Cuando empezamos un nuevo ciclo solemos hacer promesas, como las de amor al empezar una vida en pareja, o las de lealtad a la familia y a los amigos, compañeros de estudio o trabajo y a los colectivos a los que pertenecemos. Hacemos un montón de promesas para encajar, ser parte de un grupo o para cumplir con los objetivos que trazamos para ser lo que deseamos.

Las promesas más frecuentes son las de inicio de año, cuando prometemos inscribirnos al gimnasio, hacer dieta, cambiar de hábitos como dejar de fumar o cumplir deseos como ahorrar, estudiar un idioma, comprar una vivienda, un carro o viajar. Nos comprometemos a cumplir con propósitos que nos gustaría realizar al iniciar el nuevo ciclo, aunque con el paso de los días, semanas y meses estos se diluyan en la ilusión perdiendo la capacidad de realización. Es bonito hacer promesas, sin embargo, lo reconsideraríamos si supiéramos que las palabras y los deseos dejan vibraciones que equivalen a contratos o pactos que, si se incumplen, quedan como asuntos pendientes que muchas veces resuenan en forma de frustraciones por no haber podido realizar aquello que nos prometimos.

Las proyecciones en cambio son visualizaciones de ideas que realizar, como una certeza de que aquello que imaginamos se va a cumplir. En vez de prometer que haremos esto o aquello, cuando proyectamos centramos nuestra energía en la creación, enfocándonos en la visualización y manifestación de aquello que vamos a realizar. Es como cuando en la infancia imaginamos creando realidades que vivimos como si fueran ciertas, sin necesidad de realizar promesas. De hecho, los niños no suelen hacer promesas de manera natural, sino que lo aprenden de adultos como algo formal. Intuitivamente los pequeños se imaginan siendo almas realizadas como médicas, científicas o artistas y, aunque luego no lo sean, muchas veces escuchamos a seres que admiramos que cuentan cómo en la infancia daban rienda suelta al deseo de pintar, cantar, operar, bailar imaginando sin límites la realización de lo que les gustaría ser. Eso es proyectar desde el corazón.

Según el diccionario de la RAE una promesa es un augurio, una señal de hacer algo, un ofrecimiento o un contrato preparatorio por ejemplo de una venta. Un proyecto es un «designio o pensamiento de ejecutar algo» como si un decreto se tratase, por eso cuando proyectamos y visualizamos podemos crear la realidad, siempre que confiemos en nuestra capacidad de proyectar desde la confianza de creer en nosotros.

Es distinto prometer a proyectar, porque lo primero es como tener dudas de nuestra capacidad de realizar y por eso necesitamos lanzar promesas al aire, tratando de que ese mismo aire nos devuelva lo realizado: prometo ser esto o aquello para tener a cambio una gratificación o un reconocimiento. Además, en las promesas entran valores de distintos tipos, como los religiosos o educacionales y del contexto en el que crecemos. Así las promesas pueden convertirse en ilusiones, votos o juramentos que generan ataduras que quedan vibrando en forma de deudas que muchas veces nos cobramos a nosotros mismos como culpas o frustraciones por no haber podido realizar aquello que prometimos.

Prometer es renunciar de alguna manera a la posibilidad de crear la realidad, mientras que proyectar es asumir el protagonismo de ejercer la capacidad que tenemos de realizarnos visualizando lo que queremos. Además, prometer es una sutil forma de auto imponer cadenas, al contrario que proyectar que permite liberar la imaginación para crear creyendo en nuestras posibilidades y capacidades, como cuando se proyecta una película que requiere un guion y un escenario para que se recree la imagen. Visualizar lo que queremos es empezar a escribir el libreto para la realización de lo deseado, poniendo la energía y la capacidad de crear la realidad en movimiento.

Soltar las promesas significa hacer un cambio de dejar la responsabilidad de lo que queremos hacer y de lo que somos en lo que está fuera de nosotros, para dar un paso hacia hacernos cargo de nuestra capacidad de crear la realidad. Ese cambio es significativo porque nos permite soltar los pendientes, las frustraciones y las culpas para transformarlas en aprendizajes y responsabilidades.

