Luego de trabajar como observador pesquero en el Pacífico oriental, regresé a Venezuela en marzo de 1992 (el segundo artículo de esta serie se ha publicado en inglés en WSI). Estando de nuevo en casa de mis padres en Caracas, veo un anuncio de prensa con una oferta laboral de Empresas Polar. Mi padre, como siempre atento a mi progreso profesional, me dice que ya llevo dos buenos empleos, pero de corta duración. «Es bueno que ya tengas uno más fijo y esa compañía privada es la mejor del país».

Fui a la entrevista con el gerente nacional de Biotecnología, el Dr. Rangel Aldao, quien me atendió en su estupenda oficina de Polar explicándome que el trabajo era con cultivo de algas marinas; que la empresa deseaba utilizar los derivados de algas en su industria alimenticia y, eventualmente, de cerveza. Algo sabía de los cultivos que llevaba a cabo mi tutor de pregrado en la Universidad de Oriente, el Prof. Andrés Lemus, en su emprendimiento piloto que fundó con el nombre de Geles del Caribe (Gelca). Mi primer mentor universitario había vendido la compañía a la corporación Polar.

Tomé un avión a Cumaná, y en el vuelo me encontré con el conocido recién electo gobernador Ramón Martínez quien, muy amablemente, me ofreció empleo, cortésmente, le dije que ya tenía una gran oferta. Y, efectivamente, me dijo; «sí Polar es una gran empresa».

En la capital sucrense me entrevisté con el gerente general de Gelca, el Sr. Enzo Racca, un catire mayor de ojos claros, severo pero simpático a la vez. Él me explicó que la intención era obtener materia prima para geles de agar con la rodofita Gracilaria. Los cultivos estaban cerca del Guamache de la Península de Araya, toda esa región oriental que bien conozco. Me instalé de nuevo en Cumaná, pero preparé mi nueva rutina entre semana en Araya donde Gelca tenía una casa alquilada para quedarse de lunes a viernes en la mañana.

En abril de 1992, se podía viajar desde Cumana al pueblo de Araya vía los «tapaditos» o lanchas rápidas tipo peñeros. más grandes con techo y ventanas para unas 40 personas. Los tapaditos atravesaban a diario el estrecho del Golfo de Cariaco en menos de una hora, dependiendo de los motores que tenían. También existía la chalana o mini ferry que llevaba carros en dos horas, pero solo salían dos temprano en la mañana y regresaban temprano en la tarde sin domingos. Y la última opción era dar la vuelta completa a la Península vía carretera en un viaje de tres horas.

Recuerdo que salimos en una pickup blanca con el bello logo de Gelca en sus puertas con el Sr. Racca y un técnico; era lunes temprano y salimos en la chalana. Al llegar a Araya, rodamos hasta el Guamache donde estaban los cultivos de Gracilaria. En una zona de aguas someras había unas estacas con cuerdas donde crecía la Gracilariopsis tenuifrons, esta alga roja es una especie filamentosa que crece en finas hebras de menos de 4mm de diámetro, pero logra crecer hasta 6 metros de longitud.

En una colina de la aridez arayera estaban mis dos supervisores, el ingeniero Jesús Cruces y el biólogo Jorge Rubio (RIP). Ahí, se estaban armando las nuevas cuerdas de las granjas flotantes para ampliar en zonas más profundas. Las granjas someras estaban justo en zonas litorales hasta donde llega el agua a menos de metro y medio de profundidad; allí se podían colocar estacas en el sustrato, donde tendían las cuerdas para entrelazar los pequeños talos de alga con un tamaño menor a un puño de la mano que, en tres semanas, crecían hasta dar unos dos kilos de materia húmeda.

De la cosecha se llevaban a unas largas mesas de madera a la altura de las rodillas, donde se extendía el material que se secaba hasta perder el 80% de humedad. Ya seca, se enrollaba en forma de pacas cilíndricas de intenso color morado y se subían al camión cada viernes. El intenso sol de la zona secaba en menos de un día todas las algas colocadas en los tenderos.

