Otra vez septiembre y acuden Kalita y Lúa;
bienllegado desorden,
ellas son nuestro doméstico árbol de la vida.

Septiembre tiene días soleados
que hacen madurar la esperanza.
Tiene un azul más intenso,
donde otoño cursa mensajes y concilia luces.

Al salir las niñas del colegio las esperé en la puerta como he hecho varios años, pues hoy es el primer día del nuevo curso.

Al verlas, tuve una extraña sensación, como si de repente hubieran crecido mucho, lo que me turbó, porque hacía dos días que las había visto.

A veces, mi memoria se cuelga como los ordenadores saturados y creo ver en Lúa el rostro de su madre, incluso me confundo al llamarla, aunque a mi hija, Emma, hace décadas que dejé ir de buscarla a la salida del colegio. También, con el pasar del tiempo, el colegio ha ido cambiando de nombre, por un proceso de desacralización, según creo: Virgen de Los Llanos, Los Llanos y, hasta ahora, La Ginesta.

Un poco más tarde, en la soledad de mi pensamiento, pienso que mi «incidente» con las niñas, pudo haber sido una especie de viaje en el tiempo, como ocurre en esas malas películas yanquis que inundan las plataformas.

El tiempo es algo ilusorio y este instante que evoco, ya es pretérito. El presente se devora a sí mismo y el pasado siempre vuelve, porque, aunque la digestión de los días es lenta, a veces regurgita y nos amarga la boca con cuestiones que sucedieron hace mucho.

Ayer, me llamaron de Peñaflor, una ciudad cerca de Santiago de Chile, para avisarme que mi amigo Julio Gálvez había fallecido inesperadamente. Era el escritor que, tal vez, más sabía de Neruda, a quien le dedicó gran parte de su vida y de su obra.

A pesar de nuestras largas conversaciones sobre ese tema, irrumpe en mi memoria una supuesta parte oscura del poeta chileno, el abandono de su hija y las supuestas violaciones.

— ¿Pablo, es eso cierto? ¿Pablo? ¿Qué pasó con Malva Marina, de tan bonito nombre? ¿Por qué te acusaron de violador, tantos años después de tu muerte?

Sin embargo, Pablo no dice nada desde hace mucho tiempo. Poeta: la muerte no redime, pero hablan tus versos.

Todavía no comprendo por qué se ha cruzado a destiempo Neruda en mi memoria.

—¿Julio, es cierto lo de Pablo? ¿Julio, hay constancia de esas acusaciones o han sido urdidas por tantos enemigos como tuvo?

Pero mi amigo tampoco responde desde hace unos días.

Entonces, vuelvo a recordar la fragilidad de la vida, ya que llegará un día en que no estaré aquí, no oiré las voces de las niñas, ni me llegará el olor del hinojo en el camino hacia el colegio Josep Guinovart.

—¿Josep te acuerdas cuando comentábamos lo que había crecido Castelldefels o qué poco se preocupan los políticos de la cultura? ¿Lo recuerdas, Josep?

Pero, Guinovart, tampoco habla, va ya para doce años. Levantan la voz sus obras; su cromatismo tan cercano a la tierra, a nuestra propia vida.

¡Esta manía de interrogar a los muertos! ¿Será también una moda de Hollywood?

Cuando llego al colegio, compruebo que en todos los puntos cardinales que mires, hay mujeres, profesoras, educadoras y modelos de vida para las niñas. En sus espaldas, cual el titán Atlas, se forman sociedades limpias.

De momento, esto es septiembre con sus mejores ropajes y un profundo, casi añil, tono azul. El calor da una tregua y estar a la puerta del colegio esperando, sin ruidos, entre pinos carrasco y piñoneros, es un pequeño milagro.

Llega el autobús 97, que viene de las estribaciones del Massis del Garraf y nos lleva a casa de l´avia, como dicen Kalita y Lúa.

En él, cada día, viaja la vida.

Durante el trayecto, en esta jornada de emociones y confusión, aparece otra ausente, Mercè Rodorera, que hace mucho tiempo que no dice nada, pero dialoga con nosotros con sus obras. Es lo que tienen los escritores, sus palabras perduran en esa cavidad que le tenemos reservado en nuestro corazón y en algún lugar perdido del hipocampo.

En Carrer de les Cameliés, de Barcelona, Mercè Rodoreda alumbra la historia de Cecilia, una niña adoptada por un matrimonio al encontrarla abandonada en la calle. Esta circunstancia hace que se sienta extraña y durante su periplo en la tierra busque su espacio en los suburbios de su propia existencia. Novela iniciática, en la que Rodorera, con una prosa poética que subyuga, nos dejó al final algo de esperanza, ya que Cecilia, tras muchos sufrimientos, logra ser una mujer realizada e independiente.

En Montcada i Reixach hay otro Carrer de les Cameliés; allí sobrevive Daniel Izquierdo con sus libros y sus arcanos, allí las camelias, como mensajeras de sentimientos, se vuelven palabras. Dani, de tanto seducirlas, las hace sangrar; luego, tal como hacían sus dieciséis tatarabuelos turolenses, las abarca y las aventa, él con New Roman 12, por las redes sociales, para que alumbren entre tanta baratija que leemos a diario.

Dani, «Donnadie», como se autonombra, siempre es un amigo. Te ofrece su casa y te acomoda en ella; suena en un rincón, para que no falte nada, la enigmática y adorable Enya con Only Time:

¿Y quién puede decir adónde va el camino?
¿Dónde fluye el día?
Solo el tiempo.

¿Quién sabe?
Solo el tiempo.

Te trae agua, hace que te sientes en la butaca de orejeras, pone la mejor de sus sonrisas y, entonces, poco a poco, sin preguntarte, te va mostrando sus escritos: admirables en su sintaxis, ejemplares en su descripción, de belleza inconmensurable. Imposible encontrar otros parecidos en la baraúnda de Internet.

Algunas veces habla de su «pueblecico» de Teruel, Aguilar del Alfambra, de sus «yayicos» que hace ya tanto tiempo que marcharon, de su sobrina del alma, Alba, o de una catedrática, amiga envidiable, que un día descubrió la vida, abandonó la enseñanza y se puso a vender fruta.

En otras ocasiones, sube el listón y se va por los cerros de Stefan Zweig, de Jaroslav Hašek, de Kant…

Sin darte cuenta, te atrapa inexorablemente y cuando menos lo esperas, siempre en el momento en que estás tan a gusto, confiado, leyéndolo, entonces suelta el desenlace de la historia con una intensidad emocional tal que su relato nos pone al borde de la hipoxemia.

Dani, sin malicia, dice, pregunta en esa corrala virtual que es, al fin y al cabo, Facebook:

—¿Qué es una poeta? ¿Qué es un poeta?

—¿Y tú me lo preguntas?, amigo Dani.