Antes de partir de viaje, en una cena con algunos amigos, tuvimos una discusión interesante, que dividía el grupo en dos frentes: los optimistas en relación al “progreso” y los pesimistas. Los primeros afirmaban que jamás en la historia de la humanidad, el mundo había estado mejor y argumentaban que la cantidad de muertos por guerra había bajado a un mínimo histórico a pesar de todos los conflictos actuales, que la vida humana se había alargado hasta superar una media de 70 años para ambos sexos, que el nivel educacional aumenta sin parar, que el estado de salud general es siempre mejor y que se han eliminado ya varias enfermedad, que antes causaban desastres. Además, baja la mortalidad infantil, el hambre y la cantidad de personas en un estado de pobreza absoluta. Todas verdades irrefutables, que narran una historia positiva sobre una humanidad en un mejoramiento gradual y constante.

Los pesimistas argumentaban, por su lado, que los seres humanos no habían aprendido aún a vivir en paz, que el avance tecnológico hace las guerras siempre más peligrosas, que el terrorismo aumenta, que falta una dirección política y moral, que nuestra civilización está basada en la destrucción de medio ambiente y el calentamiento global es una amenaza siempre mayor, además, que dependemos, siempre más, de materias primas que escasean y que podrían agotarse, como el petróleo. Por otro lado, la complejidad de la vida es tal, que el mundo y las sociedades modernas son difícilmente gobernables y el caos aumenta. En realidad, también fue difícil argumentar contra los pesimistas. Estos afirmaban, también, que las mejorías que hemos visto no garantizan un futuro mejor y que pensar en una continuidad progresiva, sin fin ni alteraciones, en el desarrollo humano, es ingenuo y en esto tenían razón.

Yo los escuchaba, casi sin participar, tomando nota mentalmente de todos los argumentos y después de la cena, quedé pensando sobre esto y mi conclusión fue que yo no soy ni optimista ni pesimista y que nuestro deber es ser realistas y afrontar cada peligro y riesgo en el mejor de los modos y sin negarlos. En realidad, tiendo por carácter a ser un poco pesimista. Pero es verdad lo que afirmaban los optimistas, hoy se vive mejor que ayer y esto lo demuestran los datos. Pero no podemos ignorar los riesgos y las propensiones a decisiones irracionales que caracterizan el género humano.

A menudo lo que llamamos progreso es destrucción y todo depende del punto de vista. Para las poblaciones autóctonas la conquista de América fue un desastre sin precedentes y para los colonizadores representó una posibilidad de enriquecerse, y en estas discusiones hay que tener presente los valores y la perspectiva. La segunda guerra en Iraq puede ser vista como algo positivo para la industria de armas, pero en la práctica fue una tragedia para millones de personas. Detrás de progreso existe una lógica de juego “a suma cero” o negativa. Unos pocos ganan, muchos pierden y los primeros hablan de progreso y civilización y los segundos de miseria, mientras las tensiones aumentan.

Durante mi reciente estadía en Londres, leyendo los periódicos y siguiendo las noticias, pude percibir una enorme preocupación sobre las consecuencias negativas del Brexit. Aumentan los impuestos, aumenta el déficit y la deuda, la economía pierde terreno y se habla de costos ingentes, que ponen al país en una situación delicada. Tony Blair y John Major, ambos ex primer ministros, llaman a una nueva elección para decidir sobre este tema de salir o no salir definitivamente de la Unión Europea. Pero el Brexit fue votado, como también fue votado Donald Trump, y esto demuestra que los instrumentos usados por los votantes para decidir sobre temas importantes no son válidos y además la opinión pública es fácilmente manipulable y esto nos lleva hacia el pesimismo.

Uno de los argumentos interesantes que no ha sido muy discutido es el futuro de la democracia en un contexto de alta complejidad, donde las decisiones requieren conocimientos profundos, reflexiones y diálogos calificados. En este sentido, tenemos que reconocer que la gente no está absolutamente preparada y que no lo estará en un futuro relativamente cercano. Los políticos buscan poder y consenso, usando siempre más técnicas de manipulación de corte populista y es tan fácil crear consenso sobre temas como el nacionalismo, la xenofobia, el miedo y la incertidumbre, pero estos argumentos no resuelven los problemas y peligros que afronta la humanidad y además representan la negación del diálogo e inclusión.

Al contrario, crecen los peligros y por eso, tratando de ser realista, caigo nuevamente en posiciones pesimistas. Pero mejor así, que autoengañarse y vivir de ilusiones. La humanidad ha dado pasos de gigante, pero afronta y tendrá que afrontar problemas enormes y sin fácil solución y por esto, y por otros motivos, es mejor prepararse sin esconder la cara ante ningún peligro. La derecha europea se está dejando inspirar por Trump y se despreocupa de la solidaridad y el ambiente. La socialdemocracia es siempre más débil e incapaz de proyectarse hacia el futuro y esto es otro elemento que me lleva al pesimismo, ya que políticamente estamos en la edad de piedra.