Diane Keaton, Michael Caine, Dianne Wiest (en dos ocasiones), Mira Sorvino, Penélope Cruz y Cate Blanchett han recibido Óscars por sus películas. Geraldine Page, Maureen Stapleton, Mariel Hemingway, Martin Landau, Judy Davis, Chazz Palminteri, Jennifer Tilly, Sean Penn, Samantha Morton, Sally Hawkins y él mismo han recibido nominaciones. Si nos vamos a la lista de los Globos de Oro, las cifras de nominados y premiados aumentan (añadan Mia Farrow tres veces, Jeff Daniels, Tracey Ullman, Scarlett Johansson, Javier Bardem, Rebecca Hall y Owen Wilson). Estas cifras nos dicen que Woody Allen debe ser un gran director de actores. Pero múltiples declaraciones recogidas a lo largo de los años en papel, audio y vídeo podrían hacer pensar que no lo es tanto. Se dice que no repite las tomas más de un par de veces aunque los actores se lo pidan, que no entra a discutir la motivación de los personajes que ha escrito con aquellos que les van a dar vida, que solo manda las partes del guión que corresponden a cada intérprete (con alguna excepción relacionada casi siempre con su admiración hacia el/la recipiente o a que éste/ésta salga en casi todas las escenas), que rueda en planos-secuencia pensando en ahorrar tiempo y enfurece si algún intérprete arruina las tomas por liarse con la coreografía de acciones y frases cruzadas. Apenas hace primeros planos o cobertura para que cada uno tenga su momento de lucimiento. No trata en ocasiones con los actores hasta estar en el rodaje, y por supuesto no hace ningún ensayo. Hablamos de alguien que fue capaz de rodar Septiembre (1987) dos veces, renovando casi todo el reparto sin contárselo hasta más adelante (excepto Farrow y Wiest) por lo descontento que había quedado con el resultado final. Se diría que los actores no le importan mucho. Y sin embargo...

En la notable Woody Allen: El documental (Robert B. Weide, 2011), imprescindible para cualquiera interesado en la figura del director, asistimos a una auténtica rareza, una joya inolvidable captada en vídeo para deleite del espectador. En verano de 2009 y como parte del gran acceso que Allen concedió a Weide y su equipo, las cámaras del documental asistieron a un par de días de rodaje de la magnífica Conocerás al hombre de tus sueños (2010). Ver a Woody Allen trabajar, marcar la coreografía con el operador de cámara y sus intérpretes para un plano-secuencia con tres personajes y casi diez minutos de duración, tratar a un nervioso Josh Brolin que sólo quiere complacerle o dirigir con la mayor de las (aparentes) desidias es algo increíble. Pero la joya de la corona de esa visita la pone una breve entrevista con Naomi Watts, hecha en un momento de descanso del rodaje, donde la mujer afirma: “Sabe exactamente lo que quiere y no se mete para nada en tu camino para conseguirlo. Me costó un tiempo darme cuenta, pero he llegado a la conclusión de que es el mejor director de actores con el que he trabajado, y eso que he trabajado con algunos muy buenos”. A lo que Watts se refiere, algo que corroboraría con brillantez Cate Blanchett años más tarde al dar entrevistas por Blue Jasmine (2013), es a que Allen deja que sean los actores los que pongan en carne y emoción lo que ha escrito porque ese es su trabajo, pero sin dejar de ser inflexible y hasta puede que cruel en sus juicios cuando no considera que hagan bien ese trabajo. Woody Allen y su inseparable directora de casting Juliet Taylor contratan a la mejor gente posible para unos papeles para los que en muchas ocasiones ni han hecho una prueba que demuestre su valía. Es, ante todo, una operación no exenta de riesgo.

El cine del neoyorquino está lleno de interpretaciones magistrales que pasarán a la historia del cine con toda justicia. De personajes memorables y momentos cómicos y dramáticos perfectos como resultado del talento de un intérprete y un guión. Pero como una vez apuntó un gran amigo del que esto firma, también tiene la tendencia de fichar a las figuras más populares del momento para sus películas, a veces con resultados más bien discretos. Esto no sucede siempre (recordemos que dio su primer papel en cine a Hayley Atwell en Cassandra`s dream (2007) o que usó a Greta Gerwig para A Roma con amor (2012) antes de que la joven fuera tan popular como ahora), pero pasa con cierta frecuencia, solo hay que comprobar la presencia de Blake Lively y Kristen Stewart en su último largometraje, que llegará este año a las salas, o el recién anunciado fichaje de Miley Cyrus para su serie de televisión con Amazon. La ristra de apabullantes nombres para roles nimios en su cine (Marcia Gay Harden, Ornella Muti, Léa Seydoux, Elaine May, Uma Thurman, Olympia Dukakis, F. Murray Abraham) da prueba tanto de esto como del hecho de que en la actualidad casi nadie se resiste a decir que sí a su llamada. Y eso que paga el salario mínimo que establece el Sindicato de Actores, ya que sus presupuestos son siempre bastante ajustados.

En el maravilloso libro-entrevista que Eric Lax publicó en 2008, recogiendo más de 30 años de charlas con el director y guionista, se aborda el tema de su relación con los actores, que con el paso del tiempo se ha convertido casi en un cliché al que muchos periodistas recurren cuando entrevistan al reparto de sus filmes en plena promoción. La respuesta no puede ser más sencilla y demoledora: “Contrato a los actores que contrato porque son los mejores en lo suyo, y mi trabajo es quitarme de en medio para que me den esa grandeza.” Llega hasta bromear al decir que sabe que los actores son criaturas inseguras, y entiende que necesiten alguna palmadita en el lomo de vez en cuando para sentir que lo han hecho bien. También comenta que busca repartos, sobre todo masculinos, que puedan interpretar a tipos normales y corrientes, y argumenta que esa es la razón por la que nunca ha intentado trabajar con leyendas como Al Pacino o Robert De Niro, porque siempre hacen algo extra-ordinario. Para hacernos una idea de su referente en cuanto a cotidianeidad se refiere, trató de ofrecerle el papel protagonista de Desmontando a Harry (1997) a Dustin Hoffman o a Albert Brooks.

Ante todo, el cineasta busca naturalidad en la interpretación. Ésa es su máxima dirigiendo sus repartos: “Sé más natural. Que suene natural. Si tienes que inventarte las frases porque las mías no te suenan bien, hazlo, pero que sea para ser más natural y creíble”. Por supuesto que repetirá tomas si los intérpretes no están bien, si todavía se están haciendo con sus personajes (el cine se rueda casi siempre no por orden cronológico, sino en función de la disponibilidad de lugares e intérpretes) y el resultado no se asemeja a lo que él quiere. Solo busca algo distinto si un personaje debe ser extravagante por efecto cómico o explosivo como parte de su rasgo dramático. Y en esa búsqueda está parte de la dificultad de trabajar con alguien así, que busca eso pero no te da muchas armas para lograrlo, o te da la mejor pero también la más imprecisa: la total libertad. Hay que ser por lo tanto muy bueno para poder lograrlo, aunque de entrada se cuenta con unos diálogos que suelen estar escritos con un primor intachable y unos personajes bastante bien definidos por lo que dicen y hacen desde la página. Woody Allen no es el mejor director de actores del cine, ni siquiera uno de los mejores, así que los espectaculares resultados interpretativos de muchas de sus películas son los frutos de una comunión entre talentos, hecha con una parte de inconsciencia (por eso se dan algunos tan débiles en ocasiones) y otra de absoluto respeto mutuo. Casi la definición misma de la esencia del séptimo arte.