Resulta curioso, pero después del agua, el té es la bebida más consumida del mundo. Y aunque el agua se considere la fuente de la vida, el té resulta una bebida tan extendida por infinidad de civilizaciones y lo es desde tiempos inmemoriales que no debemos pasar por alto el porqué de sus exquisiteces. Las razones empiezan porque el té suma a su deliciosos sabor (sea cual sea su variedad) unas propiedades sumamente beneficiosas para nuestro salud. Por lo pronto, y aunque entraremos en más detalles, multitud de investigaciones de diversas universidades occidentales constatan que, hoy por hoy, el té debería ser “casi obligatorio” para una buena salud: se trata de una bebida indicada para la prevención de múltiples trastornos de nuestro organismo como ciertas enfermedades cardiacas, cáncer, diabetes o colesterol. Aúna a todo ello sus propiedades antimicrobianas y los beneficios que aporta a nuestro sistema nervioso.

Fuentes reconocidas en materia de nutrición y dietética, como Katherine Tallmadge, portavoz de la asociación Dietética Americana, define las propiedades del té: "Creemos que es una gran alternativa frente al consumo de café. El té tiene menos cafeína y además está reconocido que algunos de sus principios, como los flavonoides, son recomendados para la salud de nuestro corazón o previene distintos tipos de cáncer”.

Además existen infinidad de variedades de té, para todos los gustos, aunque nos centraremos en los más reconocidos y beneficiosos, tanto para nuestra salud como para nuestro paladar. Estos son el té verde, el té negro, el té blanco, el té oolong y el té pu-erh. Todos ellos vienen derivados de la planta camellia sinensis, un arbusto nativo de China y la India que contiene poderosos y exclusivos antioxidantes, conocidos como flavonoides, que nos protegen contra los radicales libres que pueden contribuir al desarrollo de enfermedades anteriormente citadas.

También existe la equiparación del té -y la teína- con la cafeína del café pues está más que demostrado que estos tés contienen también cafeína y teanina, encargadas de estimular nuestras funciones cerebrales y aumentar el estado de alerta mental.

Entre los diversos tés existen sutiles diferencias. Por ejemplo, cuanto más procesada este la hojas de té, este albergará menos contenido de polifenoles, entre los que se encuentran los flavonoides. En este sentido, por ejemplo, el té oolong y el té negro se oxidan más fácilmente y están más fermentados. Así pues, contienen menor concentración de polifenoles que el té verde. Y aún así, estos tés mantienen un alto poder antioxidante. Esto es lo que algunos estudios han encontrado acerca de los potenciales beneficios del té:

  • El té verde. Se trata de uno de los más saludables y reconocidos. Sus propiedades antioxidantes le confieren una gran capacidad preventiva y beneficiosa en cánceres como el de vejiga, mama, pulmón, estomago o pancreas entre otros. Ayuda además a evitar la obstrucción de las arterias, quema grasas, contrarresta el estrés oxidativo en nuestro cerebro, o reduce el riesgo de trastornos neurológicos como el Alzheimer o Parkinson. Al mismo tiempo, reduce el riesgo de accidentes cerebrovasculares y mejora los niveles de colesterol. El té verde es el predilecto de los chinos. Se consume sin fermentar. Lo que se hace con las hojas del té verde es secarlas al sol o en desecadores especiales.
  • Té negro. Cuidado con la capacidad excitante del té negro, pues tiene el más alto índice de cafeína. Además, este té forma parte de otras “recetas” de tés saborizados como el chai. Diversos estudios han demostrado que el té negro puede proteger los pulmones de los daños causados por la exposición al humo del cigarrillo. Y también puede reducir el riesgo de accidentes cerebrovasculares. Las hojas del té negro son fermentadas en salas húmedas y calurosas con diversos métodos que le confieren ese carácter especial. En China también se le conoce como té rojo. Esto simplemente difiere por la tonalidad de su hoja en el proceso de fermentación.
  • El té blanco. Un estudio demostró que el té blanco tiene las propiedades más potentes contra el cáncer, en comparación con los tés más elaborados. De hecho, el té blanco posee las propiedades antioxidantes más elevadas respecto a cualquier té y entre sus beneficios están desde mantener nuestra piel radiante y nuestros huesos fuertes. Además previene ciertas enfermedades coronarias y reduce el colesterol.
  • Té Oolong. Diversos estudios confieren a este té propiedades antioxidantes especialmente beneficiosas en los níveles altos de colesterol. Se trata de un té muy venerado por los monjes budistas, que incluso entrenaron monos para recolectar sus hojas de las copas de los árboles de té silvestre. Es sin duda, una bebida básica en la cultura asiática. Con un aroma que recuerda a la orquídea para unos, al jazmín para otros, a veces es conocido como el "Dragón Negro". Sus hojas son potentes y efectivas en la reducción de los niveles de colesterol, el mantenimiento de los huesos fuertes, la salud del corazón y el fortalecimiento del sistema inmunológico.
  • Té Pu-erh. Realizado a base de hojas fermentadas y envejecidas, en algunas regiones se considera una variante del té negro y múltiples estudios apoyan sus bondades en la regulación del colesterol.

Además de los ya mencionados, podemos encontrar una amplia variedad de tés. A saber, el té de hierbas, frutas, semillas o raíces infusionadas en agua hirviendo. Todos ellos tienen menores concentraciones de antioxidantes que el té verde, blanco, negro u oolong. Pero sus composiciones químicas varían ampliamente dependiendo de la planta utilizada. Entramos, entonces, en aspectos fitoterapeúticos con la utilización de variedades como el jengibre, el ginko biloba, el ginseng, el hibisco, la menta, los rooibos (también conocido como té rojo), la camomila o la equinácea.

Su historia y curiosidades

Como decíamos al principio, el té es la bebida de mayor consumo en el mundo, tras el agua. Su llegada a Europa se produce durante el siglo XVI. Y lo hace de manos de los portugueses, quienes todavía lo llaman "cha" (de la fonética mandarína 'Tche').

Aunque originariamente muchos lo sitúan en China o la India, sus primeros vestigios se encuentran a medio camino entre ambas potencias, concretamente en el valle de Assam, a orillas del río Brahmaputra. Su planta puede oscilar entre uno y tres metros de altura. Visualmente, presenta un aspecto imponente, con hojas siempre verdes y con flores de color blanco o rosado. En China ya se consumía en torno al 2.700 a. de C., bajo mandato del emperador Sheng-Tung, quien ordenó su consumo tras comprobar sus galenos que en aquellas regiones donde más se consumía descendían las epidemias.

Fue durante la dinastía Ming cuando el té empieza a ser preparado en forma de infusión. El proceso ya era sencillo: se molían sus hojas secas, que eran añadidas al agua hirviendo y se agitaba con una rama de bambú. Siglos después, al inicio del XVII concretamente, la Compañía de las Indias Orientales vislumbró sus posibilidades comerciales y decidió exportarlo a Holanda, primero, y después a Inglaterra ya con finalidades terapeúticas.

Pocas bebidas y plantas tienen el privilegio de tener, además, un tratado propio. Se trata del escrito más reconocido de esta bebida, el Ch'asu, cuyo autor, Hsu Ts'eshu se animó a escribirlo en el siglo XVI. Y hoy en día sigue siendo un referente gastronómico y saludable.