¿Han visto la pizarra electrónica que muestra la deuda externa de los Estados Unidos? Es una forma de hacer consciente a la gente de que crece cada segundo y amenaza la estabilidad económica y social de ese país.

Uno no puede creer que la pizarra va a volver a cero jamás. Sin embargo, por lo menos, los americanos tienen una pizarra de primer mundo para advertirles que si siguen debiendo dinero, en un futuro cercano, van al mero desastre. Nosotros, países pobres, no contamos con una buena pizarra. En el antiguo edificio de Monumental en la Avenida Central de San José, Costa Rica, teníamos una más rudimentaria que nos daba las últimas noticias. Uno iba a leer ahí sobre los sucesos, las guerras y las tragedias. Sin embargo, en el centro de San José, ni Monumental ni la pizarra quedaron. Nos hemos tenido que resignar a carecer de un instrumento que nos avise sobre cómo aumenta la nuestra. Tenemos, eso sí, economistas que nos advierten del peligro, pero una pizarra, con números luminosos, no.

Como andamos tan atribulados porque el Gobierno de tanto pedir prestado no puede pagar sus deudas, no nos hemos percatado que el partido gobernante ha creado una pizarra muy particular: la de lípidos. Así como lo oye: en cada segundo que aumenta la deuda, un gramo de grasa se agrega a nuestros mandatarios.

Tanto Luis Guillermo Solís, el presidente anterior, como Carlos Alvarado, el actual mandatario, engordan para alertarnos que vamos a la quiebra. Es una manera de mostrarnos el sufrimiento que les causa vivir de prestado. Luis Guillermo, por ejemplo, tanta grasa acumuló que tuvo que ser operado de la cadera y de la próstata, males relacionados con el exceso de lípidos. Cuando entregó el poder, la gente no sabía en qué momento Porcel había sido nuestro presidente. Y como su Gobierno fue origen del desastre actual, él se siente culpable y no para de comer.

Y con Carlos Alvarado, el nuevo gobernante, las libras suben y suben. Cada vez que la deuda con China aumenta, el cuerpo del presidente siente ansiedad. Cuando esta se incrementa en 10.000 colones, él se come dos entrañas con vino tinto. Al llegar a 100.000 colones más, se devora una pata de cerdo. Y cuando alcanzamos los millones por hora, nuestro mandatario corre a comer tamales. Tanto tememos por su salud que los diputados evangélicos rezan para que no se le antoje irse a McDonalds.

Sin embargo, está cada día más gordo y, en la medida que se acerca a Luis Guillermo, estamos cerca del juicio final. Su cuerpo nos dice que él tiene un problema de exceso y de dificultad en hacer recortes, tanto en alimentos como en las libras extras en el sector público, en las universidades y en la banca. Una secretaria de la Universidad de Costa Rica gana más que Trump y Alvarado gana un kilo más. Un rector tiene un sueldo de casi veinte mil dólares y Carlos se come un sundae de caramelo. Un funcionario bancario gana como seiscientos mil dólares en bonificaciones y nuestro Ejecutivo tiene que ir a cambiar su pantalón a Talla Grande. ¡Y qué se va a comer cuando sepa lo que gasta Epsy, nuestra canciller, en sus viajes! Cuando le llegue la cuenta de su último periplo a Europa, nuestro querido presidente seguro se va a atragantar con la langosta.

Los ticos miramos la pizarra de lípidos y no sabemos qué hacer. La culpa no es del todo nuestra: estamos más flacos cada día. Esta Navidad no tenemos ni para comprarnos un combo de Burger King. Tenemos que decidir entre pagar el impuesto al ruedo o la luz de la casa. Sin embargo, no queremos terminar sin presidente. Nos preocupa su salud y estamos inquietos; si Carlos revienta, nos toca la vicepresidenta que no puede contenerse con el gasto. Mejor hagámonos que no vemos nada.