Existen amores que nos acompañan toda la vida porque ya desde la cuna sentimos su cercanía y su latido. Son uniones que desde que nacemos comparten los mismos padres, el mismo hogar, los mismos juegos y los mismos sueños.

El amor fraternal es uno de los más legendarios, más duraderos, más auténticos, más entrañables, más firmes y perdurables que existen, porque es la misma sangre la que habita en los cuerpos y es la misma estirpe la que prevalece en la memoria.

Ya desde la infancia los hermanos han respirado el mismo aire, han compartido las mismas risas y llantos, las discusiones y abrazos, las mismas aventuras y miedos, días de luz y noches de sombra, pero por encima de todo ha prevalecido la unión y el cariño.

Es por ello, que cuando tu hermano sufre, tú sufres en tu propia carne sus heridas, porque la sangre llama a la sangre y el grito ancestral te traspasa el corazón.

Son las luchas fratricidas las más dramáticas que existen, porque cuando hieres a tu hermano estás hiriendo una parte de ti mismo. Cuando hombres de un mismo país luchan contra sus hermanos por distinta ideología, se están traicionando a sí mismos, pues su verdadera patria es su filiación.

Una de las historias profundamente hermosas y conmovedoras de la mitología griega, es la protagonizada por Antígona, la hija del rey Edipo y Yocasta.

Cuando muere el rey Edipo, sus dos hijos varones Polinice y Eteocles acordaron que reinarían un año cada uno en Tebas, pero al cumplirse el primer plazo, Eteocles no quiso dejar reinar a su hermano por lo que Polinice le declara la guerra ayudado por un ejército foráneo, que dirige contra Tebas, enfrentándose a su hermano que defiende la ciudad, dándose mutuamente muerte, por lo que su tío Creonte ocupa el trono.

Antígona decide dar sepultura al cuerpo de su hermano Polinice, desafiando el mandato de Creonte que como castigo al traidor prohíbe que se le dé sepultura, en contraposición manda que a Eteocles se le rinda homenaje como defensor de Tebas.

El derecho a ser enterrado era algo esencial para los griegos, ya que si no recibían honras fúnebres sus cuerpos vagarían errantes por la tierra sin alcanzar el ansiado descanso eterno. Es por esto, que Antígona decide dar sepultura a su hermano, desobedeciendo las leyes civiles que prohibían que fuera enterrado, pero para ella es más importante lo que la dicta su conciencia, y piensa que las leyes humanas no pueden prevalecer sobre las divinas.

Ella en todo momento se muestra orgullosa de su acción y así lo confiesa ante Creonte, que manda desenterrar el cadáver de Polinice y condena a Antígona a ser abandonada en una tumba vacía de sus antepasados.

Pasado un tiempo, el adivino Tiresias anuncia que los dioses muestran su cólera por el destino injusto de Polinice y que Creonte y sus allegados pagarán su acción.

Creonte atemorizado manda honrar el cadáver de Polinice y liberar a Antígona pero ya es demasiado tarde, pues ella se ha suicidado, lo mismo que su prometido Hemón, hijo de Creonte.

La maldición se extiende también a su esposa Eurídice que se da muerte al conocer las desgracias acaecidas. El coro termina con la advertencia de que se han de respetar las leyes divinas.

La ley de la conciencia

Esta tragedia pone de relieve problemas atemporales para la humanidad: el conflicto entre hombres y mujeres, entre el ámbito público y privado, entre las leyes de los hombres y las leyes divinas, es un tema que aunque haya pasado el tiempo sigue de actualidad.

Hay muchas ocasiones en que nos es más cómodo obedecer lo que socialmente está bien visto, pero nuestra conciencia en el fondo no lo considera ético, ya que creemos que nos conviene aceptar lo políticamente correcto. Debemos tener la valentía y la suficiente personalidad para no dejarnos arrastrar por las masas en comportamientos y actitudes que no son éticos.

Muchas veces por el miedo al que dirán, y a no quedarnos solos defendiendo nuestra verdad, aceptamos comportamientos que en el fondo distan mucho de lo que en realidad creemos que está bien, pero claro, nos es más fácil no ponernos en evidencia y transigir con la masa.

Esto es un error que en muchas ocasiones nos lleva a actuar en contra de la ley divina impresa en nuestras conciencias y traspasar una línea roja de valores sólidos que siempre habíamos respetado, pero que cada vez vamos haciendo más delgada hasta que llegamos al «todo vale». Debemos cimentar nuestra vidas en aquellas convicciones que nos dicta nuestra conciencia y trabajar por formarnos y tener respuestas serias y auténticas para afrontar nuestra vida.

Aquí tenemos el ejemplo de Antígona que se presenta como una mujer valiente y decidida, ella tiene muy claro desde el principio, que lo que debe de hacer es dar sepultura a su hermano, que por encima de las leyes de los hombres están las de su conciencia y es a esta a quien hay que obedecer.

Antígona

Yo me voy a cubrir la tierra de mi hermano amadísimo, hasta darle sepultura.

(Sófocles, Antígona)

Mujer venida de la locura más hermosa,
mujer de la fortaleza más sublime,
del amor fraterno sin condición.

Tu instinto de justicia permaneció firme
ante los vientos del horror.

Supiste escuchar de entre las voces,
la voz de la sangre y del honor.
La muerte de tu hermano Polinice
desgarró tu ardiente corazón.

Te postraste sobre la arena,
sobre la tierra empapada en sangre
que era tu misma sangre,
y besaste el purpúreo líquido
porque te pertenecía y era tuyo.
¡En una vasija de oro hubieras depositado
esa sagrada tierra tan roja como tu dolor!

Lloraste sobre la arena
del campo de batalla
tanto sueños perdidos,
tanta juventud devastada,
hasta que te sorprendió
un amanecer sin cenizas ni duelo.

Creonte, el rey de Tebas,
dictó la cruel sentencia,
movido por el odio y la venganza
negando a tu bien amado hermano
la digna sepultura de su cuerpo.

Condenando su alma a una incesante huida
más allá de las tinieblas y el suplicio.
Conducido, expulsado y escupido
a un eterno caminar en el vacío.

Antígona, la mujer solitaria,
hija fidelísima de un rey ciego y contrito,
al que guiaste hasta su última morada.
En tus labios quemaba todavía
la tierra que besaste apasionada,
la sangre que latía en tu interior
era la misma sangre que las leyes
escritas por los hombres condenaban.

Antígona, mujer que ardías en amor,
no pudiste permitir
que el cuerpo sin vida de tu hermano,
vagara en incesante huida
sin alcanzar alivio ni descanso.

Antígona, nacida de la luz para la luz,
diste a tu hermano sagrada sepultura
tu alma generosa así te lo dictó,
por encima de las leyes de los hombres
existe la ley del corazón.

Heroína del amor más generoso,
no temiste desafiar los códigos
que condenaban a muerte tu traición.

Sola, en medio del abismo
tu valentía irradia resplandor.

Los campos amorosos
acogerán la sangre de tu estirpe
y se abrirán sus surcos dulcemente
para empaparse con orgullo
de su divino flujo.

Lirios y crisantemos
florecerán altivos
entre piedras y lápidas inmóviles
que cantarán e invocarán
hasta la eternidad tu nombre.