Toda nuestra vida es ir subiendo montañas, a unos les toca subir a picos más altos con mochilas que apenas pueden soportar, otros el esfuerzo es menor pues es una montaña menos escarpada y llevan abundantes provisiones, pero al final todos tenemos que caminar, paso a paso, sorteando las vicisitudes del sendero. Lo importante es alcanzar la cima.

La montaña es un símbolo muy importante a lo largo de la Literatura Universal que ha inspirado obras grandiosas como La Montaña Mágica de Thomas Mann. En esta obra inmortal, el tiempo toma cuerpo real, como si de un protagonista omnipresente se tratara, y es el verdadero narrador de la obra.

Los días trascurren sin apenas acontecimientos destacables, son los personajes cuyas vidas se desarrollan en el sanatorio que preside lo alto de la montaña, que creen ser los árbitros de la historia, pero es el tiempo con su péndulo imparable, al que intentan detener, porque lo que intentan burlar es la muerte, siempre latente y amenazadora.

En ese pasaje idílico entre nieves y cielos plomizos, unos hombres y mujeres conversan, reflexionan, viven y sueñan en un mundo propio que nada tiene que ver con el mundo que dejaron abajo.

Todos los pacientes del sanatorio forman un universo propio en que el dolor, la fiebre, y el sentimiento de soledad trasforma su existencia, y el tiempo aparece como el único arbitro que preside y gobierna sus vidas.

El protagonista de La Montaña Mágica, Hans Castorp, es un joven ingeniero que llega a un sanatorio de los Alpes de visita, pero la estancia se irá prolongando hasta quedar atrapado por el ambiente, los personajes que allí conviven y la enfermedad.

La terraza del sanatorio será muchas veces el marco, donde los personajes tumbados en sus chaiselongues, mediten sobre la existencia y los valores de una sociedad devastada, en el orden político, social y económico a las puertas de la Primera Guerra Mundial que busca los asideros que den sentido a sus vidas.

Es en esta búsqueda existencial dónde Thomas Mann, sitúa una historia atemporal en que el cuerpo, la enfermedad, la voluptuosidad y la muerte, están presentes de una forma implacable.

Como no puede ser de otro modo el misterio del amor tomará cuerpo en una mujer enferma, Claudia Chauchat de belleza etérea y rasgos orientales, que hace estremecer de deseo al joven Castorp, aflorando en él los sentimientos más puros y arrebatadores, ya que la enfermedad sigue su curso incesante que pone límites a este amor atormentado en que se juntan pasión y espíritu, siempre bajo la amenaza de los días efímeros que presiden su vida, acechada por la presencia insobornable de la muerte.

Las conversaciones filosóficas entre los diversos personajes que pasan una larga estancia en el sanatorio representan las preocupaciones y los grandes enigmas de la vida que pueden ser debatidos en ese amplio marco que es la montaña, símbolo que acerca el cielo y la tierra, y donde el tiempo discurre con una cadencia más lenta y los días se parecen unos a los otros, lo que hace que el tiempo se eternice.

Al igual que sucede en La Montaña Mágica que sus personajes viven en un remanso de paz situado en lo alto de los Alpes. También nosotros necesitamos cuando subimos a la cumbre de nuestra vida, quedarnos parados en un remanso del camino de ascensión a la cima, y allí, contemplar nuestro recorrido y el punto en que estamos, para coger fuerzas y seguir ascendiendo.

Ese tiempo de descanso y meditación también puede ser un largo viaje de introspección, para saber de dónde venimos y a dónde nos dirigimos.

Las horas pasadas en reflexión tiene un valor muy importante porque nos hacen tener una visión más clara y profunda de nuestra conciencia y una forma de intentar entender la esencia de nuestro ser.

