el esfuerzo, el trabajo duro, el agradecimiento, el autoconocimiento y el respeto por uno mismo y por los demás puede llevarse a cabo una vida plena. Estar implicados en nuestro entorno, no sólo natural, sino social, nos lleva a ser más humanos, a entender nuestras propias dudas, a construir una convivencia más sólida.

Visionarios creativos como el arquitecto Norman Foster hablan de construir casas en la luna, pero muchos ciudadanos terrícolas seguimos pensando que no podríamos aspirar a un lugar mejor para vivir. Para ello, debemos practicar esta conciencia sostenible en nuestros actos diarios, porque como dijo en su día el gran filósofo y padre de la moderna medicina Hipócrates: «Ni la sociedad, ni el hombre, ni ninguna otra cosa deben sobrepasar para ser buenos los límites establecidos por la naturaleza». Se acabó el fast food, el bling- bling y la fast fashion. Vamos a moderar la velocidad para cuidar y construir nuestro futuro.