A raíz del día mundial del cáncer el 4 de febrero, la Sociedad de Cirugía de Bogotá divulgó una breve entrevista con un eminente hemato-oncólogo, quien opina que, en condiciones normales, el cáncer podría pasar a ser una condición crónica, como lo es la hipertensión arterial, en lugar de una enfermedad terminal. En otras palabras, un paciente de cáncer, en condiciones normales de tratamiento oportuno y permanente, podría morir como portador de cáncer pero no como consecuencia del cáncer.

En mi opinión, el concepto de este médico es muy real y honesto y puede originar reacciones adversas en otros miembros de su profesión.

En el enfoque neoliberal de la medicina, el hallazgo de una cura contra el cáncer se traduciría en una resonante noticia en los medios, pero no produciría impacto en la práctica médica por ser el cáncer la fuente de un lucrativo y próspero negocio para las multinacionales médicas y farmacéuticas, y también para la academia y la investigación. ¿Quién va a estar interesado en que se le acabe el negocio?

La cura contra el cáncer significaría la eliminación de jugosos ingresos y beneficios para las entidades médicas, los productores de medicamentos de alto costo, de sofisticados equipos de diagnóstico y tratamiento, y para muchos «estudiosos» que dicen estar buscando una solución contra este mal. Más de uno se quebraría o se quedaría sin empleo. Emporios de investigación en los Estados Unidos, Europa, Asia y América Latina tendrían que cerrar sus puertas. Y, ¿qué sería entonces de tantos investigadores que como apóstoles recorren el mundo difundiendo sus fallidos enfoques y llamando a más colaboración e integración con sus esfuerzos y a mayor compromiso de los gobiernos con la financiación de sus aventuras investigativas? Y, ¿qué sería de sus familias, acostumbradas a altos estándares de vida a costa del cáncer?

Cuando uno pasa por Bethesda en Maryland, USA, y observa los pomposos edificios con amplios espacios dotados con los más sofisticados equipos de investigación y los sistemas más avanzados para el tratamiento de datos, sujetos a renovación cada uno o dos años para no caer en obsolescencia, con personal científico de las más altas calificaciones en todas las áreas del saber y los mejores salarios, no deja de sentir angustia y pánico al pensar en la suerte de todo ese arsenal investigativo cuando se encuentre la solución contra este terrible mal, un verdadero paradigma en el panorama científico médico. ¿Será que si alguna vez se encuentra una cura eficaz y de bajo costo contra el cáncer se permitirá divulgar el hallazgo?

Desde hace largo rato, las escuelas médicas distintas a la oficial han reconocido en el propio individuo la fuente de curación para más de un terrible mal, como el cáncer. El sistema inmunológico, bajo el comando de un cerebro y una mente sanos, constituye el principal arsenal para la defensa del individuo contra el cáncer. Como lo repite Chopra a diario, el cuerpo humano constituye la fábrica más completa de medicamentos contra todos los males, pero hay que dejarlo actuar bajo el comando de un cerebro sano.

Ryke Geerd Hamer lideró en Alemania un nuevo modelo que trata el cáncer como una «respuesta biológica especial ante una situación insólita», como la vivida por él y su esposa, también médica, cuando desarrollaron cáncer testicular y de mama, respectivamente, como respuesta al asesinato de su hijo por balas disparadas por el príncipe de Saboya, el último rey de Italia. Hamer, usando técnicas modernas como la resonancia magnética nuclear, trazó el origen del cáncer en los diversos órganos del cuerpo al funcionamiento de distintas zonas cerebrales y, en últimas, a la psique humana. Su atrevimiento le costó el puesto en la Universidad de Tubinga y 18 meses de cárcel entre los más temidos criminales alemanes.

En Italia Tullio Simoncini, quien nos deparó el honor de ser sus anfitriones en Cali hace poco más de cinco años, se ha atrevido también a pensar distinto a lo que permiten los cánones médicos al postular que el cáncer surge y se propaga como un hongo cuyo desarrollo se ve favorecido por un medio ácido y la ausencia de oxígeno. Muchos años de estudio y observación lo llevaron al uso exitoso del bicarbonato de sodio, una sustancia de muy bajo costo, para hacer desaparecer los tumores malignos. Su atrevimiento le costó la persecución de la mafia médica y farmacéutica, el retiro de su licencia médica y una condena carcelaria por fallo amañado en juicio incoado por colegas médicos, de la cual lo salvó a última hora el indulto de un amigo que se posesionó como primer ministro.

Y es que, hablando en términos comprensibles, el sistema inmunológico dispone de linfocitos centinela que recorren continuamente, milímetro a milímetro, todos los rincones del cuerpo vigilando la posible invasión por cuerpos extraños. En el organismo humano se renuevan diariamente varios millardos de células, entre las cuales hay millones que salen con errores en el código genético y constituyen las células mutantes, origen de los tumores malignos. Los linfocitos centinela identifican a las células mutantes como organismos extraños al cuerpo por no poseer su mismo código genético, y envían mensajes de su presencia a los cuarteles centrales desde los cuales se despachan brigadas de «células asesinas» que se encargan de eliminar a las células mutantes como presunto invasor.

En una persona normal este es un proceso de rutina, mediante el cual se evita la proliferación de células mutantes hasta generar un tumor canceroso. Pero en una persona sujeta a estrés continuo, temores, odios y ansiedad, que se lleva los problemas a la cama, el sistema inmunológico se vuelve deficitario con notable disminución de linfocitos centinela y de células asesinas, lo cual favorece la acumulación de células mutantes y la aparición de tumores malignos. Un individuo con un cáncer en desarrollo que logra apaciguar su mente, puede recuperar el nivel normal del sistema inmunológico; hay más centinelas que detectan células mutantes y más células asesinas que fagocitan células mutantes y se oponen a su acumulación tumoral, produciéndose la llamada «curación cuántica» en el argot de los médicos legos. Hay que permitir que nuestro propio cuerpo nos proteja contra el cáncer y nos cure de él cuando se inicie, mediante el cultivo de una mente sana, el disfrute de calma, paz, amor, buena convivencia y permitiendo que sintamos la alegría de vivir.

Y así, mediante el disfrute del amor, la calma y la alegría de vivir, defendámonos contra el paradigma del cáncer como un nicho de negocios que produce cuantiosos dividendos para sus comercializadores.