Hoy me he sentado a la orilla del camino, después de desprenderme del reloj que intenta atraparme con sus horas siempre huidizas y veloces, veo que tengo todo el tiempo del mundo para ese encuentro vital, y comienzan a desfilar pensamientos tan pasajeros como las nubes que se alzan sobre mi cabeza, llevando nombres, historias deshilachadas en cada una de ellas, una nube lleva el nombre de amor, otra se llama dolor, la siguiente amistad, otra maldad, otro desierto, otra espera, paz, serenidad…

Siempre el amor tiene un sitio importante en la vida, en qué momento apareció esa mirada luminosa, que se va a quedar prendada en nuestros ojos al igual que en los suyos, por un momento aparto la vista de la nube amor y miro esas hierbas silvestres y solitarias que hay junto a mí, he querido cortarlas y hacer un pequeño ramo para prenderlo en mi pelo,

¡Qué recuerdos de juventud afloran en mi piel atraídos por ese olor de hierba recién cortada!

Ahora puede que ese amor, como un misterio mágico haya pasado tan ligero como la nube, arrastrado por la furia del viento de poniente. Y despertemos en una especie de aturdimiento, porque a veces, el amor es un espejo en que ambos nos reflejamos y que sólo es un cúmulo de renuncias y despedidas como un largo adiós que nunca se termina. Porque los corazones siguen unidos por un lazo invisible y poderoso.

Existen también los sueños rotos, esos que han sido urdidos con las palabras más puras y sinceras que podamos imaginar, y han ido tomando cuerpo en nuestro pensamiento hasta que parecen reales y conforman el secreto mejor guardado de nuestro corazón, pero cuando queremos abrir la boca y tomando aire dar forma a las palabras, sentimos que no nos sale la voz, pero que se pueden hacer realidad en un poema. Miro al cielo y por encima de mi cabeza está pasando la nube dolor, inseparable compañero de viaje.

Recordamos a las personas que nos han servido de asidero para levantarnos en nuestras caídas, a veces, el golpe ha sido tan fuerte que no hemos podido aguantar y hemos aullado como lobos, otras veces soportamos el dolor con un silencio estoico que nos hace más fuertes, pero siempre un recuerdo de gratitud para ese hombro amigo que nos ayudó a superar la caída y es hermoso pensar como con nuestro dolor hemos pasado también a formar parte de la historia del otro.

Sopla la brisa de la amistad, el tesoro más preciado que podemos poseer, cimentada en los sentimientos verdaderos que, a lo largo de los años, han ido creando un vínculo indestructible, un paño de lágrimas, un jardín secreto donde embriagarnos del más puro olor a rosas, un abrazo suave e intenso de nuestros nombres. Merecería la pena consagrase a proteger y cuidar este paraíso, pido a Dios que el olvido jamás me expulse con su espada flamígera de ese paraíso.

Llega la nube maldad y quedamos sobrecogidos por que adopta diferentes formas, a veces se acerca a nosotros envuelta en el egoísmo imperante en la sociedad, en la arrogancia de los poderosos, en el miedo a lo desconocido, en la agresividad contra el medio ambiente, en la guerra, en la ignorancia, en el no querer ver la tristeza de quienes están cerca.

El desierto de la soledad puede estar también en el cielo en forma de nube inmensa, y nos encontramos perdidos en ese cielo azul pálido, envuelto en una neblina difusa, que no nos deja ver la luz y nos sentimos ciegos y desorientados, añorando la puerta que se abra a la ternura que de calor a nuestras vidas.

Llega la serenidad es la nube más hermosa que podemos alcanzar, llega cuando los años van pasando y los temores desaparecen, el corazón y los sentidos tienen la suficiente armonía para una aceptación tranquila y melancólica de los acontecimientos.

En el bosque espeso y tupido de las emociones, se empiezan a aclarar y las llamas de la pasión se consumen en esa hoguera que el tiempo va apagando, aunque los rescoldos y las brasas están aún latentes, y una brisa de recuerdos puede reavivar.

Debemos tener presente que siempre La magia de la montaña nos puede volver a seducir para emprender la subida a la cumbre.