El fin de año 2017 compartí con mis amigos -como acostumbro hacerlo en esos días de transición para recibir el nuevo año-, una reflexión acerca del «paso del tiempo», el cual en mi comprensión posee dos canales: el primero es el tiempo que nos pasa a nosotros y que vemos de lejos a veces sin involucrarnos tanto en la noción de lo temporal, solo nos percatamos de que envejecemos. El segundo es cuando nosotros pasamos por el tiempo, gracias al poder del pensamiento, marcamos ciertos puntos de quiebre que contribuyen a constituir una historia personal.

Explico además una concepción de Briggs y Peat en Las Siete Leyes del Caos (1999), quienes dividen a su vez dicha comprensión en el tiempo reloj y el fractal: el primero obedece a la métrica del reloj donde cuentan las horas, los años, etc; el tiempo fractal en cambio es una noción que se estira dependiendo de la emocionalidad con que es vivido, cuando nos sumimos en la introspección o producimos lo que nos gusta hacer, en mi caso personal cuando escribo; es un tiempo del corazón. Para las ciencias neurobiológicas, hablo de Daniel Goleman con su libro La Inteligencia Emocional (2008), quien aporta: «Quienes tienen una sintonía natural con la voz de su corazón –el lenguaje de la emoción». Lo que quiero decir con todo esto es que en ese empoderamiento de lo creativo, el reloj desaparece y la percepción de lo espacio-temporal se estira dependiendo de la pasión que nos motiva a hacer.

Noción de lo nómada

Volviendo al comentario compartido con mis más cercanos y que ahora adapto para ofrecerlos a los lectores de WSI, decía que todos somos migrantes, somos nómadas actuales (dentro de la noción de nómadas del conocimiento de John Moravec). El planeta Tierra también lo es en tanto se mueve en el universo y con él lo hacemos todos, el mismo sistema planetario está en constante movimiento. A veces resulta difícil percatarse que el calendario conduce su curso de días, semanas, meses, años, décadas, siglos: las mismas veinticuatro horas las vivimos la mitad de día y la otra de noche. Al momento de escribir esta reflexión, estábamos a horas de cambiar de año y abrir la vida al 2018, cuando se publique habrán transcurridos días y semanas.

Afirmaba además que en nuestro cuerpo corren los flujos sanguíneos, el pensamiento migra entre las diversas cavidades cerebrales rastreando la palabra, el saber, la idea; una intuición que ronda por ahí es capaz de provocar una revolución si la perseguimos hasta sus últimas consecuencias. En las superficies del planeta se mueven mares, ríos, nubes; las personas en las ciudades se desplazan de un punto a otro, los trenes, los aviones, los barcos… Las vidas se agitan, se superponen, se proyectan. Al interno del vientre del planeta hay fusión y ebullición. En un mínimo granito de polvo esparcido por el viento sobre las superficies está la Tierra, en tanto es materia origen –esto lo reafirma un aforismo oriental, quizás taoísta-, y, como también expresa aquel decir popular: «polvo somos y en polvo nos convertiremos».

Somos migrantes

Zygmunt Bauman, autor de la noción del tiempo líquido –fallecido en enero del año 2017-, decía respecto a los refugiados o los migrantes que estos están sumidos en el ámbito de un fuego cruzado, que es como un callejón sin salida, un (des)territorio acosados por los políticos, el hambre, la desocupación, la violencia, el acoso callejero para el cual a veces basta la simple mirada, para que ésta suelte la daga.

Agregaba a mi comentario de fin y principio de año que hoy, aunque nos encontremos disfrutando del calor de nuestra propio hogar, con el grado de libertad y bienestar que esa condición ofrece, somos migrantes del saber, al buscar estar (in)formados, nos desplazamos cada día por el planeta y lo hacemos por redes sociales e internet, a una velocidad inimaginable: encontrando el video de una conferencia acá, un discurso al otro lado del planeta, un poema portador de un extraordinario pensamiento allá; pero lo más tremendo de esta paradoja y condición de migrar por las autopistas de lo virtual, es tener que enfrentarnos tarde o temprano a la realidad, y el asunto más trivial del asunto es que quisiéramos hacer todo a la velocidad de internet, sin embargo al hundirnos en la realidad entramos en crisis, estrés o frustración por no lograrlo. Para no dejar la explicación para otro tema, del porqué escribo la palabra (in)formación de esta manera, es porque estamos en perenne actitud de formación, de educarnos a través de los canales que nos actualizan constantemente de las situaciones del mundo, y fundamentalmente porque éstas nos hacen. Evoco de nuevo con esto a Mitcherlich en el Fetiche Urbano, cuando afirmaba que aquello que hacemos, nos hace.

Movilidad y frustración

Hoy en día esa compleja noción de movilidad produce e incrementa una «oligarquía planetaria», como la denomina el filósofo francés Marc Augé, y marca una ampliación de la espacialidad virtual, de la movilidad en el tiempo y el territorio que supuestamente se hace con toda libertad, pero no es tal. Este antropólogo francés critica quedarse en esa construcción de la vida en la virtualidad, pues sería puerta a otros males humanos tales como la crisis de la psique y/o el acomodamiento total; propone salirse y estar en el lugar para que se de la real experiencia del aprendizaje. Para que todo esto se comprenda es necesario recordar que somos humanos, poseemos pulso humano, y memoria.

Evitar ser «alienados por las tendencias de transculturización» –tal y como critica Auge-, al sumergirnos en los diferentes estratos de información acerca de una determinada cultura, objeto, tecnología, o producto. Yo diría que aquel sentido de «calidad» que vislumbráramos a finales del siglo pasado, se disipó, o fue uno de tantos espejismos de la modernidad; hoy no existe tal nivel de vida; sin traer a colación otros males que aquejan la estructura de esta sociedad actual y que tanto nos compungen: la violencia social que se experimenta, las remezones políticas, los conflictos de las minorías y sus expectativas de alcanzar la vida global pero entrando en vicios de exclusión e intolerancia, racismo, xenofobia, e incluso hasta homofobia.

Todos estos males nos empujan hacia el lugar sin lugar que habla Zygmunt Bauman, o el discurso de Marck Augé de Los No Lugares / Espacios del Anonimato, en nuestro afán de ser nómadas de un conocimiento que busca constantemente estar mejor (in)formados.

Quizás para concluir con esta percepción, y como ya avanzamos en la ruta crítica de inicios de año, (la cuesta de enero la llamamos acá), cuando hay que echar a andar el aparato del trabajo, los estudios, la vida, reemprender es tan difícil como empezar de cero, a veces ese aparato no quiere arrancar, pues le falta alguna refracción o está baja de combustible, entonces meditemos en el tiempo y el espacio, no podemos quedarnos aquí sembrados en el terreno, hay mucho que ver, que conquistar, para ganarnos el sustento y el de los nuestros.