En el siglo XIX, teníamos un opio. En el XXI, tenemos, según Zizek, cuatro opios.

La frase «la religión es el opio del pueblo» es autoría de Karl Marx. Significa que la religión es usada por las clases dominantes como instrumento para controlar al pueblo, aliviando y dándole sentido a sus padecimientos mediante la idea de un mundo de dicha ilusoria y la promesa de una vida eterna. Para él las personas oprimidas por el sistema capitalista debían hacer una revolución para acabar con el capitalismo e instaurar un régimen comunista de igualdad y justicia social. Para Marx, la religión implica no solo la miseria real de la vida humana, sino una forma de protesta contra esta, como si la religión, en cierto sentido, se sustentara precisamente en la miseria del mundo y de la realidad que atormenta el alma humana. Aunque muy criticada, la frase no deja de tener sentido. El fundamentalismo es hoy día una droga para el pueblo que busca una salvación por medio de apegarse a textos y predicadores que prometen El Oro y el Moro. Ante el caos social, la salvación divina es la promesa de redención.

Pero otro opio del pueblo es el mismo opio. Por esto me refiero al consumo de substancias tranquilizantes, alcohol, Prozac y otras que sin ellas, pocos funcionamos hoy día. Una de las drogas más consumidas en Latinoamérica son las que calman los «nervios». Y esto mismo pasa en los Estados Unidos. Estudios han demostrado que en las universidades americanas, el 80% de los profesores consume algún tipo de tranquilizante. Y el Prozac y sus derivados se toman desde la niñez y aun ni siquiera se sabe cómo funcionan y qué cambios permanentes hacen en el cerebro. Las pastillas contra la ansiedad tienen efectos graves sobre la memoria. Si leemos las contraindicaciones de cada una de ellas, no podemos más que espantarnos de lo que estos nuevos opios hacen con nuestras cabezas. Los síntomas de abstinencia son terribles. Pero sin ellos, no podemos vivir.

Otro nuevo opio es ahora el populismo. Ese movimiento que carece de ideología pero que une a la gente con promesas de salvación y con soluciones simples, para ser entendidas por el populacho, es otra droga de salvación. Podemos mirar sus horribles resultados en Cuba, Venezuela y en todos los países que han caído en sus garras. Los progresistas latinoamericanos recientemente nos dicen que para salir de la recesión en que estamos, debemos repartir la riqueza. Esto suena genial pero es otro opio porque ellos no tienen la menor idea de cómo hacerlo y no caer en el desastre de Venezuela o de Cuba.

Finalmente, existe un opio aún peor. Zizek lo denomina como el consejo de los expertos. En cada programa y en cada discusión, tenemos a los expertos dándonos sus opiniones y la gente se le hace creer que con ellos, tenemos las respuestas a todos nuestros problemas. En la mayoría de los casos, los expertos no saben nada más que usted y yo. Graduados de universidades en que sus mismos profesores no leen más que un libro cada dos años, los expertos son un opio más. Si no me creen, miren la factura por servicios profesionales de nuestro gran experto en política: el presidente de Costa Rica escribe «servicios profesionales» con c.