El verbo, específicamente ese, resonó en mi cabeza como si quisiera decirme algo que no sé. He pasado mi vida escuchándolo una y otra vez: en la infancia, la adolescencia y en aquella juventud que me dejó a solas con esta madurez cansada e incómoda que disfruto hoy en este lugar del tiempo que estoy, exactamente ahora, 26.455 días después de nacer.

«¿Qué quieres contarme, querido “Aprender?”», pregunté.

Cuando la explicación de «algo» que ignoro logra poner orden y entendimiento en el caos de mis impresiones, sensaciones, ideas y palabras con las que mi mente se relaciona con ese algo, me invade el placentero, agradable y tranquilo estado de bienestar.

La Enseñanza –mejor sinónimo entre veintena de ellos de que dispone el español para definir lo que se aprende-, puedo obtenerla de fuentes y orígenes diversos. Por ejemplo, un libro, considerado todavía el vehículo más práctico y común para llegar hasta «un saber en particular». Y como consecuencia de mi curiosidad, ello deriva en beneficios para autores de obras (no importa que su procedencia sea religiosa o científica –de esta polaridad proceden todos los saberes y divertimentos que consumimos los sapiens con avidez en ese soporte-). Derechos, copyright, patente, en resumen, beneficios para quién enseña y alivia curiosidades y tedios.

Puedo aprender también de otra u otro directamente, es decir de lo que narra a viva voz y me deja la misma sensación de haber aprendido algo que antes no sabía -¡y ese resultado es el mismo que deja el libro, pero el dividendo para el que produce el «saber» es directo, tangible, tiene forma de emoción que recibe el maestro/a de su público en el que me convierto: ¡admiración! Aun así, podrían, además, mediar emolumentos dinerarios o en especie, si existiese recompensa por ser el caso de que el docente estuviera »realizando un trabajo» –conferencia, seminario, clase que sumaré a créditos para obtener una titularidad, etc., etc. etc.-. Dicho esto, agrego que no he tenido jamás este tipo de experiencia y que no conozco ningún caso en que alguien regale lo que sabe sin que le motive ganar algo, sea tangible o intangible. ¿Es humano, no?

Pero la forma más frecuente de «aprender» que uso actualmente, emana de los medios (probablemente no solo sea así para mí, ni únicamente para los de mi generación, y más bien lo mismo ocurra a para todos los que sabemos leer palabras e interpretar imágenes –gráficas y audiovisuales, se muestren estas sobre papel o superficie de cualquier otro tipo, mediante representación analógica o digital).

En los medios de comunicación de que disponemos los sapiens actualmente (la totalidad de canales tecnológicos tradicionales o nuevos que producen saberes/noticias: libros, periódicos, revistas, televisores, teléfonos móviles, tablets, ordenadores y cualquier otro tipo de gadget que entretiene e informa), con frecuencia y simultáneamente, leemos, vemos o escuchamos propósitos varios mezclados con el que parece ser el objetivo principal de informar y enseñar (¡a efectos prácticos, ambas acciones son la misma!).

Un ejemplo de ello, es la presencia de novedosas técnicas de publicidad y propaganda, hermanadas por esa palabra mágica que produce atracción y curiosidad en quien ignora qué es, marketing (sea de intenciones útiles, ¡o no!, para quien busca otra cosa que no es lo que“promueve y pretender vender el anuncio). Y una tendencia que suele incomodarme, cuando faeno en La Red para aprender «algo» que me interesa, es cómo el marketing, mezclado con lo que busco saber, progresivamente le ha ido restando espacio al conocimiento de lo real. Pero finalmente, no sufro mucho porque los publicistas -también llamados “creativos”- derrochan enorme imaginación en la facturación formal de lo que producen.

Por ese ejemplo –el más típico de lo que está contaminado el trabajo que hacen los medios-, me permito decir que aprender es, también, actividad ideológica, en el sentido político que supone elegir «Partido» en este tiempo, en el cual la Democracia brega por imponerse cómo modelo por excelencia de la mejor forma de relación contractual entre La Persona y El Poder Gobernante, sea en lo económico, lo político, lo religioso y hasta en lo sexual. Y este propósito de competir –como verbo básico que lo mueve todo-, en no pocos casos, deriva en vías violentas y hasta termina de manera sangrienta. Por suerte no en todos los sitios nacionales del planeta es así, aunque la desigualdad siga siendo la «Marca» por excelencia que define el producto educativo que consume un por ciento notablemente escandaloso de los sapiens.