En cambio, proyectar es abrir el espacio al niño o a la niña interior para que dibuje, pinte, juegue con aquello que quiere manifestar o realizar; por ejemplo, un proyecto de vivienda o de casa, que se puede pintar y de hecho antes de construirlo se dibuja para poder realizarlo. Pues visualizar es igual y puede estar acompañado de un proyecto o proyección que incluso se recrea con imágenes y frases para manifestar lo que se va a realizar, o lo que deseamos crear. Porque si lo creemos, lo creamos.

Todo esto que puede sonar utópico, tiene una verificación científica en la neurociencia y la perspectiva cuántica. Los estudios del cerebro concluyen que no solamente somos materia, sino energía con circuitos que crean pensamientos de la misma manera que reciben información del exterior para crear o vivir la realidad. El cerebro crea la realidad, somos lo que pensamos y de alguna manera la mente nos determina. Por eso es tan importante aprender a pensar bonito, para empezar a recuperar el poder mental, utilizando la imaginación como la llave para liberar las capacidades y potencialidades escondidas en ese 90% del cerebro que no utilizamos.

Estudios como los del neurocientífico Karl H. Pribam (1919-2015), que concluyen que el cerebro es holográfico, ratifican la posibilidad de proyectar la realidad que queremos vivir, como un holograma que da forma a lo que podemos crear cuando aplicamos nuestra capacidad de imaginar o visualizar lo que vamos a realizar. Es que los pensamientos van más allá de lo material generando energía, vibraciones y frecuencias que concretan los deseos. Recordemos que la cuántica ha concluido que no solo somos materia manifestada en partículas, sino que también somos ondas que resuenan con campos electromagnéticos y con energía fotónica. Por eso tenemos capacidades para crear realidades, como cuando pensamos en algo recurrentemente y de repente ¡sucede! Entonces inconscientemente decimos: ¡lo imaginé!

Podemos crear la realidad desde la proyección de lo que deseamos porque ponemos la energía o el foco en ello. Y es que literalmente somos energía, aunque nos cueste creerlo en el contexto materialista que nos había alejado de la esencia o sustancia que nos habita. Es lo que sucedió con el ADN, cuando se secuenció el genoma humano se dictaminó que una mínima parte cumplía funciones biológicas (2%) y el restante (98%) se consideró «basura» al encontrarse «vacío» pues no era materia; y, aunque las cifras han variado, con el tiempo se reconoció que allí se encuentra la información de todo cuanto hemos sido desde la genética y la epigenética, así como todo lo que podemos ser cuando tenemos la capacidad de explorar el conocimiento que subyace en los genes que nos identifican.

Dos décadas después del siglo XXI, empezamos a comprender que somos mucho más que un cuerpo físico, que tenemos capacidades latentes listas para explorarse. Quizás en estos tiempos en los que se apuesta por la inteligencia artificial como vía para el progreso de la humanidad, sea propicio explorar y explotar nuestras posibilidades de ir más allá de poner nuestra realidad fuera de nosotros para asumir el potencial latente de expandirnos como seres humanos creadores de realidades. Es una vía para ejercer la multidimensionalidad en nosotros y así crear las múltiples posibilidades de creer la vida que queremos vivir.

Es buen momento para aprender a pensar bonito, para despejar las nubes de la negatividad que nubla el entendimiento, poniendo en movimiento la capacidad de creación y co-creación. Así además unimos los saberes ancestrales de los antiguos que sabían que todo se creaba con el pensamiento, desde el entendimiento de lo que somos, igual que ahora las ciencias más avanzadas nos invitan a explorar el potencial que tenemos para ser en libertad.

Se trata de poner en movimiento nuestra capacidad de crear la realidad y ser transformadores de la vida en este maravilloso planeta, porque es el tiempo que pasa de prometer a cambiar la acción creadora que proyecta todo lo mejor que tenemos en nosotros.

Para empezar, hemos de dejar de creer que es imposible vivir en un mundo mejor y en tener lo que deseamos. Aquí y ahora tenemos todo para ser en abundancia, riqueza, felicidad, alegría, amor y todo aquello que imaginemos podemos tener. Podemos imaginar el mundo de felicidad, armonía y amor que nos corresponde, como la hermosa canción de John Lennon: «imagina a todo el mundo viviendo la vida en paz... Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo será uno solo». ¿Te lo imaginas?