Para alzar un peso tan grande
¡Tu coraje haría falta, Sísifo!
Aun empeñándose en la obra
El Arte es largo y breve el Tiempo.

Charles Baudelaire

La filosofía es el arte de pensar, es el ejercicio de la razón llevada al límite de sus posibilidades críticas, libre de todo dogma que condicione la búsqueda y el conocimiento de la causa —o las causas— primera cuyos efectos tienen lugar en el mundo de los fenómenos e impresionan a nuestros sentidos.

La filosofía —del griego antiguo φιλοσοφία: «amor a la sabiduría»— nos invita a filosofar (del latín philosopharis, philosophor); es decir, a pensar para conocer y, a partir del conocimiento, a emitir una opinión de la realidad que ha sido contemplada e interpretada a la luz de la razón.

Filosofar es pensar, y pensar es reinar. Así de categóricas son las palabras del discípulo de Stanislas de Guaita, Oswald Wirth:

[P]ensar es elevarse por sobre la masa de los seres que en nada piensan. El no pensar, es consentir en ser dominado, conducido, dirigido y tratado comúnmente como una bestia de carga. Es por sus facultades intelectuales que el hombre se distingue del bruto. El pensamiento lo vuelve libre, y le da el imperio del mundo.

Si por antítesis entendemos «cosa o persona que tiene las cualidades opuestas de otra o representa lo contrario que otra», entonces, pensar es la antítesis de dogma.

El dogma —del griego antiguo δόγμα, creencia o precepto— y los dogmas son fórmulas oropeles de un falso saber; es un ejercicio ciego de la razón que pretende estar en posesión de la verdad. Un pensamiento dogmático es un pseudo pensamiento, no es un pensamiento filosófico propiamente tal, pues carece del principio de la libertad, conditio sine que non para ser un pensador. El pensar no debe estar condicionado por opiniones tenidas como verdades incuestionables que no admiten discusión y que, por lo tanto, no permiten filosofar, es decir, pensar.

La adhesión a un dogma es un acto libre de la voluntad, empero, anula toda posibilidad de pensamiento lógico puesto que, un pensamiento dogmático, no supera con éxito, por ejemplo, la paradoja de Epicuro con relación al problema del mal en el mundo: «Hay maldad en el mundo. Si existe una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente, entonces el mal no existe. Pero el mal existe. Por lo tanto, una deidad omnipotente, omnisciente y omnibenevolente no existe».

La filosofía es la luz ante el dogma y, ahí, radica su importancia, puesto que como señala Bertrand Russell:

El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón.

Aristóteles en su obra Metafísica señala:

Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. Los animales reciben de la naturaleza la facultad de conocer por los sentidos. Pero este conocimiento en unos no produce la memoria; al paso que en otros la produce. Y así los primeros son simplemente inteligentes; y los otros son más capaces de aprender que los que no tienen la facultad de acordarse. En los hombres la experiencia proviene de la memoria. En efecto, los hombres de experiencia saben bien que tal cosa existe, pero no saben por qué existe; los hombres de arte, por lo contrario, conocen el por qué y la causa.

Las palabras de Aristóteles expresan la indudable necesidad e importancia de la filosofía en la vida del ser humano, pues la filosofía es un arte que hace a los hombres de arte, aquellos que buscan conocer el por qué y la causa.

La filosofía es una actividad de la inteligencia humana inspirada en el libre pensamiento y guiada por la humildad del intelecto. La reflexión filosófica nos permite comprender el por qué en la formación y educación pública del ser humano se excluye o se enseña de manera muy precaria sobre política, economía y filosofía. Educarnos en política —o en educación cívica— significaría entregarnos herramientas para conocer el fenómeno del poder y comprender su proceso, es decir, cómo se accede, cómo se adquiere, cómo se ejerce, cómo se controla y cómo se influencia el poder.

Educarnos en economía y finanzas, significaría entregarnos herramientas para conocer y comprender el proceso productivo y el sistema financiero, tanto a nivel nacional como internacional y, por lo tanto, nos sentiríamos empoderados en el proceso productivo.

Educarnos en filosofía, significaría, sencillamente, enseñarnos a pensar. Lo cual resulta peligroso para quienes detentan el poder. Por lo tanto, la política, la economía y la filosofía son conocimientos que están estratégicamente vedados para el común de la población.

Ante tal escenario de oscurantismo intelectual programado por las élites del poder, la filosofía y su estudio es la mejor herramienta contra la ignorancia manipulada por la oligarquía. Por ejemplo, en mi país Chile —en agosto del 2016— el MINEDUC, como parte de la reforma curricular de 3° y 4° medio, propuso sacar la filosofía del plan común de Enseñanza Media. Lo cual, afortunadamente, no prosperó.

Para un sistema neoliberal como el Chileno, amparado en la Constitución de 1980, creada por la dictadura cívico-militar, es evidente que la enseñanza de la filosofía está destinada a formar pensadores y que resulta peligrosa para el modelo ideado por los Chicago Boys.

Otro ejemplo es el Estado Islámico —que según informó el Observatorio Sirio de Derechos Humanos en el 2014— prohibió la asignatura de filosofía en los colegios de primaria y secundaria en la ciudad siria de Raqa, estableciendo un «plan islámico» para los centros educativos. El fanatismo, el dogma y la ignorancia limitan y condicionan la posibilidad de libre pensamiento entre la población.

La pandemia a causa de la COVID-19 es un ejemplo a considerar; nos ha llevado a repensar la fragilidad de la vida humana y su transitoriedad, puesto que hemos creado un mundo en función de cálculos utilitaristas, en el cual cada ser humano no es más que un número que debe, durante el transcurso de su existencia, cumplir con una determinada cuota de producción para el sistema, cosificando al ser humano. Todo ello ha sido permitido por una masa humana condicionada mentalmente por un sistema de educación que se enfoca en formar una «masa-fungible productiva» y no seres pensantes.

Frente a ello el filósofo Jürgen Habermas dijo:

[N]unca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia, como ahora ante la crisis del coronavirus. Una cosa se puede decir: nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia ni sobre la presión de actuar en medio de la inseguridad. En el desarrollo de la crisis se ha visto algunos políticos que vacilan en basar su estrategia en el principio de que el esfuerzo del estado por salvar la vida de todos sus ciudadanos debe tener prioridad frente al cálculo utilitarista de las consecuencias económicas que puede tener esa estrategia.

Entonces, la importancia de la filosofía radica, según Habermas, en que la historia de la filosofía debe llevarnos hacia una la idea de la dignidad de cada individuo de la especie humana y a que debe existir la igualdad de derechos entre todos ellos.

La dignidad del ser humano está en su libertad de pensamiento, pues el pensamiento construye mundos, un ejemplo de ello es que, sin la libertad del pensamiento filosófico, no nace el Cogito ergo sum de Descartes (principio fundamental de la filosofía moderna):

Pero enseguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto, soy, era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.

Por tanto, de faltar la filosofía en la vida del ser humano nos convertiríamos en una especie ciega, sorda y muda.