El crisol de razas que convergen en una nación trae consigo un bagaje de creencias religiosas e idiosincrasias. Las fiestas patronales en el Perú son una herencia de la España ultra religiosa que llegó tras la conquista. Previo a su llegada, los incas planificaban un nuevo orden social en los Andes. Los pueblos involucrados en la revolucionaria idea se encandilan ante el ofrecimiento de fiestas con banquetes regados de chicha, popular bebida fermentada del maíz. Se dice que, durante el incanato, los sacerdotes creían que solamente en estado de embriaguez podrían establecer una conexión con los dioses. Los españoles trajeron la vid y, en una hacienda en Mollepata, Cusco, se obtuvo la primera cosecha para embriagarse sin necesidad de conectar con su Dios. En días de fiesta, el pueblo bebe en exceso y disfruta de los fuegos artificiales, una versión moderna de los arcabuces.

Durante mi juventud disfruté de fiestas patronales, un sinfín de eventos a lo largo y ancho de mi país. Recuerdo dos eventos a los que asistía con frecuencia: El festival de la Vendimia de Ica y la primavera en Trujillo, ambas me otorgaban la oportunidad de dar rienda suelta a extensas libaciones de alcohol durante los equinoccios.

En aquellos días, los horarios no existían y el tiempo se invertía para que la oscura ciudad se llenara de luces como miles de luciérnagas durante una noche de verano. En realidad, era una protesta al asfixiante control establecido por mi padre dada mi creciente rebeldía y obsesión por beber alcohol. Cuando estalló un conflicto bélico con el vecino país de Ecuador en el verano del 1981 debido a una invasión a las fronteras establecidas en la guerra de 1941, en pleno conflicto decidí viajar al matrimonio de un amigo en Piura, ciudad norteña a muchos kilómetros de la frontera, pero mi padre se opuso al viaje, aduciendo era arriesgado. Decidí rebelarme e inicié mi propia guerra. Disfruté la fiesta, pero al regresar a casa contaba con un problema mayúsculo que tardé mucho tiempo en resolver. Debía salir de casa y vivir por mi cuenta, pero no alcanzaba el dinero y prefería la comodidad de vivir con mis padres pese a que ya interpretaba vivía en una dictadura.

El Perú es conocido por su cultura e historia. A tres horas al sur de Lima se encuentra la región que produce gran cantidad de viñedos. La vendimia es una celebración durante el equinoccio donde se festeja la uva en la estación estival. Mi amigo Javier, compañero del CMLP tenía un padrastro carismático y bohemio, un juez que contaba con algunas amistades en Ica. Entre ellos había un juez de ascendencia japonesa, un hombre hospitalario que nos daba la bienvenida en su casa, a él lo recuerdo como Hirohito, sobrenombre atribuido con admiración y no en son de burla.

Vinos dulces, secos o cachina, sobrante en el proceso de la fermentación y una feria agropecuaria eran las actividades en la que nos involucrábamos para disfrutar un fin de semana de extensa libación. Mientras las uvas lloren, beberemos de sus lágrimas. Conciertos musicales, bailes y fiestas con las reinas del festival eran programas atractivos, pero no siempre lográbamos evadir los controles. Un muro o un guardia distraído eran nuestras oportunidades cuando planeamos y ejecutamos con diversos resultados. El hotel de turistas tenía la reputación de celebrar las mejores fiestas con piscina, ahí se hospedaban las reinas y como éramos jóvenes sin presupuesto, ideábamos diversas formas de vulnerar el ingreso. Entre los participantes estaban los mismos muchachos. Recuerdo a Pipo, alguien quien siempre iba en estado de ebriedad, peleándose o causando disturbios, no éramos amigos, pero nos saludábamos porque recordábamos habernos visto en alguna fiesta patronal. Deduje que era alcohólico y necesitaba ayuda, y pese a mis excesos yo no me consideraba como tal. Años después lo volví a ver y aunque lucía sobrio llevaba el rostro demacrado y la tez amarillenta.

Luego en el mes de septiembre viajábamos hacia Trujillo, a ocho horas al norte de Lima, íbamos en bus, o en camión cuando todavía se podía hacer auto stop. Una tarde, un camionero buena gente nos levantó en la carretera en un tráiler con tolva abierta y troncos de eucaliptos. Mientras mis amigos barajaban la posibilidad de bajarse intimidados por el exceso en velocidad yo dormía en medio del camión sin inmutarme. Ahí gané la reputación de que podía dormir en cualquier situación, ese día ellos crearon un refrán: «si se cobrara por dormir, yo haría horas extras gratis».

Después del largo viaje, con la energía de la juventud, buscamos un hotel y encontramos uno con camarotes. Nadie quería descansar, había tanto por hacer. En la búsqueda de acción nos dirigimos a la playa de Huanchaco para comer productos marinos, siendo mi favorito los cangrejos reventados. Mucha cerveza y conversaciones con jóvenes trujillanas nos mantenían ocupados, pero para obtener sexo debíamos ir a un burdel.

La noche anterior a nuestra partida, tuvimos una visita cuando dormíamos la juerga, instrucciones de abran la puerta que es la policía se escuchaban como en un mal sueño. Finalmente me levanté convencido de que era una broma. Lo siguiente fue una pistola apuntándome en la cara, gritando obscenidades y obligándome a tirarme al suelo. La marihuana estaba a la vista ocasionando un problema legal. Mientras trapeábamos el piso, Mañuco despertó de su borrachera, era miembro de nuestro grupo, flaco desgarbado y recontra marihuanero, alguien a quien yo recién estaba conociendo. Para nuestra sorpresa se encontró con su primo hermano, el detective. Se abrazaron ante nuestra alegría y relajo para informarnos que la administración del hotel los había llamado al detectar el olor de la marihuana.

El tiempo vuela cuando estas divirtiéndote. Pude regresar tres años seguidos para después olvidar que en Trujillo se festeja el festival de la primavera.