Acabo de terminar de leer Cortocircuiti Cathartici, la obra literaria de cómic de Glauco Piccione y Pitz Horn, publicada en septiembre de 2022 por dei Merangoli Editrice, una verdadera obra maestra de, como diría Hugo Pratt, «literatura dibujada», publicada también en un elegante folleto de gran formato, con edición limitada y numerada, firmada por los autores. Glauco Piccione y Niccolò Pizzorno, un antropólogo y un ilustrador, unión que resultó perfecta, porque el genio artístico de ambos era indispensable para transmitir el mensaje fundamental del libro: «incluso cuando parece imposible liberarnos de un sistema que esclaviza y nos controla con las peores formas de programación y propaganda, siempre existe la posibilidad de implementar una revolución, especialmente a partir del despertar personal».

Pero partamos del principio, de la idea de Glauco Piccione, autor de la letra y del guion del libro, que centró su narración satírica en tres personajes emblemáticos, la tautología humana Ciano Blu, el diacronoantropólogo Isidoro Paupau y el operador de Alcantarillado Ecológico, Origami Gong. ¿Qué hacen estos tres extraños personajes juntos? Intentemos entenderlo explorando las motivaciones de cada uno.

Empecemos por el primer protagonista que aparece en la historia, llamado Ciano, del griego kýanos que significa «azul oscuro», y de apellido Blue. La tautología es evidente en el nombre: en definitiva, es un ser con la mirada orientada hacia el azul de la pantalla de televisión, a la que había estado encantado y encadenado durante mucho tiempo, como bien ha representado Niccolò en la imagen de portada, en cuyo rostro la mirada se compone de dos ojos donde, en lugar de pupilas, hay dos caras amarillas, como si se tratara de una especie de ser robótico transhumano. Tal aparece en su aspecto latente con una expresión desprovista de cualquier forma de pensamiento. Y precisamente un fallo en el sistema de control de masas, el televisor -fuente de salvación de la soledad, pero herramienta de programación del pensamiento unidimensional global- provoca ese pequeño cortocircuito que interrumpe las transmisiones, contribuyendo a un inesperado despertar del letargo y de la pereza que nos deja pegados al sillón de la existencia, cómodamente inmóviles en cuerpo y alma.

Finalmente, Ciano Blu descubre que hay un mundo real fuera de la pantalla, que ciertamente ahora se ha convertido en un lugar estéril y vacío, pero que tal vez pueda ser repoblado: emergiendo del mar de su dependencia del tubo de rayos catódicos, finalmente él nace en sí mismo y puede partir en busca de un mundo perdido por redescubrir.

Como afirma Glauco Piccione, una gota en el mar no ve el mar del que forma parte, sólo se da cuenta de que era gota si sale de él. El cortocircuito, que en la portada está representado con un temblor en la escritura, sirve precisamente para cambiar de punto de vista. La portada es una obra de arte cuidada hasta el más mínimo detalle tanto en el anverso como en el reverso, también en las páginas internas donde las figuras de la revolución cobran gran importancia en blanco y negro.

El rojo que se utilizó en el lomo del libro y detrás del personaje de la portada, resalta la idea de un movimiento revolucionario, al menos su posibilidad. Y hay revolución en el título, en el texto, en el signo, en la idea, en el final abierto y, sobre todo, en los personajes. Deliberadamente, a los personajes -según las indicaciones de Glauco- se les dio una connotación gráfica que exacerbó sus peculiaridades (como explica Pizzorno). Por eso Niccolò ha optado por vestir a Ciano Blu como un dandy, con un chaleco del que emerge una enorme camisa antigua, unos elegantes pantalones ajustados, pero con los pies calzados con unas botas de montaña que, junto con la mochila vacía encontrada, le hacen parecer simplemente como un hombre sin dinero. Fueron esos contrastes los que le gustaron mucho a Glauco, lo quería exactamente así, que la vestimenta refleje la psicología que tenía en mente del personaje.

