En nuestra actual sociedad, todo es gobernado por el dinero, por la moda, por la inmediatez. Los artistas con formación, con trayectoria, casi son personajes en extinción. Con que facilidad usan esa categoría, quienes no tienen la más mínima trayectoria, y para que decir calidad. ¿Para qué sirven los artistas y el arte? Pero antes, debo reconocer que, para mí, el arte que realmente valoro es aquel que contribuye a una acción reflexiva en la sociedad.

Existen los que hacen del arte un buen negocio, entre ellas están las universidades. Estas instituciones, que uno piensa que son serias, lanzan al mercado cientos de artistas como verdaderas fábricas de chorizos. Vivimos dominados por un sistema desregulado, sin control suficiente, donde estas instituciones académicas son verdaderas fábricas tituladoras, por no decir trituradoras de esperanzas. No es tema para ellos saturar el mercado con profesionales que no tendrán donde ejercer. Hoy se ha vuelto muy fácil catalogarse de artista, basta con un clic de dedos y ya son. En cada semáforo de la ciudad hay un «artista» haciendo gala de malabarismo con pelotas, otro tragando fuego, o alguien girando unos pañuelos como molinos de viento. Ni hablar de los cantantes urbanos, verdaderas pesadillas de oír. Grafiteros de pacotilla que destruyen fachadas patrimoniales. Pintores que enarbolan discursos políticos muy de vanguardia, pero que su obra artística no refleja nada de su sofisticada oratoria. Ni hablar de los cineastas. Son los que reciben el cheque mayor de parte de los fondos culturales, pero las películas no convocan al gran público.

Entre los artistas hay un doble estándar, una incoherencia entre el discurso y su obra. Parece que no se dan cuenta o simplemente no les importa que con este doble estándar son parte funcional del sistema especulativo dominante que dicen aborrecer en su oratoria.

¿Pero quién dijo que el estado tiene la obligación de financiar el trabajo artístico? Quizás bastaría con que el estado construya los espacios necesarios para la divulgación de esa actividad. Como lo hace con el fútbol profesional y otras disciplinas deportivas.

Vivimos en un país donde aún no resolvemos problemas de salud, educación, y habitacional, entre otros temas esenciales que afectan a un gran número de ciudadanos. Si hay que priorizar, estoy con los últimos. Dónde está el compromiso de los académicos, de los artistas con trayectoria, de los intelectuales, y de los gestores culturales, que no dicen nada al respecto, padecen el miedo a las «funas» de las redes sociales, mientras en silencio presencian como todo cae en la rodada de la mediocridad. Seguramente en sus intelectuales reuniones sufren por el mundo que espera a sus nietos y bisnietos con esto de la Inteligencia Artificial, o con el rollo de los Algoritmos, tal vez con el daño por el uso masivo del móvil, por el calentamiento global, si existe agua en el planeta Marte, mientras Europa continua sus infaltables guerras, y en el Mediterráneo siguen muriendo los hijos desprotegidos del colonialismo. Debemos aprender a vivir en la incertidumbre, vivimos en un mundo cambiante, líquido, donde no existen las certezas.

En fin, hay mucho por hacer, por corregir, pero es el presente el que debemos resolver, solo así podremos entregar un mundo mejor a las futuras generaciones.

Recordé una bella entrevista que realizó el gran cineasta italiano Roberto Rossellini a Salvador Allende, en 1971, ante la pregunta: ¿cuál es nuestro futuro?

Si el hombre de los países industriales ha llegado como usted lo señala a la Luna, es porque ha sido capaz de dominar la naturaleza. El problema está, en sí, es justo que el hombre ponga los pies sobre la Luna. Es más justo, que los grandes países, simbólicamente hablando, pongan los pies sobre la Tierra y se den cuenta que hay millones de seres humanos que padecen hambre, que no tienen trabajo, que no tienen cultura.

