Porque no es tanto que estés dentro del cosmos, sino que el cosmos está dentro de ti.

(Meher Baba)

Un día, hace más de 12 años, abordaba un avión rumbo a Beijing. Pensaba en las 13 horas de vuelo a unos 11 kilómetros sobre el nivel del mar, a las que me iba a someter, lanzado a una velocidad media de 1000 km por hora. Nunca imaginé esto en mi juventud, pero ahora cruzar la atmósfera del mundo, en muchas direcciones, se había convertido en una rutina. Reflexionaba sobre el mundo en que ahora vivía, sorprendido por cuán diferente era al mundo de mi juventud. Quizás, porque iba a ser mi primer viaje a Beijing. Revisé los mensajes en mi teléfono celular, mientras pensaba, lo increíble de que este tuviese más memoria que las principales computadoras en los años 60. Y luego, con el mismo dispositivo, hice una última llamada telefónica, verifiqué el clima en el destino y procedí a embarcar con el boleto de embarque, que se mostraba electrónicamente en su pequeña ventana. Tremendo artefacto —me dije a mí mismo— mientras mi mente volaba a los tiempos, cuando llegaron los primeros televisores a casa, cuando yo era un niño.

Seguí reflexionando, sobre la tecnología de los viajes, las comunicaciones, y la historia de la humanidad sobre mi propio momento humano, sobre toda la experiencia de vivir. Estaba absorto en la contemplación, mientras surfeábamos por la alta atmósfera, mirando las nubes desde arriba.

La vida, pensaba, es fascinante cuando uno presta atención a lo que está ocurriendo. Pero la mayor parte del tiempo uno vive automáticamente, absorto en los esquemas de acción-reacción, en la objetividad, y no le presta atención a la magia del vivir. Al igual que la respiración, la vida se convierte en algo de trasfondo, que uno da por sentado.

Cuando uno reflexiona conscientemente sobre la vida, sobre su diversidad, funcionalidad, complejidad y simplicidad combinadas, no hay magia que se compare, todo se vuelve fascinante, asombroso, y uno se da cuenta de lo poderoso que es el sueño de la vida, como decía Calderón de la Barca.

La biología siempre fue mi pasión. Descubrir cómo se orquesta la vida se convirtió en una forma natural de reflexionar y meditar. Las células, esos pequeños sacos acuosos que hacen posible la vida, me fascinaban, su increíble tejido molecular, el proceso de capturar un paquete de energía del sol, para hacer compuestos de carbono. Las mitocondrias como transformadores de energía y la membrana celular que protege la integridad contra las invasiones de tantas cosas flotantes en solución, al tiempo que permite flujos de cargas eléctricas que generan conectividad y sensación. La lista es interminable.

Sí, la vida es realmente una cosa esplendorosa, mi mente concluía mientras volaba a Beijing.

Ahora, años después de esta ocasión, después de un infarto y una complicada cirugía cardíaca, más el envejecimiento natural, estos instintos de reflexión se han vuelto más intensos. El contexto diario de la vida se ha convertido en una maravilla. Percibo el entorno, lo expando con cosas aprendidas en el pasado, agrego algo de poesía a la interpretación, busco en Google lo que otros piensan, y lo combino en una canción para compartir mi asombro con los demás.

¡Que manía de vivir tiene la vida!
Se levanta siempre como un ave fénix de las cenizas
Se derrama en flores de mil colores
después de la helada invernal más cruda.
Cada mañana se levanta en alabanzas
Al despertar al encanto del canto de ser,
porque incluso herida, sabe que va a sanar.

Basta pensar en nuestro cuerpo humano, en nuestras células. Viven desde unas pocas horas, en el caso de ciertos tipos de glóbulos blancos, hasta muchas décadas, en el caso de la mayoría de las células cerebrales. Tenemos una piel nueva cada mes y un hígado nuevo cada seis semanas. Y, por supuesto, aunque la mayoría de las células se regeneran, los procesos involucrados se vuelven progresivamente poco confiables, y el resultado es el envejecimiento. Pero el envejecimiento nos ayuda a reflexionar.

El otro día, calculé que este «yo» ha existido durante 28,426 días, ¡casi 683 mil horas! Los estudios realizados, en el Centro de Investigación Atómica de Oak Ridge, han estimado que alrededor del 98 por ciento de todos los átomos de un cuerpo humano, se reemplazan cada año. Por lo tanto, ni un solo átomo en nuestro cuerpo reside ahí para siempre. Hay un 100% de posibilidades de que miles de otros seres humanos a lo largo de la historia hayan tenido los mismos átomos que uno tiene actualmente en nuestro cuerpo. ¿No es esto una locura?

Alguien hizo una pregunta en un foro de Internet: «¿Hasta dónde pueden extenderse los átomos de tu cuerpo si los pones en línea recta?» La respuesta fue: «Los átomos son un poco difusos, por lo que su tamaño exacto es un poco difícil de definir. Entonces, tomando su tamaño en términos de longitud de enlace, y mirando los elementos más comunes en el cuerpo humano por masa: (65% de oxígeno, 18% de carbono y 10% de hidrógeno), ¡puede estimarse que solo 1 kg de persona se extenderá alrededor de 7,000 millones de km!».

