María Kodama y Jorge Luis Borges ya están juntos para toda la eternidad, navegando en el etéreo y gran mar que les unía.

María Kodama, su mujer y heredera universal, murió en primavera en su casa de las afueras de Buenos Aires, donde vivía refugiada en los últimos años, al abrigo de los vientos de la maledicencia y las críticas y también de las adulaciones, erigiéndose como el símbolo vivo y perdurable del escritor de los laberintos, los sueños y la mitología europea, considerado como uno de los grandes representantes de la literatura en lengua española del siglo XX.

Traductora y profesora de literatura se había casado con Borges en abril de 1986, dos meses antes de la muerte del escritor, y desde entonces era la fiel guardiana de su genial obra y de su legado, que defendía con la reverencia y consagración con la que se podría custodiar el Santo Grial.

María tenía conocimiento de los versos de Borges desde que era una niña, porque su profesora particular de inglés le hizo aprender de memoria los únicos poemas que Borges escribió en esta lengua.

Según contó muchas veces, Kodama no sabía quién era el autor, pero guardó desde entonces el final del segundo de ellos: «Puedo darte mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón; estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota».

Aquellos versos grabados en su memoria infantil se repetirían hasta lo infinito mientras paseaba en penumbra por los bordes de su corazón con los pies descalzos y sus ojos encendidos. Y María fue creciendo con la certeza de que su destino era dedicar su vida a rescatar a aquel desconocido poeta de su soledad y desolación.

Su amor comenzó cuando ella tenía 16 años y el 54. Fue ella quien después de escuchar al poeta en una conferencia se hizo la encontradiza, y lo encontró para compartir toda una vida juntos ya que nunca se separaron. Eran muchas las cosas que les unían, su amor por la literatura anglosajona, la fascinación por los temas fantásticos, los viajes y la filosofía.

Tal vez Borges percibió en María, aquella joven lánguida de ojos rasgados y andares volátiles, el latir del alma de su amada Beatriz Viterbo (la heroína del Aleph) y percibió su halo, como si un reflejo lunar se hubiera adentrado en su noche eterna, para iluminar sus pasos y dar término a esa nostalgia, que cada atardecer reposaba junto a su cuerpo, como un barco naufragado junto a las rocas.

María, de ascendencia japonesa por parte de padre, reunía la fragilidad de una maico de cabellos como hebras de azabache, junto con ademanes y gestos de una delicadeza tan sublime, que parecía estar ungida por el rigor de lo sagrado.

Podemos decir que ella fue los ojos del escritor, aquejado desde joven por una enfermedad degenerativa en la vista, que finalmente le dejó ciego. Aunque como ella cuenta en una entrevista, el autor tenía una memoria tan prodigiosa que cuando visitaron algunos países de Europa, en los que Borges había vivido de joven, era él, quien describía los paisajes y los lugares que visitaban, con un extraordinario detallismo.

Borges y María recorrieron el mundo a lo largo y a lo ancho, y estos viajes fueron plasmados en un libro titulado Atlas, en el que colaboraron conjuntamente, que es el testimonio de esos encuentros con diversas culturas y tradiciones.

Sentían fascinación por los países árabes, especialmente por Egipto y sus pirámides, que eran la representación de un universo vertical y enigmático, en que las piedras solemnes y la arena volátil, representaban esa conexión que unía dos mundos lejanos en el tiempo, pero conectados por emociones vibrantes, pues todo lo que encerraba misterio, para ellos suponía una atracción irresistible.

Kodama simboliza el legado vivo de Borges en la tierra, como ella confesaba, debido a que profesaba la religión sintoísta, donde el culto a los antepasados forma parte de sus creencias religiosas, lo que hacía que su marido estuviese presente en cada acto de su vida.

Ella misma había adquirido hábitos que eran propios del escritor, como hacer anotaciones en los libros, marcas y cruces que eran como señales de atención y la atracción por los lugares más esotéricos que la conectaban con Borges.

Así, las bibliotecas eran para ella un lugar de culto, donde las repisas de libros y los anaqueles de pergaminos, situados en extensos pasillos que invitaban a su exploración, suponían una irresistible invitación para encontrar ese volumen perdido, donde podían hallarse las palabras claves que abrieran la puerta a un mundo enigmático y mágico.

Para María, era una atracción irresistible adentrarse en esos laberintos metafísicos por los que el poeta solía transitar, para conversar con los inmortales y los ancianos de sabiduría ancestral, y tal vez encontrar ese punto mágico escondido en un viejo caserón en ruina, donde confluyen todos los puntos del universo y todos los instantes del tiempo.

María Kodama no quiso publicar sus escritos en vida de Borges y fue al morir este, cuando salieron sus libros al a luz: Homenaje a Borges (2016) y Relatos (2018).

Es en la escritura, donde ella encuentra esa vía de escape por donde acceder a un universo de belleza y magia, que la pone en conexión con el poeta, donde se puede detener el tiempo y al que se puede acceder sin otros límites que sus deseos y disposición para expresar su mundo interior y dar rienda suelta a la imaginación.

El pensamiento es libre y María siempre se sintió sin ataduras ni contratos, ella desde muy joven adquirió esas alas que la hicieron volar sin cortapisas, pues no creía en el matrimonio, sólo en la unión casi devocional al gran amor de su vida.

Únicamente dos meses antes de morir el escritor, accedió a casarse con él y lo hicieron por poderes en el consulado argentino de Asunción, en Paraguay

Borges la designó su heredera universal y ella dedicó el resto de su vida a salvaguardar sus escritos, a impedir que su legado fuera adulterado y su memoria falseada.

María Kodama se entregó en cuerpo y alma a defender y custodiar la obra de Borges con el celo y la entrega de un samurái, hasta el último día de su vida.