La Humanidad es un Multiverso.
Ergo, cada sapiens es un Universo con sus leyes físicas y mentales propias.

(Yo)

Lo más antiguo guardado en mi memoria — me lo afirma quien me piensa, Yo —, comienza con lo que los humanos tenemos impreso en el cerebro: Yo, sujeto elíptico al que informamos la totalidad de lo que pensamos y, paralelamente, él nos lo repite todo a nosotros mismos. Después de ese «pronombre personal», se suma todo lo demás: el verbo de lo sucedido, sucede o sucederá al que eres «tú» y tu circunstancia -espacio y tiempo donde tuvo, tiene o tendrá lugar el hecho-. Los recuerdos de cada sapiens son únicos, diferentes, incomparables en cada uno de ellos/as. Y más allá de incalculables posibilidades que ofrece el Segundo Sistema de Señales de «metaforizar-los» (combinar significantes que producen «nuevos significados»), sigue frustrándonos «lo incomunicable» mediante palabras, imágenes o cualquier otro lenguaje de expresión para contarnos lo «vivido o imaginado».

Las preguntas que necesité responderme en el momento más confuso de mi vida fueron: cuándo, cómo, por qué y para qué debo decir a Lázaro Buría Pérez –o sea, Yo-, quién y qué es, y las causas (¡no solo las muchas cópulas placenteras de mis ancestros y de cómo ocurrieron sucesivamente sus vidas hasta llegar a la mía!), que lo crearon como el ser vivo que es, aunque no siempre sea el mismo en virtud del movimiento incesante del «Yo», que supone nacer, crecer, vivir, envejecer y morir -¡sumando constantemente nuevos saberes, casi todos inservibles para prepararnos ante las contingencias que nos ocurrirán en los sucesivos futuro que siempre nos sorprenderán mañana!-.

Los autodesafíos cognitivos de quienes pertenecemos a la especie humana son -¡o al menos me lo parecen a mí! -, peligrosamente a-políticos, a-religiosos y a-económicos, pero nunca a-sexuales, aunque cuando uno mira y escucha a su alrededor parece lo contrario. Sin embargo, gracias a ello, logramos multiplicarnos, autodomesticarnos y producir civilizaciones. Todo eso, compulsados por un Yo, que todavía el saber religioso o científico ignora quién o qué es. Hace 30 años no hubiera sido capaz de explicar lo que acabo de escribir. Entre otras razones porque no lo sabía con la certeza necesaria para considerarlo «verdad», pero mi intuición me lo sugería.

Aquí contaré cómo tales «pre-sentimientos» fueron encontrando los razonamientos adecuados y correctos para entenderme a mí mismo y cómo lo que era «secreto para mí» fue, poco a poco, deshaciendo su misterio, que impedía a mi mente entender qué era Yo. Averiguarlo me tomó casi una década.

Ese proceso de aprendizaje comenzó el 7 de diciembre de 1989, en lugar sagrado de la cultura de los cubanos: El Cacahual, donde descansan los restos del general Antonio Maceo y Grajales –asociado en el discurso político del Partido Comunista de Cuba con Ernesto Guevara de la Serna –conocido mejor por el epíteto «El Che». Ambos nacieron el mismo día del año, 14 de junio, aunque con 83 años de diferencia, 1845 y 1928-. Maceo –el Titán de bronce-, fue una de las figuras ilustres que dirigió la «Guerra de 1895» en la conspicua Isla, logrando con ella la independencia colonial del Reino de España. Allí –en su morada del más allá-, filmé y escuché el discurso del primer ministro cubano de entonces, Fidel Castro Ruz, con el cual rindió homenaje a «los caídos en misiones internacionalistas» y sumó, a los méritos que les atribuyó a sus héroes, lo que significaban para un futuro que él, «Comandante en Jefe» de la nación cubana, auguraba podría suceder a partir de la desaparición –en curso en ese momento-, del «Campo Socialista», conocido como URSS.

