De las celebraciones más populares, universales y antiguas, a la vez, quizá por la influencia cristiana, son las relacionadas con las fechas del 24 de diciembre, del 31 de diciembre y la del 6 de enero, las fechas de Navidad, Año Nuevo y Día de Reyes.

El 24 de diciembre tiene como centro la celebración del nacimiento de Jesús, en Belén, que se recuerda como la Nochebuena. La Navidad recuerda, en ese sentido, su nacimiento. De las fiestas de tradición cristiana es de las más importantes. En algunas iglesias de tradición cristiana, como la anglicana, y otras protestantes y ortodoxas, el día de celebración es el 25 de diciembre.

Con la Navidad se inicia el tiempo litúrgico llamado Tiempo de Navidad que finaliza con el bautismo de Jesús, con la llamada Epifanía del Señor o Pascuas. El Tiempo de Navidad celebra a su vez la Sagrada Familia, el primer domingo después del 25 de diciembre; la solemnidad de santa María el 1 de enero y la solemnidad de la Epifanía del Señor el 6 de enero o el segundo domingo después del 25 de diciembre, así como la Fiesta del Bautismo del Señor que se celebra el domingo o lunes después de la Epifanía.

Las fiestas de Navidad también incluyen otras celebraciones religiosas, la de san Esteban, protomártir, el 16 de diciembre; la de san Juan apóstol y evangelista, el 27 de diciembre, la de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre. En algunos países incluyen la celebración de Nuestra Señora de la Soledad, el 18 de diciembre.

La fecha del nacimiento de Jesús es un asunto que se sigue discutiendo y hay diferentes teorías, las que no voy a tratar en este artículo, ya que como fecha de nacimiento no está registrada ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, o la Biblia. Para este artículo, la fecha del 25 de diciembre se estableció por el testimonio de Sexto Julio Africano, en el año 221, acerca de la fecha de nacimiento de Jesús en Judea y el calendario litúrgico filocaliano de 354 después de Cristo.

En la Enciclopedia Católica, la Navidad no se incluye en la lista de festividades cristianas de Ireneo, ni en la lista de Tertuliano que son las listas más antiguas que se conocen relacionadas con este tema. Es en Alejandría, alrededor del año 200 de nuestra era, cuando Clemente de Alejandría indica que ciertos teólogos egipcios «muy curiosos» asignan «no solo el año sino también el día real del nacimiento de Cristo como 25 pashons copto (20 de mayo) en el vigésimo octavo año de Augusto. Desde el año 221, en la obra Chronographiai, Sexto Julio Africano popularizó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Jesús». En el Concilio de Nicea, en el año 325, la Iglesia Alejandrina ya había fijado el Dies nativitatis et epifaníae.

Era usual que el papa en estas fechas realizara tres misas de Navidad, la de la medianoche en la Basílica de santa María la Mayor, la misa para la comunidad griega en Roma y la llamada misa diurna, en la Basílica de san Pedro, para atender a la población que vivía y vive fuera de las murallas de Roma, misas que son retrasmitidas generalmente a todo el mundo.

Los romanos celebraban el 25 de diciembre la fiesta del Natalis Solis Invicti o el Nacimiento del Sol Invicto, que era asociado con el nacimiento de Apolo. Esta fiesta fue adoptada por el cristianismo en el siglo tercero para la conversión al cristianismo de los pueblos paganos.

En el Imperio romano, las celebraciones de Saturno durante la semana del solsticio, eran el acontecimiento social más importante, que llegaban a su apogeo el 25 de diciembre.

Fue el papa Julio I quien pidió en el año 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado en esa misma fecha, para hacer más fácil que los romanos pudiesen convertirse al cristianismo sin abandonar sus festividades.

Más tarde el papa Liberio fue el que decretó este día como el nacimiento de Jesús de Nazaret en el año 354. La primera mención de una cena de Navidad, en esta fecha, fue en Constantinopla, en el año 379, bajo Gregorio Nacianceno. Después, la fiesta fue introducida en Antioquía hacia 380, en Jerusalén.

Esta fecha está también asociada al día del solsticio de invierno, que los romanos llamaron Bruma. Cuando el Emperador Julio César introdujo su calendario, en el año 45 a. C., el 25 de diciembre debió ubicarse entre el 21 y 22 de diciembre de nuestro actual calendario gregoriano. De esta fiesta, se tomó la idea del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesucristo.

Otro festival que realizaban los romanos era el llamado Saturnalia, en honor a Saturno, que duraba casi los siete días e incluía el solsticio de invierno. Con motivo de esta celebración los romanos posponían todos los negocios y guerras, hacían intercambio de regalos, y liberaban sus esclavos.

