La revolución informática, y su ebullición en las redes sociales, nos está dejando la aldea global como un manicomio en donde, al decir del famoso refrán, ni todos los que están por dentro son locos, ni todos los que andan por fuera son cuerdos.

Justo hace dos años y unos días murió Hans Rosling (7 de febrero del 2017), el gigante de los datos que buscaba erradicar la ignorancia en el mundo partiendo de dos premisas básicas: «no usar las noticias para entender el mundo» y «en lugar de dejarnos llevar por los prejuicios, la estadística tiene el potencial de abrirnos los ojos».

Las dos citas de Rosling se manifiestan patéticas en la crisis que afronta el régimen de Maduro en Venezuela, agudizado desde hace pocos días (el 22 de enero), cuando un perfecto desconocido, Juan Guaidó, hoy figura mediática internacional, se autoproclamó presidente interino en su calidad de presidente de la Asamblea de Diputados.

Es evidente que las noticias, sobre todo de ahí en adelante, nos vienen filtrando en el cerebro la imagen de un ogro que está dejando morir de hambre a su población al no permitir la entrada de alimentos y drogas que, a manera de ayuda humanitaria, le envía el mundo, liderado por Estados Unidos a través de las fronteras de Colombia y Brasil.

Se tiene que vivir en Colombia para ser espectador de palco reservado de esta falacia de razonamiento engañoso que copa el 50% de todos los noticieros de radio y TV, y buena parte de los editoriales y comentarios de la prensa corporativa, a mañana, tarde y noche.

El asunto es tan patético que los memes abundan en torno a Duque recordándole que es presidente de Colombia, no de Venezuela; y el youtuber más reconocido del país, Daniel Samper Ospina, en reciente producción, ironiza sobre Marta Lucía Ramírez al decir que, aunque siempre hable de Venezuela, en realidad es vicepresidenta de Colombia.

Agréguese el hecho de que los continuos viajes del canciller, Carlos Holmes Trujillo, a Washington, según su agenda de entrevistas con los halcones de Trump (Mike Pompeo, John Bolton, Elliott Abrams, Marco Rubio y Mauricio Claver-Carone), no es, por ejemplo, para tratar el intenso narcotráfico ni la expansión de los cultivos de coca en Colombia, sino para refinar la estrategia de conspiración contra el régimen de Maduro.

Y ésta es la hora en que ese canciller no le ha preguntado a Bolton (alto consejero de seguridad nacional), o si lo hizo no le ha dicho al país, si ese apunte en su libreta amarilla sobre el envío de «5.000 tropas para Colombia», era en serio o fue solo un mensaje de intimidación a Maduro. Porque, si es en serio, habría que recordarle a Trump que el historial de EE.UU, como agente de cambio de régimen, es un fracaso criminal, como en Afganistán, donde increíblemente negocia ahora con los talibanes, después de 18 años de balaceras y bombardeos… Ni se hable de los resultados, todavía frescos y activos de sus intervenciones en Irak, Siria y Libia. «No hay ninguna garantía de que Venezuela vaya a ser diferente», le dice The New York Times, en reciente «llamado urgente» (3 de febrero) para que se busque un acuerdo negociado con Maduro.

Y, claro, usando esas noticias para entender la situación de Venezuela, se nos olvida que la crisis humanitaria tiene su raíz en el cerco económico, comercial y financiero que sostiene EE.UU y sus aliados occidentales sobre Maduro hace rato, acelerada últimamente por el zarpazo que le pega al petróleo venezolano que se comercializa en territorio estadounidense, unos 11.000 millones de dólares anuales que, según el reconocimiento fast track de Trump al intrépido Guaidó, ahora solo él puede disponer el destino de tan cuantioso recurso.

En Colombia, para no quedarnos atrás del hostigamiento, aplicamos la presión a nuestra particular manera, por ejemplo, impidiendo el ingreso al país del recién nombrado presidente de Monómeros Colombo-venezolanos, Rónald Ramírez Mendoza y de un cantante, Omar Enrique, contratado para el internacional festival de Barranquilla, dizque porque son «simpatizantes de Maduro». ¡Vaya política de migración, la colombiana, en esta horrenda noche de Uribe-Duque!

Un ejemplo vivo de que las noticias a veces nos hacen entender el mundo al revés, es Juanes, el internacional artista colombiano (Tengo la camisa negra), quien, en su cuenta Twitter dice ver con buenos ojos que la gente luche por su libertad en Venezuela, y cierra los ojos ante la decisión en Colombia de negarle la libertad a los barranquilleros de disfrutar el show de su colega venezolano.

Para un espectador fuera de la órbita de este sainete político-económico, que no busca «restaurar la democracia», como se pregona, sino derrocar el socialismo para restaurar el neoliberalismo en Venezuela, la solución a la crisis humanitaria que padece la población, pasa porque Trump suspenda el bloqueo en todos los sentidos y Maduro permita el ingreso de alimentos y drogas… ¡Así de sencillo!