Aquel día y los posteriores, mientras elaboraba el Noticiero ICAIC Latinoamericano 1468, que resume «ese acto político fúnebre», me hice preguntas paralelas a las que se había respondido el líder cubano cuando sugirió la posibilidad de un destino numantino para su pueblo, si «el enemigo» se atrevía a invadir La Isla para destruir la Revolución Cubana atacando militarmente «la patria». Su afirmación hizo interrogarme sobre sí «esa idea» la compartían todos y todas los nativos de la Isla. Puede leer aquí lo que anoté horas después de terminar ese «acto histórico», cuando regresé a casa.

Un orgullo singular y extraño (inspirado por las palabras de Fidel ante la tumba del héroe del pasado y en medio de situación política internacional nada halagüeña para el futuro cubano), atravesaba en aquel momento el «sentimiento, en general, del pueblo cubano». Como era lógico en aquella Cuba, y también en la de hoy, no solo lo sentían los cubanos «insistentes» sino también los «disidentes», aunque ambos grupos pensaran, política y económicamente, de manera diferente.

Pocos meses después –el 8 de marzo de 1990-, Castro informó a la población, mediante la televisión, de que comenzaba un «Periodo Especial» en la economía del país –«apretarse el cinturón»-.

Muchas y variadas fueron las discusiones y polémicas que escuché entonces por doquier. Lo cual hizo darme cuenta de que «movimientos telúricos de la política internacional» estaban cambiando la agenda clásica de problemas y conflictos de los tiempos de la «Guerra Fría, usados por gobiernos del mundo durante los 40 años anteriores. Mi vida, en aquellas circunstancias, sumaba ya 44. Y fue entonces cuando pensé: «…llegó el momento de mudarme de barrio del planeta…».

En este momento de lo que cuento, el lector tendría que leer tres «novelas personales» -¡suman 1.500 páginas!-, para comprender qué significa para mí la última oración del párrafo anterior (escribí esa trilogía muchos años después, con el fin de explicar a mis descendientes y familia por qué estaban donde estaban «ahora» –en este barrio del mundo donde residimos actualmente-).

Pero ello no es posible. ¡Están inéditas, guardadas en memoria electrónica a la espera de que mis hijas, nietas y los que vendrán después, se interesen por saber «lo que le ocurrió a uno de sus 64 ancestros primordiales».

No es necesario, para conocerse mejor a uno mismo, remontarte más atrás de las 5 generaciones de parejas gracias a las cuales él o ella, tú o yo, estamos en este pasado-presente-futuro. La ciencia genética informa que más allá de los nonos el genotipo y fenotipo que recibe en herencia nuestra biología son poco significativos y están desdibujados en un caos epigenético dificilísimo de entender y descifrar.

Lo que lees en este articulo, se limita a «breve y sintético relato» de lo que hice yo en mis circunstancia para obtener la información imprescindible que cualquier persona que quiera, necesite o desee «cambiar su vida»: debería saber: quién es, realmente, y por qué y para qué está aquí, en este mundo donde la lotería genética gobierna todos los destinos disponibles.

El orden de las preguntas con que comencé a enfrentarme al enigma fue: ¿quién es mi madre y quién mi padre? De ella sabía lo suficiente después de 44 años juntos. De él, disponía solo de un par de cuentos infantiles que me hizo ella cuando fui adolescente: era español –nadie en mi familia conocida sabía de cuál lugar de Las Españas-, y emigró a Estados Unidos cuando yo tenía apenas unos meses. Nada más. Ni siquiera una foto de él.

Si el lector visiona los 107 minutos del vídeo, que resumen la serie de 22 capítulos de 30 minutos para televisión, donde narro cómo diseñé y realice la búsqueda de mi padre, entenderá mejor como me sentía en aquel «momento histórico» con que comencé este texto, –puede encontralo aquí-. Verá no «película inspirada en hechos reales», sino los hechos reales registrados mientras ocurren.

Sin saber quién era o fue él –ignoraba si estaba vivo-, ni cómo había sido su vida, no me sentía suficientemente preparado para «el cambio». Mi compañera de vida entonces –Luz Elaine Santos Espinosa, que sigue siéndolo hoy-, fue la única persona que sumé como miembro permanente del «equipo de realización» de la obra (fue «productora asociada», editora y coguionista), que me proponía hacer para encontrarlo. Desconocía qué extensión tendría esa «Novela policiaca documental» -así la clasificó mi mente-, ni cuál sería la arquitectura dramática que guiaría su «construcción». Tampoco la «forma final» que tendría. Tenía un solo patrón creativo: «primero, registra los hechos».

