“Making public service media indispensable” (UER, 2014[1])

Banda sonora: Promesas que no valen nada, Iván Ferreiro.

Jueves, 2 de octubre de 1997. Temperatura media: 14º[2]. Vientos de hasta 41 kilómetros por hora. Baja probabilidad de precipitaciones. Ni tan mal. Es la cifra máxima que pueden alcanzar los termómetros en esa época. Hablo de Ámsterdam, por cierto. La ciudad fue ese año escenario de una de las decisiones que marcaría la convivencia entre los radiodifusores públicos y privados.

En España, la televisión pública perdió su posición de monopolio cuando la movida daba sus últimos coletazos. A sus canales se habían sumado nuevos protagonistas, pero de la esfera comercial. Primero Antena 3, poco después Telecinco. En este nuevo contexto, conocido como modelo dual, al que Europa no estaba acostumbrado y al que España llegó tarde (como en muchas otras ocasiones), cabía preguntarse si era o no necesario mantener este servicio público, a lo que el Tribunal de Justicia de la UE (mediante la conocida como Sentencia Saachi) contestó que sí, pese a las críticas de las nuevas televisiones privadas.

Los conflictos entre los medios públicos y privados continuaban agravándose mientras se buscaban soluciones neutrales y a gusto de todos. Así que llegó el gran día, un día sin lluvia en la ciudad neerlandesa, un día agradable. Un tratado que intentó, entre muchas otras cosas, acabar con una de las grandes guerras del audiovisual, aunque los frutos son discutibles.

Cuando me preguntan aquí en España por qué deben existir las televisiones públicas, pocas veces tengo la osadía de compararlo con la sanidad y la educación. A menudo me veo entre la espada y la pared: creo apasionadamente en este servicio, pero he de reconocer que me lo pone difícil. Pero si hay algo que me gusta en esta vida son los desafíos.

Hace ya cuatro semanas llegó una de las propuestas ficcionales más ambiciosas de Televisión Española: El Ministerio del Tiempo (en Twitter, @MdT_TVE). Las series históricas habían demostrado ser una apuesta sobre seguro para la parrilla de la televisión pública. Eso lo sabía TVE y también sus competidores. La guerra de las audiencias no es tan sangrante como la de la Armada Invencible. Pero duele e indigna.

Lejos de entrar a debate sobre los inesperados cambios programáticos a última hora o las modificaciones del horario del prime time, he de reconocer que El Ministerio del Tiempo me atrajo desde un primer momento por su forma más que por su contenido. Hoy no sabría decir cuál de las dos facetas me tiene más fascinada. Una de las propuestas transmedia[3] más ambiciosas de los últimos años en España. ¡Y está funcionando! La serie ya ha conseguido récords de audiencia social (datos de Kantar Media), ha creado la denominación de "ministéricos" gracias a la conversación generada en Twitter y Facebook, y tiene grupos privados donde se genera contenido las 24 horas del día. El espectador se integra en la historia, aporta y produce. Ficción de todos y para todos.

La Unión Europea de Radiodifusión establece que para que una televisión cumpla su objetivo de servicio público ha de ser plural, respetar la diversidad, promover los valores del espacio en el que se enmarca, ser independiente, rendir cuentas y, sobre todo, revalorizar el papel de la audiencia. Y esta misión no le incumbe solamente a la información.

Me pregunto qué hubiera pasado si no se hubiera firmado ese Tratado. O si Velázquez no hubiera pintado las Meninas, o si Larra no hubiera nacido, o si Cervantes no hubiera escrito El Quijote, o si Lorca hubiera llegado al mundo una vez extinguida la Generación del 27. Si hoy me repiten por qué debe sobrevivir TVE, no se me ocurre mejor respuesta: para mantener abiertas las puertas de El Ministerio del Tiempo.

Enlaces

[1] Unión Europea de Radiodifusión (European Broadcasting Union)
[2] Fuente: wunderground.com
[3] Piktochart