El niño aceptó a regañadientes su nuevo destino escolar. Se trataba de una nueva escuela técnica de manualidades, en donde se mezclaba la enseñanza tradicional con el aprendizaje de la carpintería, la ebanistería, la mecánica, la pintura de metales y algunas otras características de trabajo artesanal . Se podría considerar como una institución antecesora de los actuales colegios tecnológicos. Su padre lo envió allí para enderezar su carácter. Era un hombre muy conservador, de profesión médico, como lo había sido su antepasado directo, lo mismo que su abuelo. Provenían de una familia de Nueva Inglaterra. De tal manera, ese niño, que debía estar cursando estudios en un colegio de abolengo, que tenía tres generaciones de médicos en su historia personal, los cuales habían ejercido su profesión en Cleveland, Ohio, tenía que batallar con la enseñanza de las matemáticas, el inglés, la historia y la geografía, entre otras materias más, con el rudo trabajo con la madera, los motores, la herrería y demás técnicas de trabajo manual.

Pero se trataba de un niño con mucho carácter y no se quejó. Más bien, pareció entenderse a las maravillas con las labores que requerían el uso de sus dos manos. Descubrió además, que poseía habilidad con ellas, algo que le sería de muchísima utilidad en su futuro. Había nacido el 8 de abril de 1869, siendo el décimo y último hijo del mencionado Dr. Cushing. Una vez finalizados sus estudios de primaria y secundaria, entró a la Universidad de Yale, en donde se distinguió en las tareas académicas y notablemente en los círculos sociales y deportivos. Entre estos últimos sobresalió en el béisbol y especialmente en el tenis. Como era de esperar, a su padre no le hizo ninguna gracia conocer los gustos de su hijo en este tipo de actividades, pero como los estudios marchaban bien, no insistió demasiado. Su espíritu puritano le hacía ver que dedicar tiempo a esas excentricidades eran obra del demonio, que hacían desviar una recta conducta (S. Kutz, P. O´Leary). Por la distancia, esas desavenencias entre padre e hijo tomaban únicamente carácter epistolar y no pasaron a más. En Yale, permaneció entre 1887 y 1891 terminando sus estudios con mucho éxito.

Acto seguido, pasó a la escuela de medicina de la famosa Universidad de Harvard, en donde anteriormente se había graduado uno de sus hermanos. Cursó los tres años regulares y luego otro de residente en el Hospital General de Massachusetts (HGM) y el Hospital de niños de Boston. En 1895 se graduó cum laude de médico. Se afirma que no pudo asistir a la ceremonia de graduación por preferir estar en el hospital atendiendo pacientes. No sería ésta la primera vez que sacrificaría asuntos personales importantes, por estar cumpliendo con sus obligaciones como galeno. Fue en esa época, cuando ese joven de nombre Harvey William Cushing, comenzó a tejer su nombre en la historia de la medicina.

Sus comienzos como médico

Como era costumbre en ese tiempo, los residentes eran los que proporcionaban la anestesia a los pacientes operados. Cushing era uno de ellos y en cierta ocasión se le murió uno que estuvo bajo cuido. Tanto él como su compañero Amory Codman habían hecho críticas certeras de las condiciones inefectivas con que se daba la anestesia, especialmente por la falta de monitoreo y control de los signos vitales. Por tal razón, ambos diseñaron un registro continúo del pulso y de la respiración, las únicas variables que se registraban en esa época. Años después el mismo Cushing traería de Italia el aparato que podía registrar fácilmente la presión arterial para agregarla a ese registro continuo. Esta innovación, sencilla en apariencia, traería aparejadas grandes ventajas para la seguridad de los pacientes y el mejor control por parte de los anestesiólogos.