Pasemos al segundo héroe de la historia, el diacronoantropólogo Isidoro Paupau, que representa el punto de vista del escritor: es el único personaje libre de cadenas porque, viniendo de otro mundo, entra en la historia como un outsider, una especie de extraterrestre que puede mirar lo que sucede desde fuera para analizarlo y comprenderlo. Como afirma Niccolò, «el antropólogo Paupau, que viene de otro mundo, es representado como un extraterrestre, un extraño. Es alguien que menosprecia a todos, sin importarle quién se le pone delante, incluso si se trata de personas potencialmente peligrosas. Así que le creamos ropa fuera de contexto: aunque el clima en la historia casi siempre es inclemente, viste mangas cortas, bermudas y mocasines (además de una pajarita, para marcar el tono). También decidimos caracterizarlo como un erudito del siglo XIX, uno de esos, como Kipling, para quien la misión del hombre blanco es civilizar el resto del mundo, de hecho, entra en escena saltando desde un globo aerostático. Paupau es el único personaje que nunca cambia de opinión».

Origami Gong, el operador ecológico, es el tercer personaje revolucionario, por lo que, como siempre afirma nuestro ilustrador: «tiene un carácter más optimista e impetuoso. Tiene una barba desgreñada, sus rasgos faciales son angulosos, su cabello tiende a ocultar su rostro. Es un hombre de acción: su personaje activa una serie de mecanismos narrativos dentro de la historia y su aparición pretendía exasperar esta característica. Entre otras cosas, para subrayar gráficamente que no tiene los pies en la tierra, sino que toma decisiones viscerales, sólo lleva un par de zapatillas. Es un personaje que, a lo largo de la historia, trastoca por completo sus ideas. Cabe destacar que su transformación se producirá gracias a un hecho fortuito: ¡el libro de Isidoro Paupau le golpeará en la cabeza!».

¿Qué puede pasar si tres individuos tan extraños se encuentran?

Exactamente lo que sucede en un cuento de hadas, como en El Mago de Oz, donde las fantásticas aventuras de Dorothy, el Espantapájaros, el Leñador de Hojalata, el León Cobarde y el perrito Toto, nos transportan a la mágica Tierra Azul de los Chupones de Limón. Y en la historia, junto al Gerente que acompaña a Ciano Blu, los famosos personajes de este cuento de hadas aparecen en el papel de Guardianes, el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata, absolutamente fuera de rol, para recordar deliberadamente este tipo de aventuras como afirma Glauco Piccione: «son indicadores para el lector de la entrada a otro mundo. El mecanismo narrativo de Cortocircuiti Cathartici, de hecho, es el mismo que el de El Mago de Oz o Alicia en el país de las maravillas: un héroe que entra en un mundo extraño, en el que obtiene revelaciones y adquiere conciencia. Los dos guardianes tienen aquí una función metanarrativa, parecen fuera de contexto, pero a través de su discurso aparentemente incoherente, introducen acontecimientos que sucederán más adelante. Están aquí para ser los guardianes de la historia».

Naturalmente sólo hay un recordatorio porque Cortocircuiti Cathartici no es un cuento de hadas, sino una novela gráfica, una obra literaria de cómic con un trasfondo distópico, grotesco, satírico, de hecho, es una distopía real, que narra el mundo contemporáneo de una manera sarcástica y exacerbada.

El escenario, de hecho, es el de un familiar Belpaese 2.0, el nuevo mundo del doblepensamiento del Tercer Milenio, donde el hombre es representado sin rostro, o más bien con rostros sonrientes y estilizados que exaltan cualquier disparate absurdo que les alimenta un categoría de Propietarios Constructores que devastan el mundo con el sonido del cemento y del petróleo, destruyendo también la memoria de los elementos naturales, animales y seres humanos, sólo para su beneficio egoísta, persiguiendo a toda costa la ley del beneficio. Parece que la indistinguible masa de ciudadanos globalizados está bajo el hechizo de un malvado mago que no les permite tomar conciencia, acostumbrados a la esclavitud, a la colaboración, a la obediencia, siempre impulsados ​​por la idea de un Bien Común, que se administra mediante una propaganda incesante, y que en realidad sólo es el bien de unos pocos que mandan.

La mirada aguda de Glauco y Niccolò, cada uno con sus herramientas, a través de las afirmaciones de los globos, en el caso del primero, de los coloridos dibujos hechos a mano, 140 páginas de obras de arte dibujadas con cuidado e imaginación, en el caso del segundo; logran analizar ricamente la locura de nuestra sociedad y de un mundo futuro que se parece cada vez más a lo que teorizó Aldous Huxley allá por 1932 en aquella novela distópica de ciencia ficción Un mundo feliz (Brave New World) y que nuestros artistas demuestran conocerlo profundamente.

