El sonido de las aspas cortaba nuestra conversación. Por fin venía por nosotros el último transporte para llevarnos a la cima de ese casi inexplorado tepuy conocido como Ptari.

La emoción se notaba en nuestros rostros tratando de ver por dónde aparecería el vehículo mientras recordábamos todas las horas de viaje que nos había tomado llegar hasta ahí en carro y en avión. Por fin un destello metálico se acercaba y aquel hermoso sonido se hacía cada vez más fuerte. Polvo y algunas hojas eran removidos por el viento que provocaba el helicóptero lo cual nos obligaba a proteger un poco nuestros ojos.

El equipaje ya estaba colocado sobre una malla que fue enganchada en la parte inferior de la máquina y sin mucha demora despegaron y los vimos alejarse hacia el tepuy que estaba finalmente despejado.

Se hicieron varios viajes para llevarnos a la cima. Cuando llegó mi turno y me abroché el cinturón tuve la misma sensación cuando viajaba con mi papá al Roraima, Kukenan, Chimantá, Auyantepuy y a otros Tepuyes venezolanos, esperando descubrir nuevas especies para la ciencia y dejar un registro de todas ellas para poder hacer planes para su protección.

En este viaje papá estaba a mi lado de nuevo, la única diferencia eran sus 78 años y mi madurez para poder comprender lo importantes y complicadas que son estas expediciones.

Despegamos luego de que el sonido de las aspas aumentara su intensidad y disfruté mucho ver cómo se hacía cada vez más pequeño el campamento base y cómo esta imponente montaña de cima plana se acercaba cada vez más.

Mientras nos aproximábamos yo no podía dejar de ver por la ventanilla aquella sabana y aquellos bosques que se hacían cada vez más densos hasta que se cortaban con la pared vertical del tepuy.

La vegetación en la pared era escasa y muy diferente a la del bosque que estaba en la base; estaba compuesta en su mayoría por especies de bromelias y eso nos daba un indicio de que ya podíamos empezar a ver el endemismo que caracteriza a estos tepuyes.

Avanzábamos hacia la superficie plana de la montaña y en un instante las corrientes de aire que ascendían por las paredes provocaron una pequeña turbulencia justo al empezar a volar sobre el tepuy.

Fue en ese momento, en el que apareció la cima del tepuy bajo nuestros pies, en el que todo cambió: Es cierto, ya estamos aquí.

Porque en las expediciones siempre puede cambiar algo o aparecer algún improvisto que hace que suspendan los viajes; es un temor que te persigue desde que empiezas a hacer tus maletas pero por suerte esta vez no fue así y esa textura rugosa, húmeda y oscura de las rocas que componen el tope de los tepuyes me hizo recordar la sensación de viajar con mi familia a estos lugares.

Toda mi infancia estuvo llena de viajes a los tepuyes, a la selva y a lugares poco comunes para niños como mi hermano y yo. En esas expediciones siempre nos acompañaron grandes científicos, botánicos, entomólogos, herpetólogos y diferentes especialistas que trataban de responder a la lluvia de preguntas que les hacíamos. Siempre que aparecía alguna planta o animal que capturaba nuestra atención llamábamos a los especialistas para preguntarles: «¿qué es?, ¿qué hace?, ¿cómo se llama?» Y así nos íbamos aprendiendo el nombre científico, el comportamiento y algunas características de muchas de las especies que vivían en estos lugares tan extraños.

Esta expedición no era diferente. Viajábamos con un grupo de botánicos y especialistas en plantas carnívoras para ver cuáles eran las especies que poblaban el Ptari.

Todos esos recuerdos hicieron que el tiempo pasara muy rápido y sin estar preparada un amigo, que considero un hermano, gran fotógrafo y que ha acompañado a mi papá en decenas de expediciones llamado Javier Mesa, le hacía señas al helicóptero para aterrizar.

El agua que se acumulaba en las depresiones que habían en la superficie se movían en ondas producidas por los fuertes vientos de la máquina. Abrieron la puerta y entró el estruendoso sonido de las aspas junto con el viento y unas ganas enormes de salir a explorar. Me bajé agachando la cabeza y atenta de la dirección hacia la que me tenía que mover y antes de llegar al lugar donde estaba la malla con los equipos ya el helicóptero estaba despegando para volver quizás en algunos días, si el clima lo permitía.

El destello metálico ya se perdía entre las nubes y con él se fue todo el ruido. Ya no se oía nada. Todo estaba en completo silencio, sólo el viento que cruzaba el tepuy y las voces de algunos de nuestros compañeros se escuchaban en este lugar de apariencia peculiar.

El frío se hacía más intenso cuando pasaba una nube rápidamente y tapaba el sol por algunos segundos. El cielo azul nos dejaba claro que debíamos protegernos de la fuerte radiación.

Ya yo quería ir a los bosques de arbustos que se veían alrededor de este espacio rocoso y sin vegetación en el que estábamos, pero primero debíamos armar el campamento. Para ello debíamos seleccionar el área adecuada, que no se inundara de noche, libre de vegetación y con rocas para fijar la carpa ya que podía ser arrastrada fácilmente por el fuerte viento. Por suerte logramos armar nuestra carpa bastante rápido y me fui con la cámara a ver qué encontraba en los alrededores de este campamento base en la cumbre.

