Se ha preguntado usted ¿por qué tenemos una visión antropocéntrica de Dios?

Los primeros seres humanos en caminar sobre la Tierra sentían un temor intrínseco a las fuerzas de la naturaleza porque las desconocían, no sabían de donde provenía o que las causaba. Como no habían desarrollado aún un pensamiento crítico y lógico generalizado, atribuían esas fuerzas a poderes de seres extraños que las controlaban. Conforme maduró el razonamiento y las capacidades cognitivas de los miembros de una tribu, maduraron también los conceptos abstractos como el de dios o dioses; en el sentido de deidades a las que tenían que adorar, respetar y temer. Con el surgimiento de los primeros asentamientos humanos y la creación del lenguaje, se establecieron las bases de las primeras sociedades humanas. Dichas sociedades humanas desarrollaron los primeros conceptos de dios. O más precisamente de dioses: dioses primitivos, dioses ancestrales.

No obstante, el concepto de religión aún no se había desarrollado. Ese concepto, sumamente abstracto y basado en conjunto de dogmas y creencias, involucraba el concepto dios o divinidad, a través de prácticas rituales como la oración y el sacrificio. Pero lo más interesante y significativo: pensadas y estructuradas socialmente como un sistema de culto y veneración dirigido por una única y distintiva casta social: una casta social distinta a todas las demás, una casta social superior, una casta social a la que debían obediencia y sumisión. Porque, supuestamente, eran el medio para comunicarse con la deidad y que esta, a través del medio, le comunicara a la tribu sus deseos y ambiciones.

Fue así como nacieron los antiguos sacerdotes, chamanes, oráculos, etcétera. Fue así como los dioses y deidades dejaron de estar ejemplificados y representados por las fuerzas de la naturaleza y empezaron a estar representados y ejemplificados por formas antropomórficas. ¿Qué formas?, las que los antiguos sacerdotes, chamanes, oráculos, etcétera creían que tenían. La forma en que ellos(as) se veían reflejados como representantes de la deidad ante la tribu. De ahí, los trajes rituales que utilizaban y el simbolismo místico en las ceremonias que realizaban. Conforme evolucionaron las religiones primitivas, evolucionaron también los rituales religiosos y se volvieron más estructurados y elaborados. Se diseñaron para guiar la conducta social de la congregación, a través de, la conducta individual del practicante. ¿Cómo?, adoctrinándolo a través del culto. Culto del que solo la clase sacerdotal, la casta superior, la casta divina, tenía el conocimiento y el derecho de saber y dirigir.

Así, las primeras civilizaciones humanas pasaron del concepto a la estructuración de la religión como una forma jerárquica y organizada. Y de ahí fue solo una cuestión de tiempo utilizar a la religión como una forma política de controlar a la población y mantener al Estado/nación bajo una estructura política jerárquica y organizada similar a la de la religión; es decir, similar a la de la casta religiosa. De esa forma, junto con la religión y de la mano del poder político las primeras civilizaciones crearon jerarquías tanto políticas como religiosas; en las cuales los siervos y vasallos obedecían; los nobles y escolásticos mandaban y los reyes y pontífices gobernaban. De ahí las religiones pasaron a personificar a Dios, a hacerlo a imagen y semejanza del hombre; pero, sobre todo, a inculcar en los fieles y seguidores la idea de que, el sumo sacerdote, el sumo pontífice es la representación de Dios en la Tierra y que Dios gobierna a través de sus representantes; ya sea el rey o emperador, o el sumo sacerdote o pontífice. Sin mencionar que, muchas veces, eran ambos: rey y pontífice.

Esa idea se arraigó tanto durante el Medioevo que aún persiste. No fue sino hasta finales del siglo XVIII, con la caída del papado y hasta principios del siglo XX con el abolicionismo de la mayoría de las monarquías que aún quedaban, que la trilogía: Dios, poder o política y religión fue cambiando para bien de la humanidad. Recuerde, Dios no pertenece al hombre, Dios no pertenece a la religión. Es todo lo contrario, es al revés.