La disidencia está prohibida, incluso el libre pensamiento por sí solo es peligroso, socava los planes de las élites y podría despertar a algunos de los dormidos y organizar una revuelta de los bárbaros, es decir, la plaga oficial del Bel Paese 2.0, esa plétora de individuos formado por ciudadanos extracomunitarios, marginados, rebeldes, diversos okupas y otras cucarachas de distintos tipos que viven al margen de la sociedad de los biempensantes, obedientes y reglamentados, que hacen girar los engranajes del poder. El extranjero, el diferente, el que intenta dudar o cuestionar la narrativa única imperante, debe ser plagiado a través de sesiones de programación que recuerdan escenas de la película La Naranja Mecánica de Stanley Kubrick.

Recordamos al joven de familia obrera, excéntrico y antisocial de la metrópoli londinense Alexander «Alex» DeLarge, violento y criminal, pero al mismo tiempo culto y refinado, que es sometido a un innovador programa de «reeducación»: el tratamiento de Ludovico, que consiste en la administración de drogas combinada con la visualización de largometrajes donde se le obliga a ver escenas de violencia, atado junto a la pantalla, obligado a mantener los ojos abiertos mediante molestas pinzas que se colocan en los párpados. Niccolò menciona esta espantosa escena en una caricatura como un método para reprimir el libre pensamiento. Cuando esto no es posible, es necesario llevar a cabo la supresión física del extranjero y, más en general, del diferente, que representa el fantasma del equilibrio inestable del Bel Paese y un elemento irreductible que no puede uniformarse.

Sólo esta población de gente desheredada y desesperada, que ya no tiene nada que perder, puede convertirse en disidente, crear grupos capaces de llevar a cabo una revuelta, como ocurre con Bushra, la instigadora de la revuelta bárbara que Niccolò representó con una apariencia y una ropa de los asistentes al centro comunitario. Ella es la única de los personajes principales cuya fisonomía no recuerda a la de ninguna persona real. La inspiración surgió de la participación en el Festival Crack de Roma –el evento sobre cómics de producción propia más importante a nivel europeo– que se celebró en el interior de un centro social (el CSOA Forte Prenestino). Glauco tenía precisamente la intención -con esta clase de rebeldes capaces de escapar del pensamiento unidimensional que recuerda al Pueblo de Pasolini- «representar la cerrazón de este país, su incapacidad de ver fuera de la caja».

No faltan citas bíblicas, como la del «Cristo croato», representado con el esqueleto de un tronco humano sin cabeza, clavado en una cruz y una corona de espinas, sobre la que se colocan nidos de pájaros y huevos, pero no solos. Como afirma el propio Glauco, hay «varios elementos religiosos presentes en la obra y no porque yo sea un creyente particular. La referencia bíblica se utiliza como herramienta para evocar una imagen de catástrofe inminente: especialmente la lluvia de langostas y las diversas revueltas del entorno hacia el ser humano, que recuerdan las plagas de Egipto. Es inherente a nuestra cultura ver y creer siempre en el progreso y, en momentos de crisis estructural y económica, radicalizar los aspectos «caóticos» y recuperar los símbolos de la catástrofe. Esto también está sucediendo ahora en relación con muchas conversaciones sobre el Antropoceno y el desastre climático. A veces, hablar de una catástrofe se convierte en una operación retórica que resulta funcional para desviar de alguna manera la búsqueda de una solución…».

No quiero revelar nada sobre la trama más que lo que la propia sinopsis del libro nos dice sucintamente: «Los principales temas narrados se refieren a la deriva existencial en la sociedad de consumo, el dominio de la tecnología sobre la vida real, la construcción de la especulación, el fin de Occidente, la inmigración y la construcción de otra civilización».

Hablamos de los personajes, la ambientación, el espíritu revolucionario de la obra, del carácter distópico, también podemos hacer referencia al estilo culto y hermético, lleno de metáforas y oxímorones, deliberadamente satírico, por momentos feroz, un lenguaje que según Glaucus «sirve para revalorizar una obra que sale al mercado como bien de consumo, pero que no pretende ser un entretenimiento banal. La intención no era crear, en definitiva, un producto desechable más».