Los pueblos germanos y los escandinavos celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, su dios nórdico, dios del sol naciente, la lluvia y la fertilidad, para lo cual realizaban fiestas con árbol de hoja perenne, de tema central, que adornaban y que representaba al Yggdrasil o al árbol del universo, que se dice que fue esta costumbre la que se transformó en la del árbol de Navidad cuando llegó el cristianismo al norte de Europa, y que se ha extendido a todas partes del mundo, incluso imitando ese árbol sintéticamente aun cuando no sea propio de los países donde se llevan a cabo esas celebraciones.

Con la reforma luterana algunas iglesias prohibieron esta celebración, prácticamente hasta 1660, mientras en los Estados Unidos los puritanos rechazaron la Navidad hasta 1681, al mismo tiempo que los cristianos establecidos en las regiones de Virginia y Nueva York celebraron esta fecha. Con la Independencia de los Estados Unidos, de Inglaterra, en 1776, se debilitó la tradición porque se asociaba a los ingleses.

En las culturas precolombinas tenemos parte de este tipo de tradiciones. Así por ejemplo, los aztecas, en el norte, celebraban durante el invierno, el advenimiento de Huitzilopochtli, para ellos el dios del sol y de la guerra, en el mes panquetzaliztli, que comprende actualmente los días del 7 al 26 de diciembre de nuestro calendario. Quizá eso influyó para que, por la coincidencia de fechas, los primeros evangelizadores, que llegaron con la conquista y la colonia, los religiosos agustinos, impulsaran la celebración de la Navidad haciendo desaparecer el dios prehispánico dándole a la celebración, características cristianas.

Los incas, en el sur, celebraban el renacimiento de Inti o el dios sol, en la fiesta que llamaban Cápac Raymi o Fiesta del Sol Poderoso; fiesta que se realizaba durante muchos días a tal punto que daba nombre al primer mes del calendario inca. En este caso el 23 de diciembre es el día del solsticio de verano austral y el Inti Raymi sucede en el solsticio de invierno austral. El día del solsticio de verano austral es cuando el sol alcanza su mayor poder, se le considera viejo y muere hasta diciembre, con lo que se completaría el ciclo de vida del sol. Entre los incas esta fiesta iniciaba en la vida adulta a los varones jóvenes del imperio, iniciación conocida como Warachikuy.

Con la Navidad se desarrollaron tradiciones de esta época, en distintos países, y de formas variadas; reuniones familiares para comer o cantar villancicos; encender velas; poner coronas de Adviento, con ramas de ciprés, y rezar colectivamente; la Cena de Navidad; hacer portales; poner pesebres y poner «nacimientos» con la presencia de los Tres Reyes de Oriente, con una estrella con estela que generalmente se coloca en la parte alta de un árbol de Navidad. En algunos países, como en Costa Rica, la figura del niño se coloca hasta el 24 o 25 de diciembre.

La Navidad como fecha hoy está totalmente inscrita en todos los países, no solo por su significado religioso, sino porque se ha convertido en una fecha totalmente comercial y de consumo masivo, que también abarca las artes, la literatura, la música, el cine, la televisión, la radio y los medios digitales.

La Navidad nos metió a san Nicolás, santa Claus, a Papá Noel, al Abuelito de las Nieves, como le llaman en algunos países nórdicos europeos, o a Colacho, como cariñosamente también se le llama en Costa Rica.

Su origen se remonta al obispo Nicolás de Bari. Es un personaje que reparte regalos a petición de los niños. Para ello se dice en la tradición que se ayuda de «elfos», que le trabajan en su taller de confección de regalos, y que sale a repartir en un trineo tirado por renos. Supuestamente Nicolás de Bari repartió riquezas entre personas pobres y necesitadas, dando origen a esta tradición de regalar. Originalmente la fiesta de regalar se hacía el 6 de diciembre, fecha que se cambió con la reforma luterana, para centrar su atención en la veneración a Cristo, y para no hacerlo en honor a santos. En las fiestas romana a Saturno se les dan regalos a los niños. En Nueva York con el establecimiento de los holandeses, en 1624, surgió santa Claus sustituyendo a san Nicolás. Actualmente su leyenda lo ubica viviendo en el Polo Norte, con su esposa y sus duendes. Es hoy también un personaje del comercio y del consumo.

El del 31 de diciembre nos recuerda y exalta la finalización del año y la celebración del año entrante. En el caso nuestro por la presencia del calendario gregoriano la celebración del Año Nuevo se celebra el 1 de enero.

