El ejercicio no es un fin en sí mismo, es un medio para conseguir vivir mejor. También para los pacientes que padecen trastornos alimentarios. «Cuando empecé a coordinar el programa de hospitalización de pacientes que sufren trastornos alimentarios me di cuenta de un déficit importante en el abordaje físico de los mismos. Después de tres meses de ingreso, y realizar el protocolo de recuperación médico-nutricional, me di cuenta al salir de la unidad que los pacientes se cansaban tan solo con subir unas escaleras», reconoce Josep Pou Castillo, psiquiatra de adultos e infantojuvenil de la Unidad Hospitalización de Agudos de Hospital Santa Catarina (Girona).

En este sentido, y según diversos estudios, hasta el 85% de las personas con trastornos alimentarios a menudo experimentan comportamientos de ejercicio desadaptativos. Además, para Sara Tabares, especialista en el tema, «existen diferentes rasgos que identifican la relación con el ejercicio problemático que pueden establecer este tipo de personas: compensatorio (quemar calorías tras una gesta alimenticia); compulsivo (adictivo); rígido (debe realizarse en unos horarios concretos siempre) y usado como herramienta para un cambio físico».

Los médicos comúnmente han prescrito la abstinencia de ejercicio durante el tratamiento de estos pacientes para evitar que sirva como un obstáculo a la hora de recuperar el peso. «Pero esta última investigación reconoce que dejar de hacer ejercicio o algún tipo de actividad física por completo durante el tratamiento es poco realista y potencialmente perjudicial para los resultados de salud a largo plazo», añade Tabares.

A este respecto, Pou asegura que «la gran mayoría de profesionales de salud mental sigue viendo el ejercicio como problemático cuando realmente recae en la relación con este, igual que pasa con la comida. De hecho, sigo preguntándome qué obstaculiza o se resiste a lo ya demostrado en muchos estudios de los beneficios de incorporar el ejercicio de fuerza para combatir la atrofia muscular tan severa que sufren estos pacientes. No tan solo a nivel estructural sino la disfunción neuromuscular y las afectaciones posturales que acaban provocando claras dificultades cuando han recuperado el peso y quieren reinsertarse en el ámbito del deporte».

Bajo este contexto, Mónica, diagnosticada como anoréxica, empezó a entrenar tras recibir el visto bueno de su terapeuta y su nutricionista. Comenzó muy poco a poco, de forma supervisada. Pasó de entrenar todos los días con un video de YouTube, a hacerlo dos días a la semana tres cuartos de hora acompañada por un profesional de la actividad física. Es más, tras varios años de trabajo interdisciplinar, ha comprendido que el ejercicio es una herramienta de salud que le permite «vivir para salir con mis amigos, hacer viajes con mis padres, surfear e ir a la facultad en bici».

Los expertos hablan

El psiquiatra Josep Pou considera necesaria la incorporación del ejercicio de coordinación y fuerza muscular desde un primer momento del tratamiento hospitalario, si no existe inestabilidad hemodinámica que lo impida. «Es necesario entender la recuperación como recomposición corporal y no tanto fijándose en el peso como objetivo a cumplir». A la vez, recuerda la necesidad de contar con profesionales que sepan prescribir el ejercicio y cooperar con los médicos para tener en cuenta el momento psicológico en que se encuentran los pacientes. «Este trabajo también permite trabajar la consciencia corporal y que estas personas, desconectadas totalmente de estas sensaciones, puedan empezar a tolerarlo acompañados de equipos de atención directa», subraya.

Por su parte, Manuel Antolín, psicólogo especializado y director del Proyecto cómete el mundo TCA, hace un análisis similar. «En mi trabajo incido mucho en cinco pilares básicos de salud: la alimentación, el ejercicio físico, el descanso, la gestión emocional y las relaciones sociales. De la misma forma que no podemos decirle a alguien que no coma, o que no duerma o que no se relacione o que no sienta», reflexiona, «tampoco tiene sentido decirle a alguien que no se mueva. Pero, en función del caso, habrá que ajustar la actividad a la situación física y mental de la persona, a sus gustos y preferencias. Siempre de forma supervisada por un profesional de la actividad física con formación en la materia y en comunicación continua con el resto de los profesionales del tratamiento».

A modo de conclusión

Así pues, el resumen para tener en cuenta sería el siguiente:

  1. Supervisión y trabajo interdisciplinar. Los pacientes necesitan estar arropados por un equipo (psicólogo, psiquiatras, enfermeras, endocrinos, nutricionistas) que vele por su salud y en el que se incluya a un profesional del ejercicio físico. La comunicación entre ellos es clave para que se reintroduzca el ejercicio.

  2. Entrenar no es machacarse. Muchas veces unos ejercicios de movilidad, un pequeño paseo o un trabajo con bandas elásticas puede ser una forma de ayudar al paciente a reintroducir el deporte en su vida a la vez que se recuperan sus pautas alimentarias.

  3. Entrenar la fuerza como base. Ganar masa muscular ha demostrado mejorar la composición corporal y, definitivamente, aumentar la calidad de vida de los pacientes.

Nota

Tabares, S. (2023). Siete motivos de la reintroducción del ejercicio en pacientes con trastornos alimentarios. El País. Noviembre, 27.