Un mortal virus se escabulle del laboratorio, cruza latitudes y hemisferios, y se expande sin obstáculos en el camino. La población mundial sufre un duro revés sanitario y muy pocos países cuentan con lideres de efectiva respuesta. Los médicos retornan a la edad del ocultismo y muchos medios ventilan macabras noticias por vender algunos ejemplares. Prueba-ensayo- error, las víctimas se multiplican.

Para Mabel es estresante retornar a su patria antes del cierre de fronteras y se convierte en una no contactada de selva virgen aislándose durante dos semanas. Al cabo de poco tiempo sus temores se diluyen como líquido entre los dedos. Una aventurera como ella no podía permanecer quieta. Se conocía que el bicho podía ser fatal, pero igual pisa las calles para dar rienda suelta a su pasatiempo favorito: la fotografía. En su corta existencia nunca había disfrutado de calles desoladas, y esa soledad urbana logra conmoverla. La jauría de canes la ignora, aunque se hace a un lado cuando se activan las feromonas de una perra, se acercan las palomas y comparte sus palomitas de maíz, mientras un guacamayo escarlata de alas recortadas se percha con rapidez evitando un halcón peregrino; nunca sabrá de donde salió, pero intuye su abandono. La belleza del entorno es apabullante, y dentro de lo urbano, distingue que la vida silvestre va a remplazar al ser humano.

Mabel camina empedradas calles con la Nikon al cuello cuando ve a una joven extranjera; tras un intercambio de palabras le pide una postal. Un fugaz pensamiento negativo se enciende cuando la susodicha coge la cámara y retrocede con expresión enigmática. Es entonces cuando emprende la huida. Mabel queda sin respuesta, a escasos segundos grita ladrona y corre detrás, aun cuando sabe que ha perdido el aparato. Camina y vuelve a casa resignada a usar su antigua cámara fotográfica. Le cuesta tiempo aceptarlo, aunque logra olvidar el incidente.

Luego de solitarias incursiones, la gente sale a las calles y es cuestión de tiempo el contagiarse de covid. Siente el cuerpo descompuesto y respira de manera agitada. Va a comprar los remedios de uso veterinario de los que todo el mundo habla y se atiborra de pastillas de diversos colores. Los días transcurren en completa soledad, su único hijo vive en España y a veces se comunican. La salud empeora, ya le cuesta respirar, pero aun así no se anima a compartir su desventura. Es entonces cuando se da cuenta de que la pandemia acabaría con ella y, en soledad, recuerda una profecía en París.

Algo que siempre quiso, pero nunca se atrevió, fue realizar un viaje en Peyote. Aprovechando momentos de energía decide cortar el cactus que cuidaba la casa y prepara la receta que encontró en Internet. Y así enfrenta el viaje astral atiborrada de Wachuma. La muerte llama y le pide que la lleve consigo. La mezcalina surte efecto y el viaje a otra dimensión es tan placentero como terrorífico. No sabe cómo se metió en un tornado a observar la muerte. Algunos años atrás, se baja de una avioneta al sufrir un ataque de pánico y el viejo Cessna se estrella en la selva sin sobrevivientes. Puede retomar una conversación trunca con el piloto; el viaje prosigue hacia un accidente de autobús que la tuvo al borde de la muerte, presenciando sus gritos para disminuir la velocidad mientras todos callan; ve la lucha en las corrientes cuando el mar quería engullirla y conversa con las estrellas del mar. Luego de otras pesadillas aterriza en París, es verano y hace mucho calor.

En un viaje de mochilera explora los Campos Elíseos cuando es perseguida por una gitana empecinada en leer la suerte en sus manos, huye de ella, pero es dura de disuadir. La sigue y acosa hasta que se arma de valor y decide enfrentarla. Le grita que la deje en paz o tendrá que denunciarla. Es entonces cuando recuerda la maldición; mirándola con ojos endurecidos le dice con una voz fúnebre: nadie va a presenciar tu funeral y morirás solitaria.