Recientemente, leyendo o visionando una información –no recuerdo ahora si news de prensa digital, video promocional o conferencia de gurú augurando el porvenir-, oí decir que la mercancía más expensive –cara- y difícil de adquirir en el mercado futuro de oportunidades ilimitadas que anuncia El Capital Financiero y Tecnológico sería la Atención.

Quien exponía ese saber a la audiencia a la que yo me había sumado, me pareció very, very, clever –muy, muy, inteligente-. La razón de considerarlo en esa manera no era otra que lo que él afirmaba -¡era hombre, eso sí lo recuerdo claramente!-, había sido idea que yo había pensado, por mí mismo como resultado de mis propios razonamientos, a partir de lo que había aprendido «leyendo el mundo en que vivo». Esa misma idea, en algún momento anterior de haberla escuchado de su boca – ¡o de sus palabras, que es lo mismo!-, la había producido yo con my own intelligence –mi propia inteligencia-. Por lo cual, ese antecedente, contribuía a destacaba y reforzaba esa idea/explicación en mí. Era resultado previsible, según sentencia que tengo incorporado a mis herramientas cognitivas desde hace años: «La Lectura de todo mensaje parte de una experiencia previa». Ley semiótica que, naturalmente, tiene corolario: «la emisión también».

Pero hoy -30 de agosto de 2018-, leyendo otro artículo, incluido en lista de ellos que me proponían para invertir parte de mi capital de tiempo en aprender alguno, o todos (¡así funciona la demanda y la oferta en el sistema de comercio libre!; hace dos semanas, me suscribí, en la web de Mediun, a servicio para recibir, gratuitamente, noticias e informaciones que ofertaban, y ahora recibo, ¡diariamente!, montón de «opciones de compra», que se parecen mucho a lo que acusan de ser spam en jerga computacional), me doy cuenta que no es la Atención lo que será más difícil de conseguir por quienes producen mercancías -por supuesto, se está hablando de la del cliente. Expresar el problema de esa manera –lo más difícil de conseguir en el futuro-, es, en mi opinión, forma equivocada para vender más.

¿Por qué? Pues porque vender más significa para mí Destino Falso, equivocado, erróneo, suicida. Un Destino Fiable sería posible, útil, bueno e inteligente, si la pregunta se refiriera a cómo mejorar y hacer más agradables y menos sufrientes nuestras vidas de sapiens (pienso en términos de especie y no del Yo -¡lo cual no hay que equivocar en lo que eso significa, pues una no puede existir sin el otro!). Pensarla de otra manera. Quizá, más o menos así: ¿Cuál producto será más difícil de adquirir en ese futuro hacia el que nos dirigimos?

La respuesta que me doy a esa interrogante, es la misma que siempre se han dado a sí mismos seres humanos de todos los tiempos: Tiempo de Vida. Este no será suficiente «nunca» para que el sapiens –tal y como su anatomía y mente funcionan-, pueda obtener y vivir todo a lo que aspira el más modesto, humilde y conforme de todos los ellos o ellas que existirán en ese entonces futuro. El horizonte de lo que deseamos experimentar y/o poseer cada uno de nosotros en particular –específicamente en términos de «saberes, experiencias e ilusiones»-, es -lo digo así pensando en el ejemplo de mi propia vida-, inabarcable, inconmensurable, si lo comparo con el tiempo de existencia del que disponía al nacer y hasta el momento en que moriré -¡por cierto, nadie lo sabe, con exactitud, hasta que ocurre!.

¿A qué problema me lleva esa conclusión, si fuera cierta? A mí, me conduce a considerar y creer que lo más preciado y valioso que podría querer, adquirir, comprar, o poseer en ese entonces en el que no existiré, sería disponer de una manera de aprender –los que trabajan en investigaciones de IA le llaman algoritmo-, que optimice lo que podría hacer con una vida -¡la mía en este caso!- para vivirla en toda la plenitud que esté al alcance de lo que me permite mi cuerpo y mi mente. Lo cual, tal y como se va dibujando y definiendo en los resultados que nos va ofreciendo, poco a poco, la Evolución de la Ciencia, tiene y está en relación directa con «el código genético personal que ostenta cada ser humano» (esto, como menos, es una de las raíces principales de esta problemática), y que nos es legado, irremediablemente, por los progenitores particulares que nos dieron «el ser» a cada uno de nosotros. Principalmente, los la y el a quienes llamamos madre y padre, aunque no solo ellos dos sino también los que aportaron algo a esa “cadena de características de descendencia, geno y fenotipo, de la que ambos proceden.

Este es el quid de la cuestión, sí es que, realmente, existe algún quid -¡por cierto, la etimología de tal palabra en lengua inglesa, conduce hasta el significado libra. ¿Esterlina?, pues no lo sé. Pero puedo aprenderlo.