En esta Burundanga (la famosa salsa brava de Celia Cruz), hasta el papa Francisco ha llevado del bulto al proponer una salida a la crisis a través del diálogo; un diálogo saboteado antes por EE.UU cuando se estuvo a punto de un acuerdo en República Dominicana, en enero del 2018.

Tras concluir su reciente visita a Panamá, en el vuelo a Roma, el papa asediado por la prensa sobre el tema Venezuela, al que no había querido referirse en ninguno de sus discursos en desarrollo de la XXXIV edición de la Jornada Mundial de la Juventud, Francisco insistió en el diálogo para resolver la crisis; Maduro encontró en esta declaración una nueva oportunidad para pedir la intervención del papa en el diálogo, y quién dijo miedo: inmediatamente le respondió Washington rechazando cualquier intento de mediación, ratificando que Maduro ya no es el presidente legítimo de Venezuela. Y, Bolton, el más agresivo de los halcones, ironizó diciendo en su cuenta Twitter que le deseaba «un retiro largo y tranquilo en una bonita playa lejos de Venezuela, en lugar de estar en otra zona playera como la de Guantánamo».

Así, en este enrevesado mundo mediático, no deja de tener razón el ilustre Rosling: «no usar las noticias para entender el mundo» porque pueden llevarnos a quedar en el lugar equivocado, como es el caso de Venezuela, tomando partido por el causante del desastre humanitario que ahora posa de benefactor, liderando la ayuda humanitaria a la población que ha victimizado.

El pan nuestro de cada día

Pero, ¿quién puede vivir sin noticias?... Si, hasta cuando despertamos preguntamos a la primera persona que vemos, así esté en nuestra propia cama, ¿cómo amaneciste?

Pareciera que Rosling solo pronunció una frase propia de un ensimismado, sin aplicación práctica en la vida normal. Pero, cuando dice, «la estadística tiene el potencial de abrirnos los ojos», entonces, entiende uno que lo que indica el gran pensador es que, como decimos popularmente, «no hay que tragar entero».

Si la solución al problema de Venezuela fuera la ayuda humanitaria, ¿cómo es que esa ayuda humanitaria no se enfoca entonces a resolver la situación de los 40 millones de pobres en Estados Unidos (una vez y media la población venezolana –32 millones), que también se acuestan sin comer y se levantan sin saber qué van a desayunar? Y es el mismo caso de Colombia, en donde ya parecen normales las muertes de niños y niñas en los departamentos de la Guajira y el Chocó, entre otros, por inanición; y es el mismo de muchos lugares del mundo, África, como caso recurrente de hambrunas que asolan la población nutriendo la morbosidad de los medios y sus consumidores.

Así, siguiendo la línea trazada por Rosling, las estadísticas de pobreza global nos descubren, en términos de la FAO/2018, que el hambre en el mundo continúa en aumento, alcanzando los 821 millones de personas, ¡26 Venezuelas!, mientras, solo en EE.UU, se alista un presupuesto militar para este año fiscal de 616 mil millones de dólares.

Y, tras el tilín-tilín de EE.UU, marchan prestos los países latinoamericanos y su comodín, la OEA, explicable; pero inexplicable que la Unión Europea le apueste al juego sucio de Trump, un indeseable en esos lares, mutantes y aún víctimas de dos guerras mundiales del siglo pasado, avasallados hoy por una interminable migración de 5 millones de sirios que huyen de la «solución» estadounidense impuesta tras el derrocamiento de Bashar al Asad en marzo de 2011.

La única entidad que dejó claras las cosas en esta, fue la Cruz Roja Internacional que se marginó del plan de ayuda humanitaria que se proyecta desde Cúcuta, Colombia, no sin antes advertir que cualquier tipo de sanciones a gran escala contra Venezuela, como el embargo petrolero, por ejemplo, «tendrá consecuencias humanitarias».

La neutralidad de la ONU no es válida porque, precisamente, la ONU se creó, no para mirar indiferente a otro lado, cuando se comete semejante atropello e injusticia contra todo un pueblo, sino para condenar, así no impida, esos atropellos e injusticias de las cuales se han derivado todas las guerras habidas y por haber en el mundo.

Tal vez, aunque no sea necesario, para comprender a cabalidad las sentencias de Rosling sobre las noticias cotidianas y las estadísticas, sería oportuno asociarlas a un dicho más depurado y popular, atribuido discutiblemente a Napoleón: «Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla»; o, quizás, más poético y político en labios de Marx, basado en Hegel: «La historia se repite dos veces: primero como tragedia y después como farsa».

Fin de folio

Un brindis por Trump y sus aliados, como Duque en Colombia y su homólogo Guaidó en Venezuela, quien ya hizo el guiño a una posible intervención militar de Estados Unidos a su país a la caza de Maduro: si los supuestos abanderados de la democracia y la libertad pueden matar en nombre de la vida y hacer la guerra en nombre de la paz, digan todos conmigo:

«¡Oh, libertad!, cuántos crímenes se cometen en tu nombre»

(Madame Roland)