Eso significa, que los átomos alineados de un ser humano pesando 80 kg, se extenderían por unos 550,000 millones de kilómetros, esto es unos 1,400 millones de vueltas alrededor del ecuador, o 140 millones de viajes a la Luna, o unos 58 años luz. Alfa Centauro, que es la estrella más cercana a nuestra Tierra, está a solo 4.3 años luz de distancia (unos 40 trillones de kilómetros), por lo cual los átomos alineados de una persona pueden enlazar a Alfa Centauro 7 veces.

Consideremos cuántas células o unidades de vida, se congregan para formar un cuerpo humano. Las estimaciones más recientes sitúan la cifra en alrededor de 37 trillones (37 x 1012). Todas estas células trabajan en armonía, para llevar a cabo todas las funciones básicas necesarias para que los humanos sobrevivan. Pero no solo hay células humanas dentro de nuestro cuerpo. Los científicos estiman, que el número de células bacterianas en el cuerpo humano probablemente excede el número de células humanas. Y no olvidemos que las mitocondrias, que forman parte de cada célula, son en realidad bacterias que se movieron dentro de las células para vivir como huéspedes. Por lo tanto, nuestro cuerpo es un ecosistema andante.

Solo piensen en lo anterior, la próxima vez que estén esperando en fila, aburridos o impacientes. Es posible que no seamos capaces de estirar nuestros átomos en una sola línea o hacer un censo actual de nuestras células, pero podemos estirar nuestra imaginación.

Ahora, por supuesto, algunos dirán cuál es la relevancia de este ejercicio, es lo mismo que saber cuántos remeros había en el barco de Ulises, o cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler. Pero esta reflexión revela, una pequeña fracción de la textura, de esta cosa maravillosa y asombrosa que llamamos universo y vida, la cual nos rodea, la que envuelve esta consciencia que llamamos «nosotros», y a la que no le damos ninguna importancia en nuestro afán de vivir lo cotidiano.

La reflexión también nos puede llevar, a la apasionante historia de nuestra evolución. Desde un punto llamado el Big Bang, hasta este tú y yo. La ciencia moderna puede proporcionarnos una historia aún más precisa de la humanidad. ¡Es el más grande de todos los cuentos de hadas! Una nueva cosmología, basada en un universo continuo en evolución. Una cronología que va desde el origen, pasando por etapas críticas como la formación de las estrellas, que dieron origen a la luz, los planetas y los elementos más pesados que forman la vida, hasta la formación de los compuestos orgánicos de carbono, su autorreplicación inicial, la formación de células y la evolución de los organismos multicelulares y la civilización.

Los átomos de carbono sonrientes son amables en sus relaciones.
Van de un lado a otro abrazándose,
dándose la mano, formando congregaciones.
Ayudados por las simpáticas moléculas de agua,
tan flexibles en su danza,
forman civilizaciones a partir de compuestos orgánicos.
Se reúnen, impulsados por los besos apasionados del sol,
y estimulados con este fuego, buscan la unión.

El entramado del universo, la magia de la vida está siendo presenciada constantemente por esta consciencia que somos, aunque no le prestemos atención, al igual que la respiración continúa constantemente y no nos damos cuenta, excepto cuando jadeamos por aire. Nuestra consciencia fragmentada, parece ser parte del mismo campo unificado, vibrando en todos y en todo, no solo en nuestro ego y personalidad. Como un principio organizador indefinido que se revela en los instantes silenciosos de reflexión. Debemos apreciar estos momentos espontáneos, que se precipitan de repente, y abren una ventana que nos permite ver las cosas desde un punto de vista de unicidad.

Regreso ahora a ese primer viaje a Beijing. Era una de esas ocasiones de viaje rápido de negocios y solo tenía unas pocas horas libres, el domingo por la mañana, antes de tomar un avión de regreso a media tarde. Así que decidí ir a ver la plaza de Tiananmen y la Ciudad Prohibida.

Muchas, y me refiero a muchas familias chinas, decidieron visitar estos lugares también el mismo día, y yo me encontré sumergido en una masa de humanidad. Todos ellos eran como yo, vivos, con sus células, sus átomos, sus esperanzas, su vida. Con una historia evolutiva común y larga, desde el polvo de estrellas hasta la consciencia humana. Pero no nos conocíamos, ni siquiera podíamos comunicarnos, aunque lo intentáramos. Un mar de humanidad me rodeaba, cada uno con sus esferas mentales, pensamientos, sentimientos y seres.

Esa soledad en multitud provocó otro momento de reflexión. Sobre la condición humana, sobre los titulares noticiosos de pánico, nuestros impulsos competitivos, nuestras preguntas existenciales, el porqué de esta tribu humana, nuestro verdadero propósito, que es este amor que a veces sentimos, esta empatía, esta esencia que nos hace pensar en una sola humanidad, que es este Ser que es. Y reflexioné, sobre toda la miseria que me traigo a mí mismo y a los demás, cuando no reconozco el campo unificado que nos entrelaza y aplico el «cada uno a lo suyo» como lema prevaleciente para vivir.

Medité entonces sobre el mensaje del amor, la compasión y la unicidad, presentado por las grandes voces humanas, que han destacado a estos principios como los verdaderos principios organizadores de la humanidad. Y me pregunté si es que alguna vez lograré y lograremos, realmente despertar y tomar consciencia, de que «todos somos una familia», como dijo Desmond Tutu.

Tal vez, cuando podamos crear resonancia en torno a un punto de vista integral sobre la vida, pasaremos a otra etapa de la civilización humana. Y con ese pensamiento en mente, me despedí de Beijing.

El jardín del mundo no tiene límites, excepto en tu mente.

(Rumi)