El minimalismo del equipo que haríamos la serie, no significa que solo ella y yo fuimos sus creadores. Lo fueron, también, decenas de familiares y amigos, cubanos -tanto de «adentro» como de «afuera»-, y nativos de otros países, suizos, alemanes, italianos, españoles, ingleses, norteamericanos, gente de Latino América y hasta algún africano y uno que otro asiático. También cientos de personas que no conocíamos y brindaron apoyo y colaboración en innumerables situaciones en las que nos vimos inmersos, algunas complejas y delicadas, no solo en Cuba -¡también en otros naciones!-, donde registraba cómo transcurría la investigación. Sin esa masa de individualidades, hubiera sido incapaz, imposible, encontrar lo que buscaba. Ni dejar testimonio de cómo lo hicimos.

Pero para ser objetivo y justo en la distribución de merecimientos, reconozco que tampoco hubiera sido posible realizar la serie, si no hubiera estado ocurriendo, en aquellos años, la evolución/revolución tecnológica de los medios para «grabar imágenes y sonidos»: su miniaturización y reducción de precios para comprarlos – ¡relativos estos, en los mercados fuera de Cuba y ausente totalmente en el de ella, además de no estar al alcance de los «cubanos de a pie», que éramos casi todos!-

Fui de los habaneros afortunados que pudo ver y aprender a usar, ¡usándola!, aquellas primeras pequeñas maravillas de la producción audiovisual. Gracias a Marianne Pletscher, documentalista suiza, a quien conocí en el verano de 1991. Ella fue de las primeras en formar parte del reducido grupo de amigos extranjeros con los que comencé a relacionarme entonces. Marianne, supongo, nunca imagino lo que se detonó en mi cabeza cuando me mostró su «camarita para filmar»: « ¡Con esto puedo hacer mis propias películas, ser independiente y no tener que esperar a que los dirigentes del ICAIC aprueben mis ideas artísticas!» Pensé. Y le pregunté: «¿Podrías prestármela para hacer una película que tengo en la mente?» -Sí-.

Los protagonistas principales de la serie son «mi familia conocida» en aquel momento, y «la que fui descubriendo que también lo era» -poco a poco (no solo del tronco de mi apellido paterno –Buría-, también del materno –Pérez-). Tanto de los que estaban vivos, como de los fallecidos. El detective que «lleva» la investigación y cuenta «la historia real» soy Yo, quien además, va «tomando consciencia» de qué y quién es el mismo, o lo que es lo mismo, yo mismo.

Una escena que recuerdo frecuentemente -no está en el resumen-, es cuando «el detective» se encuentra con «otro cubano» -joven-, ambos van a Italia, por razones diferentes. Yo cuento las mías, pero él no hace lo mismo con el investigador. Pero minutos antes de que el tren se detenga en el lugar al que él quería llegar, se levanta, saca billete de 20 francos suizos y me lo da - « …si tuviera más te daría más, pero estoy «escachado», no te preocupes, saldré de esta …», dijo. Por la prisa con que desapareció por el pasillo del tren, imaginé que llevaba consigo «algo ilegal». Y en silencio susurré: «Ojala tenga suerte…».

Filmé en 8 países y usé todos los medios de transporte al alcance de mi bolsillo en cada momento para trasladarme de un lugar a otro. Desde los pies, pasando por bicicletas y coches hasta buses, trenes, aviones y barco. Nunca utilice animales. Estaba en el siglo XX que, a pesar de todo lo que hicimos mal durante esa centena de tiempo, fue de los mejores años en que nos comportamos los sapiens, comparados con los últimos 70.000.

Durante mi pesquisa, leí, revisé y almacené muchísimos libros, informaciones y datos –estadísticos y narrativos-, no solo de temática de parentesco y familia sino, sobre «todo» lo que tuviese relación con la vida de humanos. De esos «bits cognitivos», uno se pego a mi mala memoria. Quizá porque tres de mis cuatro abuelos están incluidos en lo que dice ese «saber»: 50 millones de europeos emigraron a las Américas entre 1875-1930, casi el 25 % de la población de esa parte del mundo en aquella época.

