Luego de llegar en helicóptero a la cima del Churi Tepuy , una de las tantas que tiene el macizo de Chimantá en Venezuela, estábamos listos para descender hacia la entrada de la Cueva Charles Brewer en un rapel de 80 metros.

Vi hacia abajo luego de colocarme el arnés y pude ver a lo lejos las grandes rocas que hace mucho tiempo se habían desprendido de la cima del tepuy, dejando al descubierto la entrada de esta enorme cueva.

Descendía a una velocidad constante y poco a poco me fui acercando a la entrada de la cueva. Contemplaba el paisaje mientras bajaba en dirección a unos pequeños puntos que se movían (mi papá y los demás) que tomaban fotos a mi cara de asombro.

Toqué una piedra y bajé empujándome de ella poco a poco. Mi papá me recibió, me retiró el arnés y pude ver que a algunos metros de distancia había una boca enorme con paredes y un techo imposible que se extendía para proteger la entrada.

Más allá de la entrada no habían plantas. La roca, con algunos líquenes, tenía apariencia seca y vieja. Podías percibir que era enorme, que te atraía hacia ella.

No lo podía creer, ya estaba ahí... frente a la entrada de la cueva por primera vez.

Moverse en ese lugar era bastante difícil ya que, en esta zona fuera de la cueva, las rocas estaban cubiertas por diferentes plantas que no te dejaban ver el camino ni dónde pisar con seguridad y escondían los huecos por los cuales podías caer algunos metros quedando atrapado.

Estas rocas eran bastante grandes, la mayoría del tamaño de un carro pequeño así que las distancias entre ellas eran considerables.

Aún faltaban personas y equipo por bajar por la cuerda de descenso así que decidí explorar la zona justo frente a la entrada de la cueva, a la que he esperado entrar con tantas ansias desde que se descubrió. Pero debía tener paciencia y esperar a los demás.

Teníamos que tener cuidado cerca de la cuerda de descenso porque desde arriba a veces caían pedazos de barro o plantas que podían lastimarnos.

Una vez que todo el equipo estuvo con nosotros, empezamos a bajar hacia la entrada y llegamos a unas rocas que llamaríamos el Campamento.

El camino era peligroso y yo bajé un poco retrasada con respecto a ellos ya que estaba distraída con algunas aves e insectos que pude ver en esa zona.

Ninguna de las rocas estaba en posición recta, tenía que caminar con manos y pies para apoyarme en varios sitios ya que sin las manos podía caer en una de esas grandes grietas que estaban entre roca y roca. Tiré una piedra por una de ellas para ver que tan lejos estaba el fondo... pero la piedra no dejaba de sonar a lo lejos en la oscuridad.

El polvo que había sobre las rocas reducía mi fricción y mi pie quedó atascado en una pequeña grieta mientras me seguía deslizando por las piedras inclinadas. Logré detenerme usando casi toda mi fuerza y pude liberarme antes de seguir hacia la próxima roca donde me detuve y quedé un poco pensativa. Me di cuenta que es muy fácil lastimarse en este lugar.

En este punto todavía podíamos ver sin las linternas pero estábamos bajo una enorme saliente de roca que nos cubría de la lluvia. Armamos el campamento colocando nuestros sacos de dormir sobre el suelo y luego de organizar el área de la cocina ya estábamos listos para salir a explorar.

Hay un río principal que guía el recorrido de la cueva y ese mismo desaparecía algunos metros debajo del lugar del campamento base. Lo podíamos oír entre las grietas pero aún no lo podíamos ver, así que empezamos a caminar hacia él con cuidado por los planos inclinados de las grandes rocas que estaban por todos lados.

Luego de caminar con tres puntos de apoyo (usando las manos) vimos el río. Empecé a seguirlo en contra de la corriente con mi vista pero éste se perdió en una sombra: la cueva. Lo que para mí separaba estar dentro o fuera de ella, la luz de la oscuridad, sabía que a partir de ahí era una noche eterna, sin ningún tipo de luz exterior y sin final conocido.

Ayudé a los fotógrafos a bajar sus equipos y al pasar el límite de luz. Encendimos nuestras linternas. Todo el paisaje era extraño, solitario, ya no habían líquenes ni pequeñas plantas que cubrieran las rocas. El río era color té oscuro, la arena era rosada pálida con manchas de barro negro y en ella se veían las huellas onduladas que había dejado el agua en alguna de sus peligrosas crecidas repentinas.

A los lados, donde deberían estar las paredes, no se veía nada, todo era negro no sabía que tan lejos estaban así que me acerqué a ellas, deberían estar ahí mismo, las había visto antes de entrar, seguí caminando y no me di cuenta de que ya estaba cerca de la pared hasta que la luz de mi linterna se fue haciendo cada vez mas intensa. Era un barro oscuro que cubría las paredes y el piso cercano a ellas, empecé a recorrer las paredes en busca de alguna señal de vida, pero no había nada.