Ya en la zona industrial de Cumana, se descargaban los rollos de alga, se hacían las pruebas químicas que arrojaban resultados de hasta 1000g/cm2 de fuerza de gel, con 37 oC temperatura de gelificación y 83 de fusión. Luego, se comprimía en pacas rectangulares de 100 kilos cada uno para la venta, al inicio, como materia prima. Una porción menor se vendía como agar base para la industria local. Recuerdo que Pandock.com compró y se estaba contratando más para exportación con una empresa en Suráfrica, pero la idea era mejorar el agar para uso más fino como agarosa y diversificarse a los alginatos.

La expansión de cultivos vendría con las granjas profundas y el sistema de granjas familiares; no hay muchas zonas someras, pero espacios profundos sobran. En la península de Araya hay muchas playas de menos de dos metros en profundidad; sin embargo, las zonas donde es posible expandirse de esta forma son limitadas. De allí, colocar cuerdas en sistema de rectángulos mayores donde se fijaban las cuerdas que venían previamente sembradas por cada granja; eso sí había que llevarlas en peñero, pero luego te olvidabas por 21 días. Solo que había un problema…

En esas aguas donde colocábamos las granjas profundas, algo sucedía y se estaban perdiendo las algas recién sembradas. El Sr. Enzo me dijo; «eso no va a dejarnos expandir… ¿Cómo resolvemos el problema? Ese es tu trabajo». Lo que se me ocurrió es ver qué era. Para ello, había que quedarse en el agua a ver que sucedía, pero el agua aparte de muy fría por la surgencia oriental, es muy turbia en la zona. Por ello, quien buceara debía usar traje isotérmico y, lo peor, se limitaba a ver unos pocos centímetros frente a su cara. Sin embargo, me quedé en el agua junto con los pescadores y recorría nadando los módulos de siembra. Al rato noté que peces aguja o maraos (Hyporhamphus unifasciatus) se comían los tallos. La solución era cercar los cultivos con malla de poro inferior al diámetro de los peces, pero hacerlo hasta el fondo es antieconómico. Bueno, me fijé que los maraos no bajan más de medio metro para entrar en la zona de cultivo así que solo se requería una pequeña porción de malla alrededor de la zona de siembra. Esto permitió la expansión deseada, aunque las redes se tapaban con epibiontes cada dos meses, eran fácilmente mantenidas o reemplazables.

Los fines de semana me iba para Cumana, donde salía con amigos y a veces compartíamos con el Sr. Enzo, quien organizo un curso de submarinismo para los empleados más cercanos, más dos arayeros que hacían las instalaciones de anclaje de granjas profundas y hacíamos prácticas en Mochima. A veces, me escapaba a Caracas a visitar a mis padres, en vacaciones, o a ver conciertos, recuerdo que en el de Sting me encontré a la hija del gerente general.

Igualmente, me encargaba de llevar las estadísticas de producción y mantener los sistemas de cultivo. Recuerdo que fui ascendido al año como subgerente de biotecnología, el salario de Gelca era bueno, más los beneficios y, en navidades, daban, aparte de buen aguinaldo, una caja repleta de productos Polar más un regalo especial. La mejor noticia llegó en 1993 cuando me ofrecieron hacer estudios de maestría en Europa con el asesor británico de la empresa, el Dr. Cris Dawes.

En septiembre de 1993, me fui a España para cursar las primeras materias; regresé en diciembre a Venezuela y, en abril de 1994, me fui a el Laboratorio de La Universidad de Liverpool en la Isla de Mann para mi trabajo de grado. Regresé a La Universidad de las Palmas de Gran Canaria en octubre con la noticia de que el proyecto en Venezuela sería terminado por decisiones de inversión de Polar.

A veces pienso que el proyecto hubiese caminado de continuar la inversión, con un sistema mixto industrial-granja artesanal. Recuerdo la pobreza de la zona y quizás este programa hubiese ayudado a la región, como mucho ayudaba al negro Rengel de Cumanacoa, un amigo llanero que creo se llamaba Francisco. También me preguntaba qué sería de Jesús y Roque.

No obstante, y a pesar de la tristeza del fin del proyecto, Polar canceló todos los gastos de estudio para graduarme y, a mi regreso en diciembre, busqué otra oportunidad que ya venía en puertas gracias a mi hermano Ricardo en Caracas.