Las guerras las provocan los hombres poderosos para medir su fuerza y su dominio, pero son las mujeres y los niños los que de verdad son probados hasta el extremo, viendo su resistencia a las penalidades, su capacidad para sufrir y soportar toda clase de atrocidades y la sinrazón de la muerte.

En este último siglo las guerras se han ido sucediendo y cada vez con más crueldad, parece que la humanidad no sabe vivir en paz.

Siempre ha habido conflictos en alguna parte del mundo, desde las Guerras Mundiales, la de Vietnam, la de Irak, la guerra de los Balcanes, Siria, Afganistán. Las guerras más recientes en Ucrania, Israel y Palestina.

Es como si la actualidad de un conflicto desbancara de la atención pública al conflicto anterior y siempre hubiera que alimentar una hoguera de destrucción y de muerte.

El hombre olvida pronto los estragos que producen las guerras y los mismos pueblos que en ocasiones fueron víctimas cuando tienen la ocasión se convierten en verdugos, pero las secuelas de las atrocidades quedan por mucho tiempo grabadas en el ADN de la humanidad.

Es devastador contemplar los genocidios que se desarrollan ante nuestros ojos, lo más cruel de todas las guerras es observar los horrores perpetrados contra población civil e indefensa. La desolación más absoluta nos sobrecoge al ver la destrucción masiva de casas, escuelas, hospitales y todos aquellos edificios que representan la civilización y el progreso.

En las guerras se desprecian los derechos humanos, el derecho a la vida, a la libertad, a los principios más fundamentales de todo ser humano y solo se impone la fuerza del poderoso frente al débil, hasta aniquilarlo.

Podemos observar que las guerras más actuales de los siglos XX y XXI siguen el mismo patrón que aquellas guerras ancestrales de los siglos XII y XIII (a.C.) entre Troya y Grecia, cambian los escenarios y los protagonistas, pero las causas son siempre las mismas, el afán de poder y dominio y el interés de anexionarse riquezas y más territorios. Serán los fuertes los que masacren a los débiles y las víctimas más inocentes serán las mujeres y los niños.

Desde la antigüedad más remota muchos son los autores y filósofos que han escrito sobre las atrocidades de la guerra, ya en el año 42 (d.C.) Lucio Anneo Seneca escribió Las Troyanas, considerada como una de las tragedias más importantes de la literatura, donde se muestra una visión desgarradora de las consecuencias de la guerra.

En esta obra Séneca plantea el sufrimiento de las mujeres troyanas después de que Troya ardiera en llamas y fuera saqueada por los vencedores. En esta tragedia desfilan los eternos problemas que acompañan a la existencia humana, como el mal y sus terribles consecuencias, las pasiones sin control, la inocencia o culpabilidad de nuestros actos, la tiranía del poder y la posibilidad de la muerte como liberación.

En Las Troyanas se reflexiona sobre el destino que espera a las mujeres de los troyanos muertos en la guerra, cuando su ciudad está punto de consumirse presa de las llamas.

Después que las guerras se ganan aparecen los vencedores con su aureola de triunfo y la historia canta su victoria, pero casi nunca se habla de los vencidos y menos aún de las víctimas inocentes que las guerras deparan, mujeres desvalidas al perder a sus maridos, niños huérfanos, ancianos desamparados...

Séneca como escritor sensible, vuelve su mirada a los más desvalidos en esta tragedia. Hasta entonces nadie se había preguntado por el destino de los supervivientes de Troya, y, sobre todo, por esas mujeres que además del terrible dolor de perder a sus seres queridos son degradadas y capturadas como esclavas. Ellas son las grandes perdedoras de esta cruel guerra pues pierden el bien más preciado por el ser humano, que es la libertad.

Así se describe el momento en que Hécuba, la reina troyana, es informada por el emisario de los griegos del destino que espera a su pueblo.

La tragedia de Las troyanas narra de cómo esas mujeres quedan en el más total desamparo al perder todos sus derechos y se convierten en una mercancía que su dueño puede vender, cambiar, o regalar.

En todas las historias de guerra no se puede hablar ni de vencedores ni vencidos pues todos pierden. En este caso los griegos destruyen Troya, pero todos serán castigados.

Los vencedores a quien la suerte parece haber sonreído serán víctimas de las mayores depravaciones y cometerán los mayores escarnios convirtiéndose así en seres perversos y degradados. La falta de valores da lugar a una sociedad turbulenta y amoral que al final conduce a su propia destrucción.

Los huérfanos de la guerra (por Pilar Galán)

Las mujeres angustiadas y desvalidas esperaban su suerte.
(Séneca. Las Troyanas)

¡Ardió Troya y nosotras fuimos
testigos mudos de la tragedia!

El incendio intenso consumió todo
y las altas llamas destruyeron
aquello que tanto habíamos amado
convirtiéndolo en rastrojos y ceniza.

Fue en esos momentos intensos
de horror y fuego,
cuando el aire se volvió tan espeso
que fue imposible respirar.

Fue entonces cuando un nudo tenaz
oprimió y selló nuestras gargantas
como espeso plumón de paloma.

Cuando levantamos nuestros ojos delirantes
hacia un cielo negro y ciego
cubierto de humo ascendente y denso.

¡En la oscuridad llameante
de la noche terrible y aciaga
supimos que había llegado el final!

¡Aquel día quedará para siempre
grabado con espanto en la memoria!

En el ocaso, la tibia tierra,
dejó de ser un bello paraíso.
Las flores se marchitaron,
las fuentes ahogaron su canto.

¡Ardió Troya y nosotras
cubrimos nuestros rostros
anegados en lágrimas
sin esperar consuelo!