Sé el cambio que quieres ver en el mundo es una frase que se atribuye a Mahatma Gandhi, aunque parecer que no es precisamente de su autoría, lo cierto es que resulta inspiradora para asumir que somos protagonistas de la realidad que queremos cambiar. Puede ser que estas palabras, tan profundas como sabias, se asocien a un maestro como Gandhi pues con su acción suave y silenciosa demostró que es posible transformar la realidad con actos simbólicos basados en la fuerza interior manifestada en el exterior, desde la capacidad consiente de actuar para modificar el entorno que habitamos.

Ser y hacer el cambio implica una gran consciencia del valor de la presencia, esa energía o fuerza del interior, que cuando es reconocida se manifiesta como un motor de cambio, para empezar el propio o personal y desde allí expandirlo en todo cuanto nos rodea. Estar presentes es respirar, sentir el corazón y equilibrarlo con la razón para ser conscientes del impacto de nuestras acciones, desde las más pequeñas e internas como mirarnos al espejo y ver el alma que nos habita, hasta las más grandes como actuar en equilibrio con la naturaleza que nos rodea para transformar la relación que tenemos con nuestro entorno incluido el familiar, social y hasta planetario. El alcance de cada acción puede ser ilimitado, como cuando una piedra cae en el agua, sus ondas pueden expandirse más allá de lo imaginado.

Ser el cambio pasa por conectar con la fuerza interna que se manifiesta desde la profundidad del ser y estar, sabiendo que incluso el silencio puede ser más fuerte que las armas y la violencia, tal como lo demostró Gandhi. Cuando actuamos en consciencia del poder que tenemos, sabiendo que solo con la palabra podemos crear conflictos cuando es mal utilizada o generar alivio si es bien pronunciada. Ser el cambio que quieres ver en el mundo es totalmente cierto y real cuando nos implicamos desde la consciencia, lo que significa ser conscientes del impacto que genera cada acción, pensamiento y palabra que expresamos o manifestamos.

Ahora esto tiene más relevancia que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad, porque estamos atravesando un periodo de profundos cambios, algunos de los cuales intuimos y otros los deseamos cuando vemos las consecuencias de la realidad creada en los últimos siglos y exacerbada en las décadas por un sistema o paradigma que parece devorarnos en una rueda imparable de necesidades, tensiones y problemas existenciales tan profundos que hasta ponemos en duda la continuidad de la vida en el planeta.

Queremos el cambio cuando observamos la rueda imparable que corre a un ritmo trepidante, con una vida que pasa sin darnos cuenta, en medio del absurdo caótico de un sistema que devora el tiempo y la naturaleza que somos. Deseamos un giro profundo que permita mitigar la contaminación, eliminar la corrupción y anhelamos que la riqueza sea repartida o que al menos tengamos la suerte de tener un mínimo pellizco de ella, mientras soñamos con que el hambre sea un asunto del pasado y que la migración sea solo para cumplir sueños o para arraigarnos con fuerza a la tierra que amamos.

Quisiéramos modificar los problemas de una sociedad construida desde el olvido de la esencia humana que somos, mientras los gobernantes miran desde lo alto de la pirámide un mundo ajeno a sus realidades y sensibilidades. Soñamos que cambien las estructuras que dictan el destino de los países, regiones y lugares para poder acceder a la salud, la educación, vivienda, seguridad y todo ello que llaman derechos humanos. Los más optimistas sueñan con el cambio, otros apostamos por la utopía creyéndola posible, pese al avance de noticias distópicas que aumentan el desengaño, el desánimo y también la incredulidad ante un absurdo círculo vicioso que aún no sabemos cómo cortar.

Paralelamente avanza la tecnología con cambios que impactan prácticamente todas las áreas de la vida y casi sin darnos cuenta el mundo acelera su ritmo de crecimiento, entrando de lleno en una era postindustrial que puede ser aún más distópica. Es tal la velocidad de los cambios que da vértigo repensarse o recrearse en un siglo XXI que nos absorbe, cual remolino que envuelve la realidad con el protagonismo de la virtualidad, mientras la vida se transmite a través de cámaras que nos observan y tal cual Orwell lo plasmó en su libro 1984 nos vemos en las pantallas mentales o reales sin apenas creer en tener la posibilidad de discernir sobre la vida que queremos vivir.

A veces somos conscientes de los cambios que están sucediendo y en otras ocasiones simplemente queremos que cambien la sociedad, la economía, la política y hasta las generaciones que dejaron de ser, sin saber cómo lo podemos hacer. Entre tanto las brechas generacionales se profundizan aún más, con personas mayores cada vez más ajenas a la virtualidad de un mundo complejo que es difícil de entender, con jóvenes que transitan por nuevas realidades sin que apenas podamos identificar entre avatar y avatar que cuesta comprender.

Pedimos cambios a gritos mientras estos suceden, sin que sintamos que tenemos la posibilidad de ser protagonistas de los nuevos paradigmas que se están creando. Para donde mires hay necesidad de cambios y aún estamos a tiempo de construir o reconstruir el mundo en el que queremos vivir.