Recordando que el trabajo de ilustración duró unos 4 años para componer las 140 páginas de tiras muy coloridas creadas con pantones de cuatro colores -para que la impresión se adhiera perfectamente al original-, se comprende cuánto procesamiento fue necesario para lograr este volumen por parte de los autores, ¡pero también de la editorial! ¡Vea el evocador prefacio de Williams Troiano y también el poético epílogo de Franco Arato! Sólo para dar una idea de la elaboración intelectual de los textos y su ironía sarcástica me gustaría mencionar algunos globos emblemáticos:

Ella mete el dedo en la herida. Cae en un cliché. Lucha batallas perdidas. Ella exige un cambio. Pero todo es más fácil con la obediencia.

Los acostumbraron a hablar con títeres de paja y adornos tecnológicos. Eran la única voz.

Movidos por estos preceptos completan la tarea, la injusticia necesaria.

Consternado, pero no puedo imaginar otra opción. ¡Necesitamos esclavos para construir Zigurat, bancos, supermercados!

¡Continúa sirviendo por tu propia voluntad, como has sido autorizado a hacerlo, a la ley indiscutible de los más influyentes! ¡Estos bárbaros han desembarcado en nuestras costas para cuestionar las historias a las que estamos atados con cadenas! Atribuyéndoles la causa de todos los males, podremos frenar nuestra desintegración estructural.

¡Malditos títeres vivientes, desde hoy abandono el sistema de uniformidad total!

Te enseñaron a provocar la desaparición de todo aquel que insinuara dudas.

¡Discapacitados, actúo por el bien de la política, observando las buenas costumbres y la ley!

Concejal, administre la atención preceptiva a los discapacitados. Mientras tanto, convocaré la asamblea municipal...

Los propietarios administran cada área del conocimiento: rascacielos, bancos, supermercados, fábricas, lugares de culto, controlan nuestras vidas ordinarias y desperdiciadas hasta el último detalle.

Respetados caballeros, he traído grandes cantidades de mano de obra de bajo costo y poco intelectual. ¡Será útil para servir!

¿Quién no comprende el significado revolucionario de estas declaraciones, puestas en boca de diversos personajes, exacerbando hechos que realmente suceden todos los días, desde hace mucho tiempo, en nuestra sociedad?

El antropólogo ha desarrollado un modo de observación capaz de observar la desintegración de un grupo social, el cambio de sus características, los complejos mecanismos de gestión de conflictos. Ha leído y releído historias y comportamientos de personas, observa desde lo alto la cuarta dimensión donde el tiempo no existe; pasado, presente y futuro están en una sola franja y nada se le escapa de los múltiples niveles de lectura de la realidad. Pero incluso nuestro ilustrador -como afirma en su sitio web- es consciente de que «la ilustración y el cómic son lenguajes específicos, con gramáticas diferentes y sintaxis peculiar. Ofrecen innumerables, convincentes e inagotables posibilidades estilísticas».

Y sabe utilizarlos de manera excelente, pero sobre todo, además de su indiscutible genio gráfico, Niccolò tiene el gran mérito de saber entrar en la historia desde dentro, mirarla con los mismos ojos que el autor, sentir empatía y amor por los personajes, amar la historia que cuenta, enriquecer cada aspecto de la historia con gracia e imaginación, con elegancia y estilo con sus innumerables ideas ingeniosas que son un verdadero regalo para las personas que tienen suerte suficiente para trabajar con él.

Como él mismo afirma: «Cuando recibo un texto para ilustrar, inmediatamente sueño con mundos desconocidos, dibujo palabras y nunca repito lo que está escrito en imágenes. Me deslizo entre las líneas de lo narrado/escrito, me conecto con el universo de la historia mezclándolo con el de mis lápices, dejando la tarea de definir el carácter de los personajes a los tonos fuertes o trazos marcados o colorear el momento fijado en el papel. Así, el mundo descrito por las palabras orbitará junto con el mío en una constelación única hecha de palabras y signos fijados en un cielo de papel».

Y puedo asegurarles que todo es verdad porque con él construí personajes y cuentos de hadas y su genio siempre logró tocar el corazón de las cosas y desde entonces siempre lo saludo con nuestra manera única e irrepetible tomada de un personaje que él amaba mucho:

«¡Weee Napoleoooo!».