Bajé la mirada hacia el piso para revisar entre las pequeñas protuberancias de barro si encontraba algo que me hiciera saber que no estábamos solos y un pequeño brillo captó mi atención, me acerqué pero me hundía en este barro negro mientras el pequeño brillo huía de mí, pero lo logré fotografiar. Era un pequeño escarabajo, de color marrón chocolate muy brillante y pequeño como un arroz, estaba muy emocionada así que seguí buscando, cerca de las paredes, en el piso y en el río que se ramificaba y formaba pequeños riachuelos.

Los charcos que se formaban en esta zona adquirían un color rojizo debido a las capas que estaban bajo el oscuro barro. Me acerqué a uno de estos para ver que encontraba. Estaba observando lo turbio del agua cuando vi una sombra que se movía por debajo de la superficie. No entendía que forma tenía pero sabía que estaba vivo y era bastante grande en comparación al resto de los animales que había visto. Me acerqué un poco para detallarlo mejor. Tenía la forma de un grillo, tan largo y grueso como el dedo gordo de mi mano, de color marrón.

Ya he agarrado varios grillos antes y sé que si agarras las patas traseras a la altura de las «rodillas» lo tendré bajo control, así que apliqué la teoría, acerqué mis dedos al agua, calculé el tamaño (no lo veía bien por lo turbio del agua), y sin pensarlo demasiado sumergí los dedos en el agua y agarré las patas de atrás.. ¡listo!

Fue fácil –pensé- estaba feliz con mi captura cuando todo se convirtió en terror ya que éste giró sobre sus patas para morderme.

Se me había olvidado un pequeño detalle: los grillos que he agarrado antes tienen alas que quedan atrapadas junto con las patas, inmovilizando al insecto... Estos grillos no tienen alas…

Eso no lo tenía planeado así que rápidamente lo metí dentro de la bolsita plástica que ya había preparado para poder observar animales, tomar fotos y anotaciones. Estaba furioso y podía ver como sus mandíbulas se movían buscando algo para morder.

Era bastante extraño, tenía un par de antenas con sensores que se movían frente a su cabeza. Su cuerpo, parecido al de un camarón, era de color marrón, como el que tiene el caramelo cuando lo estas cocinando y se quema, era un marrón vidrioso. Era algo increíble, un grillo que se mueve bajo el agua.

Pude observar que tenía unas vellosidades a lo largo del cuerpo y cuando se sumergía, estas vellosidades capturaban el aire, formando una burbuja a su alrededor que le permitía respirar bajo el agua.

Llamé a papá para que me explicara un poco más sobre ellos y se llaman Hydrolutos breweri, en honor a mi papá que lideraba la expedición en la que fueron descubiertos. Son una especie de grillos muy interesantes que viven en estas cuevas y no sólo tienen comportamientos subacuáticos, sino que, como no pueden comer plantas (porque no hay luz que les permita crecer) son carnívoros.

Esta historia la discutíamos mientras seguíamos nuestro camino hacia el interior de la cueva. Ahora empezaban de nuevo las rocas grandes y peligrosas, pero había una dificultad mayor: Solo podías ver un pequeño círculo que era hasta donde llegaba la luz de la linterna.

Avanzamos un poco mas por la emoción de seguir descubriendo este mundo solitario y oscuro que parecía un sueño. Sólo tenías un pequeño rango de visión, no podías ver completamente el salón donde estabas sino por partes ya que la linterna no podía iluminarlo todo a la misma vez.

Frente a la luz se condensaba mi respiración y podías ver así las partículas de polvo que flotaban en el aire. Aunque todo parecía seco, las rocas estaban húmedas y hacía un poco de frío. Especialmente el agua era fría, pero el sabor era algo inconfundible, llena de minerales.

Aunque sabías que estabas dentro de una cueva casi inexplorada, con derrumbes en su interior, sin final conocido, laberintos de recámaras en los que podías fácilmente perderte y que estábamos solos, había una tranquilidad inigualable. Los sentidos se agudizaban, podías sentir que la piedra estaba formada de arena comprimida y cuando la tocabas para agarrarte te daba la seguridad de que no te ibas a resbalar. Sentías como cada exhalación calentaba un poco el rostro pero luego éste era alcanzado por una suave brisa fría, podías sentir la humedad del ambiente. Estaba tan inmersa percibiendo todo a mi alrededor que pasó el tiempo muy rápido mientras seguíamos nuestro recorrido por aquel laberinto de rocas enormes y galerías tan grandes que no se veían sus límites.

Mi meditación sólo se vio interrumpida por unas figuras de las que había oído mucho hablar: los bioespeleotemas. Esas masas blancas que emergían de algunas rocas y paredes. Con formas extrañas y con una historia muy interesante que les contaré en un próximo artículo.