Otro «saber» -específico de lo que soy-, fue enterarme, aunque lo sabía vagamente por lo que me cuentan los genes nativos de África que contiene mi cuerpo. Uno de mis nonos fue esclavo en La Perla de las Antillas, aunque nació en otro continente. También me asombró encontrar primo desconocido, descendiente de ese progenitor oscuro, casado con mujer cuyos padres llegaron al mundo en China. Si sigo contando sobre los nuevos parientes que conocí, este artículo no terminaría nunca.

Los escenarios donde ocurren los hechos que cuento tampoco puedo enumerarlos todos. Pasé cientos de horas en archivos y registros civiles. En ciudades famosas como Paris, Nueva York, Zúrich, Barcelona, Florencia. Y en otras menos conocidas como Cádiz –en el Archivo de Indias de San Fernando-, y aldeas rurales desconocidas. Y por supuesto en Santiago de Cuba y Ciudad de La Habana. Interrogué a «ricos», «pobres», «comerciantes», «profesionales de diferentes oficios», «sapiens con muchos estudios y cultura», y «otros con sabidurías menos costosas». Todos me aportaron «algo».

El lector se preguntará cómo conseguí el visado para viajar desde Cuba a Estados Unidos. Cubrí el trayecto con ayuda de Charlie Schlageter, antiguo dueño de pequeño restaurante en Ginebra, retirado y dedicado a disfrutar su jubilación con el catamarán que se compró para recorrer mundo. En su nave hicimos el viaje de ida y regreso. Además, así fue como aprendí lo qué significa estar en frágil embarcación de 10 metros en medio de tormenta tropical en el Mar Caribe. Le gustaba Cuba, por su clima y lo poco que tenía que gastar para sobrevivir allí. Nos hicimos amigos casi íntimos.

La funcionaria norteamericana que me entrevistó en la Oficina de Intereses de La Habana me preguntó:

— ¿Y quién financia el proyecto que está realizando?

Mi respuesta fue:

— Mi capacidad de carecer es infinita, con centavos y amigos soy capaz de hacer un filme excelente.

Fui totalmente sincero, al menos sobre cómo yo me veía a mí mismo. Volví a recordar su imagen física cuando un mes después me comunicaron que me concedían un visado de 3 meses: ella no tenía brazo derecho. Era manca. Deduje que el informe visual que proporcionó de mí –además de los controles propios que, seguramente tiene esa «embajada especial» sobre mí-, tuvo alguna relación con «su carencia biológica».

Durante 4 años de grabación -1992/96-, acumulé más de 300 horas de «hechos». Habíamos terminado la primera etapa -comenzaba 1997. Pero todavía no sabíamos de dónde saldrían los medios técnicos para comenzar la segunda: edición y montaje de imagen y sonido. Aunque debíamos hacer un «trabajo previo»: visionar todo el material de que disponíamos y describir y transcribir lo que sucedía en cada momento grabado en las cintas y lo que hablaban, conversaban y oían los personajes –es decir, los actores, no profesionales pero felizmente «reales» que habíamos actuado en esta «historia para contar»-.

Esa labor, fatigosa y desesperante, la hicimos en el «lugar» de donde procedían los padres de mi padre –Moñes, Villamayor, Piloña, Principado de Asturias-. Mina y Cándido, pareja de viejos «aldeanos vanidosos« y orgullosos de su honradez, que también habían interpretado «papeles secundarios» en la serie (así los definiría un crítico especializado en artes audiovisuales, aunque mi recuerdo de ellos trasciende cualquier nivel, incluso el de «estrellas» o «celebridades»), nos brindaron su casa y recursos de alimentación para que hiciéramos aquel trabajo de organización imprescindible para comenzar la siguiente etapa. Y así lo hicimos durante los 3 meses que duro el invierno más frío de España de los últimos 50 años –enero, febrero y marzo de 1997-. Nos encontramos con la nieve por segunda vez. La primera había sido en Alemania –allí también había «Burías»-, cuando hicimos tour hasta Tréveris, donde filmé dos de las pocas «imágenes simbólicas» -¡pero reales!-, que contiene la obra: una, en la casa donde nació Carlos Marx; la segunda, la representación del momento en que llegó a este mundo el niño Jesús, día que celebramos todavía, después de casi más de 2000 años: La Navidad.

