Las uñas de su mano derecha, largas y recias, eran el último eslabón del talento de un genio. La síntesis del todo por donde se derramaban sobre las seis cuerdas su ingenio, su alma, o como dicen los flamencos, su duende. Con esas manos el maestro gaditano influyó de manera determinante en la historia de la música y en la evolución del flamenco.

El 24 de octubre se estrenó Paco de Lucia: la búsqueda, el documental que sirve de homenaje a la figura del genio de la guitarra que nos dejó inesperadamente el pasado mes de febrero. Nadie mejor que su hijo, Francisco Sánchez Varela, para encabezar este proyecto desde las entrañas de la vida del guitarrista. Una mirada profunda y en primera persona en la que se destaca, a través de pinceladas de su historia, el proceso creativo de un talento único. Con tan solo siete años recorrió el mástil de una vieja guitarra haciendo sonar una escala que su padre intentaba enseñar a su hermano Pepe. Paco dijo: “Eso es muy fácil”, y lo pareció. Su padre, guitarrista de profesión, vio antes que nadie lo que el mundo disfrutaría años después.

Talento y disciplina son las dos palabras que definen a Paco de Lucía. Su capacidad musical era evidente, pero su padre le enseñó lo que marcaría la diferencia: la disciplina, el esfuerzo incesante para sí mismo. A sus pocos años, su padre le sentaba siete horas diarias con la guitarra. Entendió que el talento no debe ser gratuito, sino una exigencia mayúscula personal. Esto explica su enfermizo perfeccionismo del que hizo gala en muchas declaraciones. “Cuando compongo algo que me gusta soy un ratito feliz. Al día siguiente, lo escucho y pienso que es una mierda”, decía en una entrevista hace dos años. Este sentir frustrado le acompañó toda su vida y fue el vehículo para superarse en cada disco y en cada actuación.

No escondía que era un sufrimiento tanta exigencia. Amaba profundamente la guitarra y la odiaba de igual manera, y esto era lo que le hacía evolucionar. Decía el maestro que no creía en los genios “sino en el talento y el trabajo. El genio es aquel que sigue sintiendo que no sabe nada”. Aún así, el talento se le caía en cada nota. Nadie tocó tan templado y con el pulso tan justo. El flamenco es un derroche de emociones y es fácil dejarse llevar. El maestro Paco de Lucía sabía controlarse, mantener el compás; según él, lo más importante del flamenco. En un ensayo identificaba perfectamente si era el taconeo de un bailaor o el grave del cajón lo que estaba fuera de ritmo. Tenía un metrónomo de la cabeza a las manos, y así su música fluía con la cadencia adecuada en cada momento.

No es difícil identificar la guitarra de Paco de Lucía. Nadie tocó tan perfecto y a tanta velocidad, pero por entonces, cuando era un adolescente, todavía faltaba un elemento fundamental: la creación. En una gira por Estados Unidos, acompañando a un bailaor, conoció a Sabicas, uno de los grandes de la guitarra de entonces y un referente para Paco. “Niño, toca algo”, le dijo Sabicas en la habitación de un hotel de Nueva York. Paco tocó una pieza de Niño Ricardo, su gran influencia hasta el momento, y Sabicas le replicó:”Tocas bien, pero si quieres sentirlo, debes tocar tu propia música”. Esta frase trastocó todo el mundo interior del guitarrista y le abrió las puertas a un océano de posibilidades.

Paco de Lucía se replanteó todo, fue como partir de cero. Nuevamente la frustración y la exigencia le hicieron evolucionar. No bastaba con acompañar a los cantaores del momento, y comenzó a crear y a sacar a la guitarra del segundo plano del flamenco. “Conocer a Camarón es lo mejor que me pasó en la música. Era alguien de otro planeta”. Para el maestro fue lo mejor, y para el flamenco una explosión, un big bang para el género, que dio al traste con todo lo establecido. Un punto y aparte. Se encontraron dos personalidades tan distintas como complementarias. Introvertidos, inquietos y curiosos. Camarón era un diamante en bruto que Paco supo pulir, y el de la Isla le abrió las puertas de lo que andaba buscando. Otra vez la búsqueda, sí, y juntos encontraron la fórmula para derribar los muchos muros del purismo.

