A veces la vida, como si de un torrente furioso de agua se tratara, te desvía de tu camino y te obliga a buscar otro sendero y a transitar por lugares que jamás hubieras imaginado.

Por diversas circunstancias, hace unos años mi vida cambió y me vi en la necesidad de abandonar mi casa, mi bonita casa, y buscar refugio entre otras paredes que no las sentía como mías.

Apenas unos días antes de mudarme a mi nueva casa vi en Facebook la fotografía de una acuarela de un jarrón de lilas que una amiga pintora compartía. No tardé un minuto en escribir a la autora, Marga Vázquez, para pedirle que me la reservara. Sentí que aquella acuarela sería el primer cuadro de mi nueva casa. No, sería algo más, sería el primer objeto que habitaría en el que yo creía que iba a ser mi nuevo hogar; me daría calidez, me haría sentirme bien en esa nueva vida que empezaba entonces.

Esa nueva vida vino acompañada de una estampida de palabras que comenzaron a salir de mi cabeza para dar forma a sueños, tristezas, alegrías y todo un batallón de sentimientos, a veces rebeldes y en otras ocasiones demasiado reveladores de mí misma. Un sueño cumplido que acaba de publicarse en forma de pájaro de papel en el que intento descubrir la magia que habita en lo cotidiano.

Sin embargo, han pasado ya tres años desde que compré aquella acuarela y todavía no exhibe orgullosa sus colores en las paredes de mi casa, ni siquiera ha tenido el honor de que la vista con un favorecedor marco.
Es verdad que en más de una ocasión la he rescatado de su descanso en el altillo de la estantería y la he paseado en busca de un taller donde la pusieran a punto para lucirse en alguna de las paredes de casa. Pero incomprensiblemente siempre ha vuelto igual que ha salido: desnuda.

Cuando esto me ha sucedido, y tras largas cavilaciones, llego siempre al mismo callejón: tal vez no haya llegado el momento, quizá todavía no siento que la casa que habito sea mi hogar, quizá… quizá… El hecho es que la acuarela sigue sin decorar mi vida…. y han pasado muchos meses.

Creo firmemente que todo sucede por algo, y ahora sé que estaba en un error, que he estado durante mucho tiempo alimentando una idea equivocada, pues creía que esas lilas serían la puerta a mi nueva vida, que decorarían mi camino.

Cuando hace unas semanas mi editor me preguntó si tenía alguna idea para la portada de mi nuevo libro, La magia de lo cotidiano, mi cabeza inmediatamente corrió a traerme el recuerdo del jarrón de lilas. Efectivamente, aquellas flores serían el umbral de mi nueva casa, pero entendí que no estaba hecha de ladrillos… ¿Acaso no es la portada de un libro la puerta de entrada a una nueva historia, a un nuevo sueño?