Después de las peripecias con «nuevas tecnologías de edición en vídeo» -las de entonces, que ya están casi obsoletas-, que nos provocaron muchos dolores de cabeza por falta de experiencia con «equipos de nueva generación» que nos facilitó la Fundación de Cultura de Gijón, logramos terminar los primeros 10 capítulos, pero se nos acabó el dinero para sobrevivir. Y tuvimos que mudarnos a dormir en el Albergue Covadonga, facilidad del consistorio gijonés paa personas de paso y «sin techo», la mayoría de ellos pacientes con tratamiento antidroga, que deambulan por esa pequeña urbe de menos de 200.000 habitantes en aquel tiempo. Nos alimentábamos en la «Cocina Económica», donde yantábamos hasta la «raspita» los 3 platos clásicos del menú de comida asturiana, más pan, postre y refrescos. Todo por 100 pesetas -¡0,60 euros!-.

Hicimos innumerables gestiones y diligencias en el Ayuntamiento de esa ciudad, para nos concedieran subvención de «1 millón de pesetas» -6,000 euros actuales-. Fue una experiencia política aleccionadora. Gracias a que fue aprobada, pudimos terminar los capítulos restantes, fueron 12.

De esta etapa, el trabajo más difícil que tuve yo, fue redactar «el texto en off» que hilvanaría todo el relato: un narrador omnisciente. Tenía que lograr «separar» las tres voces de mi locus personal-, que contenía, al «autor» de la serie, a mí como «personaje» dentro de la serie, y, simultáneamente a mi Yo insoslayable. Tal fue la «trinidad» en la que estuve dividido durante todo el tiempo que la serie necesitó para convertirse en «hecho».

El final de la historia que estaba contando sucedió cuando tenía que ocurrir -¡me di cuenta mientras redactaba «la narración en off»: sería en 1998! Por mi experiencia en el oficio de «contar relatos audiovisuales», sabía que «un final» no es más que manipulación que impones a los espectadores cuando le dices: «…esto se acabó, vete a continuar viviendo…». Como creador que manejas la maquinaria que produce «divertimentos» tienes potestad de «inventar finales» (también «comienzos», como un Dios que crea el mundo a partir de La Palabra y anuncia que lo destruirá con La Apocalipsis, o el científico que dice haber descubierto cuando comenzó todo –el Big Bang-, y calcula, matemáticamente, el tiempo que le queda a «ese todo» antes de morir y desaparecer). Pero yo quería que la serie revelara «algo más» a sus espectadores. «Algo» que no sabía explicar, porque no lo sabía explicar y no disponía de «lógica narrativa» para contar qué era. El devenir de la existencia de los humanos no se interrumpe nunca –o por lo menos es lo que ha pasado desde el comienzo hasta el hoy, aunque no sepamos, exactamente, cuando se originó lo que somos.

En este caso, Azar me ayudó. Comprendí después por qué mí yo había insistido tanto en «ir a Cuba a filmar la visita del Papa Juan Pablo II». Un enorme decorado cubría toda la fachada de uno de los edificios –el de la Biblioteca Nacional-, que acotan la Plaza de la Revolución en La Habana, mostraba «imagen insólita» para quienes habíamos vivido todo o una buena parte de los 39 años en que había estado en el poder el «castrismo» (no uso el término con el significado que comúnmente se le da a a ese significante: «dictadura», sino como referencia a ideas que tiene un sapiens especifico sobre cómo debe ser la vida -¡podría decir de mi manual de instrucciones personal que es «un burismo», por ejemplo!- porque todos tenemos el derecho natural de «pensar y creer en forma personal» …¡las Leyes son otra cosa!). La gran tela era la imagen de Jesucristo.

Una canción del cantautor Pablo Milanés, Háblame de colores, musicaliza el final de la secuencia donde se muestra «ese momento histórico» -«The end» de la serie-, para sugerir, con mucha veracidad, lo que sentí mientras registré aquel hecho. Otra música cubana que utilicé –se escucha al principio de cada capítulo-, tiene propósito de colocar al espectador en «la emoción» que animará lo que verá. Se titula En el jardín de la noche. Y la interpreta su autor: Silvio Rodríguez. El resto de canciones que usamos, tanto las que llevan texto, como las melódicas puras, la facilitó, el grupo musical Felpeyu, trovadores asturianos.