Mientras filmaba Pintores Mozambicanos en 1986, el protagonista principal era mi querido amigo pintor Malangatana Ngwenya, fallecido hace unos años, a quien pude traer a Chile en 1994, a exponer en el Museo de Bellas Artes. Malangatana fue pintor, poeta, músico, actor, y diputado, pero, principalmente, un gran ciudadano, consciente del rol que debía jugar el artista en un país que recién nacía. Su pintura refleja las diversas etapas vividas por su patria, desde la época colonial, en la cual él fue víctima, y la posterior independencia.

Malangatana, cada mañana de sábado reunía cientos de niños, en su mayoría hijos de familias muy humildes del barrio. Con ellos pintaba en una calle sin pavimentar, a pocas cuadras de su casa/estudio/taller. Los chicos traían restos de objetos, desperdicios, tierras o polvos de color, con los cuales iban creando diversas figuras, que, en su conjunto, iban dado vida a un enorme mural sobre toda la superficie de la calle de tierra. Esta colorida fiesta siempre terminaba con los niños y el propio Malangatana cantando y bailando la melodía que brotaba desde su hermoso interior con su característico vozarrón de tonos graves. Felices regresaban los niños a sus casas a esperar el próximo sábado para volver a soñar despiertos. Privilegio que cientos de miles de niños africanos no tienen, ya que día a día duermen a oscuras, no sueñan y menos sospechan si habrá un mañana.

¿Pero cómo logramos que las nuevas generaciones puedan expandir sus mentes gracias al arte y sean sensibles no solo para disfrutarlo sino también a futuro poder consumir arte? Esto no es tarea solamente de los planes de estudio de nuestra educación. Es muy importante que los propios artistas tomen conciencia y contribuyan con ideas claras, realizables, que ayuden a cambiar esta realidad.

Creo que el concepto de arte circular puede ser la fórmula, pero, como yo lo entiendo o imagino. Para mí el arte circular, al que yo me refiero, no es aquel que se realiza con desechos, que se reutilizan.

Lo que propongo como definición de arte circular, es aquel que se transmite, que se propaga, se esparce, se difunde, se disemina y divulga entre personas, para cumplir un rol como facilitador y motor de cambio, reflexión y crecimiento de la gente en general. Así contribuir a que el placer estético no sea solo privilegio de élites, sino que sea en definitiva algo inseparable en la formación integral de las nuevas generaciones.

Esto puede sonar a provocación, quizás lo es, pero lo más importante es abrir un debate para romper el statu quo existente y así encontrar fórmulas diversas de alterar el presente. Presente donde el arte y los artistas verdaderamente jueguen un rol en la sociedad, sean valorados y apoyados en la medida de su calidad y aporte. Entre algunas ideas que me atrevo a sugerir está, por ejemplo, en vez de tener en las escuelas un profesor que enseñe música, literatura, cine, artes visuales, en base a libros, se le dieran horas pedagógicas a los cientos de jóvenes egresados de carreras artísticas que hoy sirven café en restaurantes. De esta manera las fábricas de chorizo se justificarían.

Otra propuesta sería que todos los fondos de cultura que entrega el estado tengan como público objetivo a los estudiantes de los diversos niveles educativos. En Chile se calculan aproximadamente cuatro y medio millón de estudiantes en todos los niveles. Las obras artísticas realizadas por esta vía serían material complementario de los planes de estudio. Con esta solución, simple y práctica, los fondos y los artistas estarían siendo consecuentes con sus discursos y cumpliendo con el objetivo de que los dineros públicos lleguen a quienes más lo necesitan.

El efecto de estas iniciativas provocaría que surgieran miles de jóvenes con miradas más abiertas, más diversas, más positivas y con mayores sensibilidades, que hoy solo disfrutan las élites. Los artistas y los espacios culturales se favorecerían a mediano plazo con una audiencia que nunca se habrían imaginado. Serán jóvenes más reflexivos, jóvenes sin miedos, que sueñan vivir en plena libertad.

Soy de aquellos que piensan que el arte y la cultura en general, no son un movimiento social político, pero posibilita que la gente pueda motivarse y sentirse responsable de lo que sucede en el presente, y de esta manera colaborar en crear un clima donde la realidad, efectivamente, pueda cambiar.