Igualmente, mientras estaba de residente en el HGM, le llegó la noticia del descubrimiento en Alemania de los rayos X por Roentgen en 1895 y su aplicación a la medicina. De inmediato mostró gran entusiasmo por ese nuevo instrumental diagnóstico y fue de los primeros en aplicarlo en su hospital. En 1896 se le invitó a formar parte del equipo quirúrgico del eminente cirujano William Stewart Halstead (llamado el «padre de la mastectomía»), quién era uno de «los cuatro grandes del Hospital Johns Hopkins» (los otros tres eran el reputado internista William Osler, el patólogo William Henry Welch y el ginecólogo William Kelly). Cushing trajo consigo la técnica de rayos X, que llamó poderosamente la atención de Halstead. La cercanía con este gran cirujano le trajo muchos beneficios a Cushing, ya que era sumamente meticuloso en sus técnicas quirúrgicas, así como en el control del sangrado. Había sido capaz de integrar armoniosamente la patología quirúrgica con la fisiología, sentando las bases de la cirugía científica en los Estados Unidos ((Rolando del Maestro). Mostró interés por la cirugía del cerebro, que era prácticamente un campo virgen (terra incognita para los cirujanos antes de Cushing, así la llaman F.R.Moulton y J.J. Shiffers) y deseaba su independencia de la cirugía general, pero Halstead se oponía aduciendo que no había un número de pacientes suficientes para abrir un nuevo servicio. Además le previno que no iba a tener futuro en tan nueva y poco prometedora carrera. Había que esperar el paso del tiempo para que se diera la ocasión de tener bajo su dirección un servicio de neurocirugía y se convirtiera en el maestro indiscutido de ese nuevo campo de la medicina.

Otra de las grandes influencias que tuvo durante su paso por el hospital Johns Hopkins, fue haber conocido y tratado de cerca al gran patriarca de la medicina interna de Norteamérica, William Osler. Este no fue solamente un excelente clínico que contribuyó notablemente a la enseñanza de la medicina, sino que fue un humanista brillante, amante de la historia de la medicina y de la cultura en general. Era un bibliófilo consumado, que adoraba coleccionar libros antiguos. Cushing adoptó estos gustos, tanto que después de haber conocido la inmensa donación de libros que hizo Osler a la Universidad de Mc Master, él hizo lo mismo con los suyos a su alma mater, la Universidad de Yale. Entre muchas joyas preciosas de esa colección de libros figuraba el repertorio más completo de obras de Vesalio. Años después de la muerte de Osler, Cushing hizo su biografía, lo cual ratificó la excelencia de su capacidad como escritor, tanto que la publicación obtuvo el premio Pulitzer como el mejor libro del año (1925). Esta distinción literaria goza de un muy elevado prestigio en los Estados Unidos.

Un hecho quizás poco conocido es que en noviembre de 1896 Cushing fue el primero en registrar la primera aplicación neurológica de los rayos X, cuando le tomó una placa a una mujer que había desarrollado un cuadro de síndrome de Brown Sequard, como consecuencia de un disparo que había recibido de su marido. El recuento de ese hecho se tradujo en el primer trabajo publicado por Cushing (R.B. Gunderman, Z.A. Seymour).

Los años de gloria

Después de cuatro años en Hopkins, el mismo Osler le aconsejó que pasara una temporada en Europa visitando centros de investigación importantes y conociera a personalidades de la medicina. Por catorce meses estuvo en Inglaterra, Suiza, Francia, Alemania e Italia. Particularmente útil fue su visita a Kocher y Kronecker en Berna.

Igualmente lo fue su pasantía con Charles Scott Sherrington, ayudándole en sus estudios de presión intracerebral y en la localización de centros en el cerebro de primates. En Pavía se detuvo para conocer a Riva-Rocci, que había inventado el primer esfigmomanómetro, reconociendo de inmediato su utilidad, llevándolo a su regreso a los Estados Unidos, para utilizarlo en su sala de operaciones (S.Kutz, y P. O´Leary).

De nuevo en Johns Hopkins, en 1901, reinició sus actividades neuroquirúrgicas. Particularmente célebres, fueron sus operaciones sobre la glándula pituitaria. En 1912 publicó su clásico La glándula pituitaria y sus enfermedades, que además ha sido considerado uno de los más importantes trabajos pioneros en el campo de la endocrinología. En esa monografía acuño los términos «hiperpitituarismo» e «hipopitituarismo». En ese mismo año, entre varias ofertas que recibió, decidió aceptar la de la Universidad de Harvard, nombrándosele profesor Moseley de cirugía en el hospital Peter Bent Brigham. Allí se dedicó enteramente a la neurocirugía y a la formación de residentes en esa especialidad. Fue célebre su reputación como un dedicado y cuidadoso cirujano, atento a la hemostasis, así como muy riguroso en la atención pre y post operatoria de los pacientes, a quienes atendía con compasión, respeto y solicitud, tal como solía hacerlo Osler. Prontamente su destreza obtuvo resultados notables ya que logró bajar la mortalidad operatoria sensiblemente.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, encabezó un regimiento médico de Harvard que pronto estuvo en el frente de batalla. Se asegura que hubo jornadas en que realizó ocho craneotomías por día. Ostentó el grado de coronel y la historia nos dice que por una opinión contraria a uno de sus superiores estuvo a punto de que se le abriera una corte marcial. El incidente se resolvió favorablemente. Otro acontecimiento destacable que le ocurrió fue el haber presenciado en la sala de operaciones del frente de batalla la muerte del hijo único de su gran amigo William Osler, quien luchaba con el ejército británico.