Conservo, por escrito, los detalles minuciosos de cuánto dinero costó producir la serie. En metálico, no alcanzó los 35.000 euros. Pero quien ve las imágenes y calcula imaginariamente su presupuesto podría creer que ese dato es falso. Pensaría: «La cifra debe ser de al menos 6 dígitos». Los cálculos financieros casi nunca tienen en cuenta «el valor de la solidaridad». Ello explica la veracidad de lo que puede imaginarse «falso». ¡Pero lo afirmo solo en este caso!

Vendimos el producto al canal temático Internacional de RTVE –la 2-. Nos compensó derechos de «un pase múltiple mediante Hispasac –trasmisión por satélite-, que alcanzaba a casi todos los países de América Latina y parte del norte de ese continente, así como otros sitios europeos. Los capítulos fueron estrenados en este calendario: Noviembre 1999: capítulos del 1 al 7. Diciembre 1999: capítulos del 8 al 14. Enero 2000: capítulos del 15 AL 22. Nunca imaginé que, mientras Buría Busca Burías se exhibía –la señal no se recibia en Cuba-, estaba ocurriendo un hecho que darían sentido a un enfrentamiento más entre Cuba y Estados Unidos: El caso Elian, el niño que fue sacado de su país sin consentimiento de su padre. ¿Casualidad o predestinación. ¡Nunca lo sabré!

Sí Netflix, hubiera existido en aquellos años, presumo se habría interesado en incluir BBB en su plataforma de distribución de contenidos audiovisuales para todo el planeta. El conflicto que narra la obra, es el mismo en todas partes -¡con sus diferencias locales, por supuesto!-. No es bueno atrasarse con las ideas. Y a veces, tampoco adelantarse a lo que vendrá. La economía de evolución de los seres humanos, es muy compleja.

Con el dinero que nos reportó la venta -33.000 euros, comenzamos a mudarnos de «barrio del planeta». También por etapas, porque «un movimiento de sitio» no solo requiere «moneda», también necesitaba disponer de conocimiento y experiencia sobre cómo se cruzan las fronteras entre países, legalmente. Es mi opinión.

¿Cómo entender el pasado para que no limite el movimiento hacia un futuro mejor y más justo para mí y nosotros? Muchas y diversa son las cuestiones a considerar, pero entre las más importantes esta lograr «pensar» fuera de los muros mentales arquetípicos propios que impiden conozcamos realmente el planeta en que vivimos. Y, particularmente, el del lugar de él donde estamos asentados, así como el de otros «barrios» a los podríamos «mudarnos» para mejorar. Pero siempre es saludable reflexionar sobre «cosas tangibles y posibles» para «la persona que somos», cuidándonos de las caricias mentales que nos regala nuestra propia fantasía y, sobre todo, las utopías que nos regala La Noosfera que alimenta El Conocimiento de que disponemos.

Entre los detalles de quien fue mi padre, supe su edad, cuando encontré su inscripción de nacimiento en el Registro Civil del Cerro en Ciudad de la Habana: 19 de junio de 1919 - según lo clasifica la Astrología, su signo era Géminis -. Puede parecer un dato sin mayor importancia que otros, pero me enseño a «ubicarlo» en la época que le tocó existir. Ello me facilitó entender los porqués de «aciertos y equivocaciones», que cometió durante su vida, pero solo de las que me enteré sobre él. Por tanto, prefiero asociar esa fecha con la que aparece en el documento que recibí cuando me informaron a partir de cuando comenzaría a ser considerado ciudadano español: 19 de junio de 2002, con lo cual me convertía en un miembro más de la Unión Europea.

El Reino de España había demorado 83 años –en mi caso- en recuperar a uno de los hijos de un padre español –mi abuelo paterno- que había emigrado más de un siglo antes para encontrar comida y sustento en América para su familia. Allí, en Cuba, conoció a mi abuela y se casaron, tuvieron dos hijos –mi padre y mi tío Antonio-, y murieron ambos en 1919 –a causa de una epidemia-.