No tardé mucho en ver algunos invertebrados y plantas características de esta área. Cada quien tomó su camino y empezamos a explorar hasta que alguien nos llamó para ver una rana que habían encontrado y empezaron a tomarle fotografías.

Seguimos caminando por la cima sin temor a perdernos ya que era bastante pequeño (dos kilómetros de largo aproximadamente).

Luego de un rato nos reunimos de nuevo para comer algo y el grupo empezó a compartir lo que habían observado, los tipos de Heliamphora (que son las plantas carnívoras tipo jarra, que explico en otro artículo sobre el endemismo de los tepuyes) el color que tenían, la forma de las cucharas de néctar que usan para atraer insectos y los nombres de varias de las especies que habían visto.

Luego de comer, algunos queríamos llegar al borde del tepuy para poder observar las plantas que se encuentran en las paredes que son diferentes a las de la cima, así que empezamos a caminar junto a mi papá (Charles Brewer-Carías) deteniéndonos para observar alguna planta extraña para tomarle fotografías.

Unos pocos metros antes del borde encontré unos arbustos de Bonnetia y bajo ellos unas bromelias con una flor morada que reconocía: la Utricularia, una planta carnívora con otra técnica diferente para alimentarse y grabé unos videos para explicarlo.

Terminé de salir de los arbustos y me encontré con Antonio Hitcher, gran conocedor de la biodiversidad de los Tepuyes, excelente fotógrafo y buen amigo. Empezamos a caminar entonces por primera vez hacia el extremo sur del tepuy.

Un borde que inspiraba miedo pero que en ese extremo no terminaba en el vacío, como en el resto de la montaña, más bien terminaba en unos escalones separados repletos de plantas y más allá de ellos se observaba a lo lejos la selva de abajo. La altura vertical del tepuy son 500 metros sobre esa selva y 2400 msnm.

En esos escalones separados de la cumbre del tepuy habían muchas Heliamphoras extrañas que captaron nuestra atención y que probablemente sean especies nuevas, pero no teníamos el equipo necesario para poder descender hasta ese lugar.

Me devolví para encontrarme con papá y justo cuando hicimos contacto visual volteamos para ver cómo una nube densa empezaba a desaparecer poco a poco el tepuy y apuramos el paso hacia el campamento para no quedarnos atrapados, ya que cuando llega la niebla y la visibilidad es nula no debes moverte para evitar caer por alguna grieta o precipicio, como lamentablemente le ha ocurrido a otras personas en el pasado.

Caminando con el paso apurado pasé sobre un lugar donde observé que se movía el piso de plantas sobre el que estábamos mientras papá caminaba delante de mí.

-Esto debe ser hondo- pensé. Y seguidamente me hundí hasta la rodilla, empapando mis botas por dentro, mis pantalones y las únicas medias que había empacado ya que para montar el equipaje en el helicóptero este debía pesar menos de 10 kg y tuve que reducirlo al máximo.

Logré rescatar mi bota, sacarle el agua oscura y pantanosa para caminar sin ella y con frío hacia el campamento mientras mi media mojada sonaba en cada paso.

Por suerte llegamos al campamento antes que la nube borrara todo el paisaje dejando algunos pocos metros de visibilidad y nos recibieron con una taza de chocolate caliente que me tomé mientras intentaba secar mis cosas, soportando el frío del viento cargado de gotitas de agua heladas.

Poco tiempo después se despejó de nuevo el cielo azul e intentamos ir hacia un lugar que otros compañeros habían visto para poder hacer unas fotografías pero a mitad de camino llegó otra nube que empezó a borrar todo e hizo que nos devolviéramos porque ya era tarde.

Durante la cena hablamos sobre lo que habíamos visto en el día, pero estábamos a la intemperie, con una temperatura de 10 grados Celsius pero sin contar el fuerte viento y la lluvia que nos tenía a todos temblando. Me fui a la carpa para dormir, me cambié y me arropé; pero logré escuchar a Javier Mesa y a Antonio Hitcher que querían ir a ver ranas, así que salí rápidamente, me coloqué un impermeable, mis medias y mis botas que aún estaban mojadas.

Me acerqué con mi pijama de pingüinos y empezamos a caminar en la oscuridad, guiados por el sonido de las ranas que era como un tenedor golpeando una taza. Logramos ver varias ranas y sus renacuajos pero empezó a llover y me di cuenta que estaba completamente desorientada, en total oscuridad, con frío y sin las voces de nuestros compañeros o las carpas que usualmente nos indicaban dónde se encontraba el campamento.

Me desorienté tanto porque estaba distraída (tremendo error) y porque que la linterna iluminaba apenas pocos metros a nuestro alrededor. Por suerte para mí, Antonio estaba ubicado y lo seguí hasta el grupo de carpas, pero las gotas de la nube que estaba pasando eran iluminadas por mi linterna y no podía ver nada. Menos mal que había dejado mi botella de agua afuera de la carpa porque solo así pude reconocer cuál era la mía, así que entré con cuidado de no mojar todo y me acosté con ansias de que llegara un nuevo día para explorar.