De hecho, se empieza a festejar desde la noche del 31 de diciembre cuando finaliza el año anterior, a medianoche de ese día, a partir del momento que inicia el primero de enero, cuando empieza el siguiente año, que también se mantiene la celebración prolongada desde el 31 de diciembre hasta la madrugada del 1 de enero, incluyendo su desayuno.

De acuerdo con otros calendarios y con otras tradiciones religiosas, o de origen de los pueblos, esta celebración se celebra, en esos otros países y naciones en otras fechas.

En algunas comunidades antiguas esta celebración se asoció a la agricultura, cuando se producían las nuevas cosechas o florecían las plantas. Por ello también se vincula con la fertilidad, y en algunos pueblos por su tradición religiosa a la diosa fertilidad. En algunos pueblos la celebración de esta festividad dura varios días.

En algunos pueblos la llegada del año nuevo se celebraba con sacrificios, procesiones y con fiestas o rituales dedicados a la fertilidad, y hasta con ambiente carnavalesco, donde la gente se dejaba llevar por sus pasiones a excesos desenfrenados.

Otros pueblos vinculaban el año nuevo a supersticiones, parte de ellas las hemos heredado, de allí también la celebración con fuegos artificiales, pararse en un pie, generalmente el derecho, tocar instrumentos musicales como trompetas, poner monedas debajo del mantel con la intención de protegerse frente a desgracias en el año nuevo y para garantizar buena prosperidad y bienestar.

En estas festividades se acostumbraba, y se sigue acostumbrando, regalar ropa entre la gente y dinero entre familiares, para que el año nuevo las personas lo iniciaran con dinero. Del mismo modo se acostumbraba, también, a entrar a las casas con el pie derecho como símbolo de buena suerte.

En diferentes países se establecen costumbres adicionales a la celebración del inicio de Año Nuevo, como besarse, comerse doce uvas por cada miembro de la familia, pensar en doce deseos, darle vuelta a la cuadra de ubicación o residencia de la casa, simbolizando con ello las posibilidades de viajar durante el nuevo año, hacer juegos pirotécnicos o fuegos artificiales, dar doce campanadas en las iglesias a media noche, descorchar botellas de champagne o sidra, quemar muñecos de paja como símbolo de dejar el año viejo, realizar comidas familiares y la tradicional cena de Año Nuevo, que de alguna manera simboliza el deseo de que los alimentos no falten en el año que inicia.

En algunos pueblos antiguos se creía que en el año nuevo se decidían los destinos. Otros pueblos asociaron el Año Nuevo a los equinoccios de primavera o de otoño.

Fueron los romanos los que establecieron la celebración de año nuevo el 1 de enero, cuando el emperador Julio César, en el año 46 a. C., por una modificación que introdujo en el calendario de su época, en el llamado calendario juliano, extendió el año a 445 días para hacerlo empezar el 1 de enero del año 45 a. C. Hasta ese momento se celebraba el 1 de marzo.

Desde el año 153 a. C. los romanos celebraban el 1 de enero al empezar sus funciones los magistrados anuales con una fiesta que giraba alrededor del dios Jano, que tenía que ver con el pasado y con el futuro, y cuyo templo tenía doce altares, en concordancia con los doce meses del año.

La imagen del dios Jano es una cabeza con dos rostros, uno que ve hacia atrás y otro hacia el frente, simbolizando esas miradas la vista hacia el pasado y la visión hacia el futuro.

El calendario romano, el juliano, duró hasta que el papa Gregorio XIII, en 1582, volvió a modificar el calendario. Con el papa Gregorio XIII, y la tradición religiosa medieval se añadió, a los pueblos de tradición católica, los símbolos cristianos de la Navidad, que hoy pesan más en la celebración de esos días de finales de año y del Año Nuevo.

Los cristianos de la Iglesia Ortodoxa que mantienen el calendario juliano lo celebran el 14 de enero.

Con el cambio del calendario juliano, por la Revolución rusa, en 1917, se empezó a celebrar el 1 de enero la entrada del nuevo año.

Los cristianos de la Iglesia vetero católica lo celebran el 4 de febrero, de acuerdo con el calendario gali-católico.

Los cristianos cuáqueros y luteranos no celebran el año nuevo, ni los testigos de Jehová. Los judíos y musulmanes por sus tradiciones tampoco celebran el 1 de enero.

En la tradición católica el 1 de enero exalta a la Virgen María, como madre de dios, con celebración de misa ese día y de descanso laboral, y de reflexión sobre la llamada palabra de dios, que requiere meditación sobre las acciones diarias de las personas, reflexión que contenga compasión, tolerancia, justicia y amor.

En la tradición judeocristiana el 1 de enero coincide con la circuncisión de Cristo, en su octavo día de nacimiento, cuando recibió el nombre de Jesús.