Cuando terminé BBB, el recuerdo más antiguo de mí mismo cambió: desapareció la terrible sensación de miedo que me producía recordarme. Era Yo mismo con apenas 3 años buscando lo que había al otro lado del redondo cristal –la ventanilla de avión-, mientras oía ruido atronador (motores de aquella época para mover hélices –1949-). Y descubría que estaba en ninguna parte. Solo veía la niebla blanquecina de nubes. La ausencia de un paisaje de tierra firme del lugar donde me encontraba, «la usencia de sostenibilidad», me provocaba un terror indescriptible. Entonces, me volví hacia mi madre –estaba sentado sobre sus piernas- para esconder mi cara en su pecho. No sé si esta escena es real o me lo contaron. Pero mi mente la conserva como algo que ocurrió. Aunque podría ser, también, «ficción inventada por mí mismo» a partir de un suceso anterior a ese, que sí sé cómo fue agregado a mi memoria: «…la primera vez que caminaste fue en el aeropuerto, cuando íbamos a reunirnos con tu padre en los Estados Unidos…». En esa ocasión, no permitieron que yo viajara con ella. Debía haber solicitado permiso, aprobado por Manuel Buría Obaya, para «sacarme del país». Su hermana menor y el marido –Irma y Diego--, nos habían llevado a tomar el vuelo, y propusieron quedarse a cargo de mi para que ella viajara. Cuando llegó a Nueva York en medio de intensa nevada, mi padre preguntó: « ¿Dónde está el niño? »-.

Dos años después, la segunda vez que lo intentó, sí llegamos hasta Miami. Pero los altavoces de esa terminal sonaron pronunciando su nombre: «…Aida Rosa Pérez Planas, preséntese en la oficina de emigración…». Nos deportaron ese mismo día. Ella había violado su visado anterior de 3 meses y permaneció 15 meses junto a Manuel.

No volví a pisar suelo estadounidense hasta 47 años después, en 1996, cuando necesitaba encontrar a mi padre.

Finalmente, debería confesar que, a lo largo de mi vida, desde que tengo consciencia de quien fui y soy -¡ignoro aún «los otros que me restan por ser» antes de convertirme en lo que seré finalmente: Nada!-, poco me he sentido identificado con los sapiens del país donde nací en un aspecto: «la pasión» que suele atribuírsele a los cubanos. Esto no significa que, en ciertos momentos y situaciones específicas no haya disfrutado de ese «sentimiento nacional Caribe» que sienten, supongo, la mayoría de quienes nacieron en sus Islas y, en cierta manera, admiró como algo natural y bueno.

La Historia y el medio geográfico dentro de los cuales nacemos, crecemos y vivimos nos influyen casi tanto,¡ y a veces más!, que quienes y lo que nos educa.. Actualmente no resido allí, pero lo único que echo de menos de allá, es «la temperatura». Soy un «caso particular», como lo somos todos los sapiens. Y en el mío, lo que más aprecio como aprendizaje, es la oportunidad que me dio La Vida de que «Mi Yo» lograra encontrar al «Nosotros», ese ciudadano de la Especie Humana que habita en El Universo.

A esta altura de mi existencia (cuando usted esté leyendo este articulo, habré cumplido 74 años –el 3 de febrero 2020- ), solo me queda por resolver una duda: A quién debo agradecer la suerte que he tenido: ¿A algún Dios, al Azar, o a Mí mismo? ¡Claro, después de hacerlo a mi madre y a mi padre, sin ellos nunca hubiera «llegado aquí». ¡Por cierto, ella aún vive. Cumplió 98 años en enero de este año -2020-. Él murió en 1998, 100 años después del comienzo de La Guerra del 98, la guerra hispano-estadounidense, llamada comúnmente en España Guerra de Cuba o Desastre del 98, y en Cuba, Guerra hispano-cubano-norteamericana. En Puerto Rico –país donde él murió-, la llaman Guerra hispanoamericana, el conflicto bélico que enfrentó a España y a los Estados Unidos a partir de aquel año.

A los sapiens, no les resulta difícil encontrar motivo para comenzar una guerra, pero se les hace casi imposible descubrir una causa para finalizarla.