Cuando vemos el entorno con las noticias críticas sobre un presente y futuro caótico, en el que se habla de colapso o de distintas ampliaciones de las crisis que conocemos o intuimos, queremos cambios sin que seamos conscientes de que somos creadores de realidades y por tanto de las posibilidades de acción que tenemos.

Entonces ¿qué tal si cambiamos el foco, para darnos cuenta de que nosotros somos el cambio? ¡Sí! nosotros somos el cambio y aunque parece que cambiar el mundo nos queda grande, es posible que muchas gotas de agua formen un océano y que muchos pequeños actos tengan un gran impacto, como lo dijo el gran Eduardo Galeano: «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo».

Puedes pensar que el cambio de un solo ser no mueve el mundo, pero si unimos el tuyo, el mío, el de él, de ella y muchos otros seres conscientes que activan su capacidad de transformación, entonces podremos ser las gotas de un océano que crean olas tan poderosas y a la vez suaves, que son capaces de cambiar el horizonte con leves caricias que suman sutiles movimientos en la arena que crean nuevas realidades visuales y existenciales. Para lograrlo debemos dejar de tener miedo al cambio, porque limitamos la posibilidad de salir de la zona de confort que es la realidad en la que nos hemos acomodado, sin darnos cuenta de que muchas veces nos adaptamos a la incómoda injusticia y a la estreches del pensamiento, sencillamente porque asumimos que es imposible generar cambios por nosotros mismos.

A veces nos mantenernos en una incómoda zona de confort por miedo a lo desconocido, pues no sabemos qué va a pasar temiendo a la incertidumbre de lo nuevo o a lo extraño, por lo que aceptamos con resignación la incómoda realidad sin que asumamos nuestra capacidad para cambiarla o recrearla.

Tenemos el cambio en nuestras manos, mente y corazón. Para empezar, podemos ejercer los derechos para que sean realmente humanos, reclamando la posibilidad de acceder a una vivienda sin tener que empeñar la vida en ello, o hacer trabajos o labores que nos generen beneficios económicos y nos hagan felices, o que podamos vivir satisfechos sacando nuestros dones y talentos, para además vivir de ellos. También la educación puede ser mucho más que recibir la información sin tener en cuenta la diversidad de intereses, energías y expectativas del aprendiz, sin tener que aceptar las normas que ignoran la presencia transformadora que nos habita y menosprecia la diferencia que enriquece. La salud podría entenderse como hábitos y prácticas saludables que mantienen el cuerpo sano, con una alimentación sana, agua sin químicos, sin sustancias tóxicas y con aire limpio para respirar la energía que da la vida.

Teniendo la base de una tierra donde sostenernos, vibrando al ritmo del corazón lleno de la vitalidad de la respiración consciente, nos damos la fuerza para convertirnos en seres soberanos que cambian las dependencias para decidir con libertad y sin las carencias de la necesidad, qué alimento llevar a la boca, sin los límites de la energía del dinero en pocas manos en un planeta lleno de abundancia.

Hacer cambios es tan sencillo como decidir cuál canal sintonizar; por ejemplo, en la televisión, esa pantalla que ha tenido tanto protagonismo en la vida de los seres humanos, que ahora sustituimos por otras pantallas en las que transmiten unas formas de vida que supuestamente debemos vivir. Es el momento de salir de las cajas para cambiar el mundo, volviendo a convivir con todo cuanto nos habita en el interior y nos rodea en el exterior del ser humano.

Podemos hacer cambios con acciones tan sencillas como decidir a qué le damos clic o cuando activamos el on y off, apagado o encendido incluso en nuestro modo de ser y estar. Entonces podemos parar la información que nos bombardea, que llega no solo con palabras y frases, sino también con música y vibraciones, para decidir qué entra en nuestra vida sin que seamos como Truman repitiendo un show con un guion ajeno, escrito por otros. Como protagonistas de la vida, tenemos la opción de decidir y ser factores de cambio.

Todos y cada uno de nosotros tenemos la capacidad de cambiar y ahora es el momento de actuar. Ser el cambio que quieres ver en el mundo, nos corresponde a ti, a él, ella y a mí. Para empezar, transformando ese yo, el personaje egóico que ha tomado el protagonismo de la vida, creando etiquetas obsoletas para esta realidad en la consciencia del ser y tomar las riendas para activar la capacidad de actuar en coherencia con quienes hemos venido a hacer el cambio en la vida que queremos vivir. Ese es un cambio esencial que hemos de hacer para ser, empezando por discernir con qué nos identificamos y con qué no. Estamos en un planeta dual con experiencias de polaridad, de luz y de oscuridad, como el día y la noche, en donde podemos decidir por donde caminamos, a donde vamos. Todas las acciones conscientes, por pequeñas que sean, hacen el cambio.

Te invito a ser el cambio con pequeños gestos y acciones sencillas en el hogar, el estudio, la familia o el trabajo, sin pensarlo, simplemente actuando desde los latidos de un corazón tranquilo que tiene la verdad de lo que llamamos alma. Escucharlo para vivir en la coherencia de la mente y el corazón es un gran paso para ser el cambio. Ser el cambio es asumir que tenemos una fuerza interior que nos permite expandir nuestra esencia, más allá de lo imaginado, trascendiendo los límites que impedían desplegar la capacidad creadora e innovadora para ser la nueva humanidad que habita la tierra.