En el actual siglo XXI la celebración del Año Nuevo es de carácter universal, de todo el planeta, más allá de las tradiciones culturales o religiosas de los distintos países, pueblos y nacionalidades, pues en todos los países del mundo se celebra la llegada del año nuevo, incluso es seguida por televisión y por los medios de comunicación electrónicos, y digitales, desde el primer país que lo recibe hasta el último, por el movimiento de rotación de la Tierra.

En algunos países la fecha de Año Nuevo es la de hacerse regalos, así se hacía en la Roma antigua, lo que hoy se hace más en la noche del 24 para el amanecer el 25 de diciembre, o el 6 de enero, asociado a la llegada de los Reyes Magos, según la tradición cristiana.

En muchos países la fiesta de Año Nuevo termina violentamente, incluso a nivel familiar, por el abuso del consumo de alcohol, o bebidas alcohólicas, por lo que la entrada y la fiesta del Año Nuevo adquiere un carácter hedonista, de exaltación del placer, del libertinaje y de desvergüenza, del placer como objetivo o finalidad de la vida para obtener la felicidad, especialmente exaltando los placeres del cuerpo más que los mentales, donde la apuesta es por las pasiones sin racionalizarlas. También de dolor cuando como resultado de esos excesos se sufren situaciones violentas hasta la muerte de personas queridas que participan de esas celebraciones y excesos.

En algunos países la entrada de Año Nuevo calza con procesos electorales donde se cambian gobiernos y representantes legislativos, lo que es un símil político, de un nuevo gobierno, como sucedió el pasado 31 de diciembre y el 1 de enero de este año 2022, en que Costa Rica se encontraba en un proceso electoral, que culminó el 4 de abril. Un nuevo gobierno, con nuevo presidente, nuevos ministros y diputados y nuevas sorpresas con el salto que se da de un gobierno a otro, sobre todo cuando se trata de cambios también de partidos gobernantes. Son saltos al vacío, a la incertidumbre, a la sorpresa de lo que deparará en el nuevo gobierno…para bien o para mal. Aquí el rostro de Jano probablemente habría que ponerlo con una venda en el rostro que ve al futuro.

Con la instalación de un nuevo gobierno podemos suponer que brilla el Jano político nuestro, mirando el gobierno pasado y expectativamente esperando el nuevo gobierno. Aquí empieza el nuevo proceso de cosechas y frutos como de florecimiento de plantas. También nuevos procesos de luchas políticas y de renovación institucional.

No vemos los costarricenses nunca en estos procesos un inicio de desgracias, ni que caiga sobre el país ni el pueblo un período de plagas o calamidades nacionales. La esperanza se impone en el nuevo gobierno en el deseo de que le vaya lo mejor posible porque así le va bien a todos los ciudadanos y habitantes del país.

En los gobiernos autoritarios tan solo hay una prolongación de las desgracias que se sufren.

Hay países que, por sus gobiernos autoritarios, y por el control que ejercen de los procesos electorales, no provocan esta renovación de esperanzas y de sorpresas. Tan solo prolongan el malestar de las gentes, el dolor de los pueblos, pero sus pueblos renuevan en ese sufrimiento sus sentimientos de cambio, de libertad y de fortalecimiento de sus luchas políticas.

Finalmente, el 6 de enero se celebra, coincidiendo con el día de la epifanía, el llamado Día de los Reyes Magos o Sabios, que es cuando el niño Jesús es presentado al mundo pagano, al mundo entero, con la visita de los tres reyes que le visitan de Oriente, de Arabia, Mesopotamia y Palestina —de Europa, Asia y África—, llevándole regalos. Se considera que el rey Melchor es Europa, el rey Gaspar es Asia y el rey Baltasar es África. De hecho, que Melchor era de Grecia, Gaspar de Israel y Baltasar de Egipto. De allí también la tradición de hacer los regalos el 6 de enero y no en la fecha de Navidad.

E siglo V fue cuando el papa León I decidió, oficialmente, que los Reyes Magos eran tres, uno por cada regalo ofrecido a Jesús: oro, incienso y mirra. El número de reyes se asocia con la santísima Trinidad.

Para estos días que siguen hasta el 6 de enero, mis parabienes y mejores deseos de que el próximo año sea lo más positivo posible para mis queridos lectores, para todas las personas, y mi deseo de que no avancemos en el camino de la guerra, ni en la posibilidad de una guerra nuclear de baja intensidad; de que vivamos en un mundo pacífico, desmilitarizado de ser posible y soñado sin ejércitos como en Costa Rica y sin una industria mundial armamentista, cuyos recursos podrían destinarse a combatir la pobreza y el hambre, la cual con esos recursos desaparecería.