Estas semanas ha saltado una nueva noticia acerca de la fortuna del actual rey emérito Juan Carlos de Borbón. Una fortuna tan grande como desconocida para los españoles, esas personas que aún hoy seguimos pagándole un salario más que generoso -15.000 euros mensuales- sin obligación de desempeño de función alguna o, dicho en otras palabras, por no hacer nada.

La noticia en cuestión ha sido en relación a cien millones de dólares que presuntamente el exjefe de Estado recibió del rey de la dictadura de Arabia Saudí. La noticia saltó tras la supuesta donación de más de 60 millones de euros que hizo Juan Carlos a su examante Corinna Larsen a través de una cuenta que tenía en Suiza. Curiosamente este hecho noticioso no ha sido considerado como tal por medios de supuesto prestigio como El Mundo, El País o La Vanguardia, por nombrar algunos, dado que a día de hoy no hay mención alguna en sus portadas. Tampoco parece ser algo especialmente llamativo o relevante para diversos grupos políticos entre los que se cuenta el PSOE puesto que al parecer no están a favor de realizar una comisión de investigación en el Congreso. Esto no es nada nuevo pues ya se opusieron en 2018 a que Corinna testificase en el Congreso tras salir a la luz unas grabaciones en las que hablaba de las cuentas que el exmonarca tenía –y parece que sigue teniendo- en paraísos fiscales.

Todo por España, menos mi dinero

Resulta lo menos curioso, además de indignante, que el que fue máximo representante del Estado tenga una fortuna repartida por diversos paraísos fiscales. Gracias a los «Papeles de Panamá» se supo que la familia Borbón tenía una cuenta opaca en ese paraíso fiscal y tampoco fue considerado como algo importante por el entonces gobierno del Partido Popular, pues rechazó tratarlo en el Congreso.

Estas revelaciones no hacen sino confirmar la total hipocresía de una familia que dice amar España pero que al mismo tiempo elige llevar su fortuna a paraísos fiscales para evitar tributar en ese país que tanto dicen querer y respetar. Un país cuyas arcas públicas mantienen, a cuerpo de rey, a toda su familia. Y es que cada nueva revelación sobre la fortuna de esta familia no hace sino constatar que el eslogan tan cacareado de «Hacienda somos todos» no es solo una falacia, sino un insulto a la inteligencia. Esto quedó sobradamente confirmado en el juicio del Caso Nóos, en donde el abogado de la Infanta esgrimió como argumento de defensa que la frase en cuestión no era más que un eslogan publicitario.

Todo por el pueblo, pero sin el pueblo

Visto todo lo anterior puede deducirse que la familia Borbón es más dada a aceptar el dinero de las arcas del Estado que a aportar su parte correspondiente. Aceptan gustosos el dinero de los españoles pero en lo relativo a la opinión de éstos la cosa cambia. Hemos visto en numerosas ocasiones a Juan Carlos o Felipe hablar de las bondades de la democracia y lo valiosa que es, pero en ningún momento les hemos visto apoyar públicamente el derecho a decidir de los españoles sobre si queremos una república o una monarquía. Habrá quien diga que el Rey no debe pronunciarse políticamente, pero la realidad es que en otros casos lo ha hecho, como es el caso del movimiento independentista catalán.

Lo cierto es que en este aspecto la familia Borbón no es tan culpable como sí que lo son los partidos políticos que llevan gobernando este país desde hace más de cuarenta años. La figura del Rey fue metida con calzador en la Constitución de 1978, tal y como confesó Adolfo Suárez en una entrevista, puesto que si se hubiese realizado un referéndum al respecto los datos indicaban que la monarquía lo perdería. Todo tremendamente democrático. Años más tarde, en 2014, cuando Juan Carlos abdicó en favor de su hijo Felipe, tampoco se consideró la posibilidad de hacerlo y los grupos entonces mayoritarios del Congreso, PSOE y PP, vetaron esa posibilidad de la misma manera que han rechazado investigar cualquiera de los escándalos de la familia Borbón anteriormente descritos. Todo muy propio de esa pantomima de Estado de Derecho que llamamos España.

Riéndose de los españoles

Comenzaba este artículo con un subtítulo un tanto arriesgado pero creo que representa bastante bien el comportamiento de la monarquía española durante todos estos años. Han sido 45 años durante los cuales el Rey ha gozado de inviolabilidad –inmunidad ante la Ley-, la cual parece haber aprovechado para realizar todo tipo de actos ya no solo reprobables, sino directamente ilegales. Más de cuatro décadas de fortunas ocultas, diversas amantes, amistades con dictadores, cacerías de animales con el único objetivo de matarlos y cero responsabilidades legales. Sin embargo, también ha tenido tiempo de retransmitir mensajes para el que dice ser su pueblo pidiendo ejemplaridad a los cargos públicos, afirmando que la ley es igual para todos o cargando contra la corrupción. Si alguien busca un buen ejemplo de lo que significa ser un hipócrita, aquí tiene uno que es la misma definición de la palabra.

Resulta admirable que a Juan Carlos no se le escapara ni una sonrisa cuando grababa estos mensajes –aunque he de confesar que me encantaría ver las tomas falsas- puesto que afirmando tales cosas lo que estaba haciendo era, literalmente, reírse en la cara de todos los españoles, es decir, su pueblo.

Sin embargo todos estos comportamientos no parecen ofender a los «españoles patriotas de bien». Me refiero a esos españoles que pusieron el grito en el cielo cuando Dani Mateo se sonó la nariz con la bandera española en 2018 pero parece no importarles que el actual rey emérito lleve 45 años limpiándose el culo con nuestra Constitución, nuestras leyes, nuestras instituciones y en definitiva con el Estado entero. En resumen, Juan Carlos se pitorrea del conjunto de la ciudadanía y ésta le ríe las gracias.

Y seguirán saliendo a la luz escándalos y corruptelas con la familia Borbón de por medio y gran parte de la ciudadanía seguirá apoyándoles. Si decía antes que el término «hipócrita» define perfectamente a Juan Carlos –aparte de «déspota»-, creo que sería lógico afirmar que los términos que definen fidedignamente a sus defensores son los de «lacayo» y «borrego».