Luego de finalizada la guerra volvió a Harvard, siendo ratificado como jefe de cirugía. Se retiró en el año 1932, aceptando la invitación que le hizo su alma mater, la Universidad de Yale, de ser profesor de neurología. Allí organizó un registro de tumores, donando los especímenes de los 2000 que había operado, así como su biblioteca personal.

Su obra médica y literaria

No alcanza la extensión de este artículo reseñar la inmensa cantidad de aportes que Cushing hizo a la medicina. Basta citar que solamente en el plazo de diez años, entre 1919 y 1928, publicó 6 libros y poco más de 100 artículos. Se ha calculado que para cumplir esa meta, tuvo que haber escrito unas 10.000 palabras por día (S.Kutz y P. O´Leary). En total a lo largo de su vida escribió más de 300 artículos y 13 libros. Varias entidades patológicas llevan su nombre, como la enfermedad de Cushing, el síndrome de Cushing, las úlceras de Cushing, entre otras. Se deben a él las pinzas de plata para contener hemorragias y contribuyó al desarrollo de la electrocirugía. Pero lo más destacado de su labor médica fue, como dijo Osler, «haber abierto el libro de la cirugía del sistema nervioso central y colocarlo en un sitial aparte». En ese sentido, descubrió métodos y técnicas para llevar a cabo operaciones inéditas en el cerebro. También se debe destacar su labor como maestro ya que fue el formador de varias cohortes de neurocirujanos en Norteamérica.

Le gustaba retar a sus estudiantes, instándolos a ser líderes en su campo. Les recordaba lo dicho por Leonardo Da Vinci: «es un discípulo mediocre quien no supera al maestro». En el campo literario, fue también un excelente escritor, como lo atestigua la biografía de Osler. En su retiro en Yale, igualmente escribió El diario de un cirujano. Por esta época crepuscular, en colaboración con Louise Eisenhardt, una reputada neuropatóloga, escribió una monumental monografía sobre «meningiomas».

Viñetas personales

Se le describe como un hombre bien parecido, alto, delgado, de voz penetrante, poseedor de una personalidad atractiva aunque autoritaria. Era adorado por sus pacientes, porque los escuchaba con atención y simpatía. No sucedía lo mismo con sus ayudantes en la sala de operaciones y en la revista de hospital, ya que era duro, intransigente con los errores e incansable. Se mostraba inflexible y poco reacio a cambiar de opinión. Así, tuvo varios desencuentros con varios de los que fueron sus colaboradores, como lo sucedido con Walter Dandy, Percival Bailey y Frederic Bremer. Tuvo que transcurrir mucho tiempo para reconocer que el equivocado en las polémicas surgidas con estos médicos, era precisamente él.

Estaba dedicado por completo con su trabajo. Existe la anécdota que dice que estando en sus labores quirúrgicas hospitalarias, cuando recibió una llamada telefónica en que le avisaban que su hijo mayor de 22 años acababa de fallecer en un accidente de tránsito. De inmediato llamó a su esposa para darle tan infausta noticia y continuó la operación hasta terminarla (Rolando del Maestro). Había contraído matrimonio con Katharine S. Crowell en 1902 y procrearon 3 hijas y dos varones. Es más que evidente, que la crianza de estos hijos estuvo a cargo de la madre. Harvey Cushing rodeado por familiares y cubierto de laureles y premios de todas partes del mundo por sus sobresalientes logros alcanzados en el campo de la medicina, falleció en 1939, a consecuencia de un infarto al miocardio. Se hallaba terminando una biografía que estaba escribiendo sobre Vesalio, el padre de la anatomía moderna. Al tratar de levantar un voluminoso y pesado libro sobre el célebre anatomista, le sobrevino el fulminante ataque. (K.B. Bhattacharyya).