Camarón le puso melodía al cante, musicalidad. “Hasta que José apareció, los cantaores gritaban, y algunos ladraban como un perro. Escuchar a Camarón era otra cosa”, decía Paco. El guitarrista tenía mucho mundo recorrido cuando conoció a Camarón, pero solo este le enseñó el camino de la evolución. Un día en casa del maestro, Camarón vio un sitar de la India y se lo llevó al estudio. “Lo quiero meter en mi próximo disco”, dijo. Y sonó, vaya si sonó, en “La leyenda del tiempo”, el disco que cambiaría la historia del flamenco. A pesar de muchas teorías difamatorias, Paco de Lucía, que no participó en ese disco, fue requerido por Camarón para dar el visto bueno. Para el de San Fernando era importante la opinión de su otra mitad en esta aventura.

El Paco universal

“El flamenco siempre fue una música de tercera categoría, de gitanos, de clase baja. Mi orgullo es haber hecho que la conozcan en todo el mundo”, contaba el maestro cuando se le preguntaba por su huella musical en la historia. En 1976, Jesús Quintero y la canción Entre dos aguas elevaron a Paco de Lucía a los altares del show business. Luchando con su extrema timidez, el periodista y manager le propuso darse a conocer en los medios. El impacto fue brutal, y por primera vez tocó una canción desconocida hasta el momento, Entre dos aguas. En pocos meses este tema se convirtió en todo un hit oído en las discotecas. Una canción que había nacido como relleno para terminar su álbum Fuente y Caudal. Tan simple como una improvisación con un bajo y unos bongos. A pesar de no sentirse bien con esta nueva faceta por el azote incesante de los puristas flamencos, el maestro entendió que era la oportunidad de que el mundo conociera la música de su vida.

Por primera vez en la historia abrió las puertas del Teatro Real de Madrid un intérprete flamenco. Los puristas se rendían a la evidencia. Ya en Estados Unidos tocó en el Madison Square Garden, en el Royal Albert Hall, y tantos otros donde no daban crédito a lo que veían y oían. La técnica flamenca era desconocida en el reino del rock and roll, donde las guitarras sonaban con púas. Ver la velocidad que alcanzaba Paco tocando con los dedos resultaba increíble para muchos músicos. Virtuosismo honesto el de la guitarra flamenca, que aúna la armonía, la melodía, y la percusión.“Después de escuchar a Paco de Lucia he comprendido que no sé tocar la guitarra”, dijo Mark Knopfler en una ocasión.

Pero el maestro también encontró algo en esta búsqueda de experiencias. Dos de los mejores guitarristas de jazz, Larry Coryell y John Mclaughlin, le propusieron tocar en una sesión con ellos. Paco, tan metódico y hermético por su educación flamenca clásica, sufrió como nunca en el escenario al descubrir que no sabía improvisar. Larry Coryell le explicó algo que para él iba a ser un respiro y una ventana a la felicidad. Nunca tocó tan relajado como cuando lo hizo con estos músicos. Por primera vez, no necesitaba ser perfecto, simplemente dejarse ir. El disco en directo de San Francisco que grabó con Al di Meola y McLaughlin quedará para la historia. Una maravillosa muestra de talento, fusión y verdad. El mismo que derrochó con inmensa sensibilidad en la versión que hizo del Concierto de Aranjuez con el maestro Rodrigo presente.

El genio de las seis cuerdas había conseguido que el gran público sintiera el flamenco, aunque no lo entendiera. Paco de Lucía tenía un aura tan especial encima del escenario, que de sus manos salía un lenguaje universal. Siempre dijo que el flamenco no era popular, porque no se entendía. “Paco es el mejor símbolo de lo que es una estrella, porque vuelve loco al que sabe y encanta al que no sabe de esto”, decía Manolo Sanlúcar.

Nunca pretendió nada más que gustarse a sí mismo, y lo que fue un suplicio para él por su exigencia infinita, se traducía en una calidad extrema en todo lo que hacía. Se definía en muchas ocasiones como un gruñón insoportable. “Desde que me llaman maestro soy un amargado”, solía decir. Paco de Lucía fue más que un guitarrista excepcional. Fue un artista global, revolucionario, influyente, creador, comprometido, de los que aman por encima de todo lo que hacen, pero al mismo tiempo les duele. En su casa de Playa del Carmen encontró el refugio ideal para huir del maestro y entregarse a la indolencia más absoluta. “Yo no necesito nada, estaría todo el día echado”, decía. Y ahí se quedó, para siempre. Ya no subirá a un escenario con su guitarra, pero por todas las veces que lo hizo, Paco, te salió bien, descansa en paz.