Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo
Si no puedo persuadir a los dioses del cielo, moveré a los del infierno

(Virgilio, Eneida VII, 312)

Durante el lapso mínimo de tu existencia observas cómo las cosas que van llegando lo hacen de manera aleatoria y que absolutamente todo posee un carácter provisional. Esa realidad a ti te parece realmente molesta. Te preguntas: ¿cómo puedo encontrar seguridad mientras las cosas sucedan así? Observas el panorama una y otra vez y finalmente evidencias que, te guste o no, nunca encontrarás la manera de construir un devenir consistente. Observas y decides que ésta es una situación inquietante, que te desequilibra y te confunde, y que algo habría que hacer.

Continúan los episodios de tu vida, adviertes tu indefensión ante cada acontecimiento inesperado y tu imposibilidad para controlar esos imprevistos te exaspera. Observas y compruebas esa desagradable inestabilidad y te parece intolerable: tu impresión es la de que todo lo que antes apuntaba hacia aquí más tarde va a acabar concretándose hacia allá. Caótico. Muy difícil de manejar.

A pesar de que esto va transcurriendo así, porque así ha de ser y lo saludable es que así sea, tú pretenderás evitar ese movimiento natural y te esforzarás y tratarás por todos los medios de que las cosas se mantengan estables. Si esto que está empezando a esbozarse ocurriera ya –comienzas a razonar-, si pasara de una vez, sin más, sin tanto titubeo inútil, las cosas resultarían mucho más sencillas y existiría la tan necesaria solidez.

Definitivamente lo real sería real, objetivo, y como consecuencia tus construcciones mentales cuajarían mejor. Probablemente tú las juzgarías como mucho más convincentes, e incluso los demás sin duda tendrían menos inconvenientes a la hora de reconocer tu verdad. La enorme tranquilidad que proporciona la certidumbre te poseería y más o menos entonces es cuando ya alcanzarías la tan ansiada felicidad completa.

Pero no es así ni lo será por más que pelees. Las cosas no funcionan de ese modo sino del otro, del que no te gusta: todo va fluyendo, muy a tu pesar. Y es precisamente ese hecho, el de fluir, la causa elemental por la que se van filtrando en tu universo prefabricado estados que tú por nada del mundo quisieras aceptar. Simplemente te niegas.

Entonces, inesperadamente, intervendrá algo que, a pesar de ser invisible, siempre está allí, al acecho: tu caprichoso y manipulador espacio subconsciente. Se trata de un ente muy poderoso, tanto que inventa, que fabrica. Y lo que inventa no es sino un mundo paralelo, a tu medida, con el objeto de que puedas soportar esos cambios que tanto te hacen sufrir.

Esto está descrito en cualquier manual de psicología, simplemente pasa, por lo que no estaría de más que todos nosotros estuviéramos alerta, prevenidos, que supiéramos que podemos perdernos entre nuestros pensamientos, entre lo que realmente es y lo que nosotros necesitamos que sea. El subconsciente construye y delira, y tú te lo crees todo porque te conviene creértelo.

A Bertrand Russell le entrevistaron en 1959. La interesante propuesta de la televisión de esa época tan remota (faltaba bastante tiempo para que muchos naciéramos) consistía en abordar al enorme pensador, uno de los más inmensos de todos los tiempos, plantearle una cuestión y hacernos llegar la respuesta a «nosotros», es decir, conseguir que se dirigiera a la gente del futuro (que somos nosotros y nuestros descendientes).

Le escuchamos ahora en Youtube responder a la enorme cuestión, en un documento de valor incalculable:

«Si pudiera usted dirigirse a la humanidad futura ¿qué destacaría, qué idea desearía aportar?»

Russell responde desde los años cincuenta, sin vacilar, como si aquel asunto no fuera sino uno más, una consulta normal y corriente. Serenamente contesta; sabe que tiene la posibilidad de responder al futuro sobre algo que él solo ha aprendido. Bertrand Russell contesta sin afectación alguna, con enorme espontaneidad:

«Me gustaría ver dos cosas: una intelectual y una moral.

Lo intelectual que me gustaría decirles es esto: cuando estés estudiando cualquier tema o considerando cualquier filosofía, pregúntate a ti mismo únicamente: ¿cuáles son los hechos? ¿y cuál es la verdad que los hechos sostienen? Nunca te dejes desviar, ya sea por lo que tú deseas creer o por lo que crees que te traería beneficio si así fuese creído. Observa únicamente e indudablemente cuáles son los hechos. Eso es lo intelectual que quisiera decir.

Lo moral que quisiera decirles es muy simple. Debo decir: el amor es sabio, el odio es estúpido. En este mundo, que cada vez se vuelve más y más estrechamente interconectado, tenemos que aprender a tolerarnos unos a los otros, tenemos que aprender a aceptar el hecho de que alguien dirá cosas que no nos gustarán. Solamente podemos vivir juntos de esa manera. Si vamos a vivir juntos, y no a morir juntos, debemos aprender un poco de tolerancia, que es absolutamente vital para la continuación de la vida humana en este planeta».

Russell demuestra a mitad del siglo pasado que él es un gran conocedor de la naturaleza humana: nuestro subconsciente no va a permitir bajo ningún concepto que no «llevemos la razón». Nuestros mecanismos de defensa se van a activar para evitar que seamos conscientes de que podemos estar haciendo un daño irreparable. Nos van a dar la razón, circunstancia que nos va a llevar inesperadamente al segundo modelo de Bertrand Russell: la intolerancia, que a su vez nos lleva a la guerra. Con sus víctimas, que suelen ser niños, ya sea en Siria o en un proceso de divorcio.

Al resultar tan difícil escapar a todo esto, por ser propiedad intrínseca en nuestra naturaleza, poco podemos hacer. Pero hay pequeños trucos. Algunos pueden parecer pueriles, sin embargo me permito señalar uno que a mí me funciona, si alguien quiere probarlo a lo mejor también le va bien (no es válido para quien confunde orgullo con dignidad, para asuntos de relevancia especial, para quien se siente incapaz de ceder en lo que ya ha decidido que así es; en general solo resulta efectivo en ocasiones muy concretas): lo que hago es preguntar a mis cercanos (importante elegir entre ellos a los más intuitivos, dignos de ser escuchados y que no tengan intereses personales en el asunto tratado) su opinión. Si, digamos, en general coinciden conmigo, es fácil que yo no esté equivocada. Si algunos sí y otros no, deberé seguir tratando de averiguar pero sin aferrarme a una verdad dogmática que yo haya presupuesto; si mis cercanos fidedignos, en tropel, responden que lo que yo expongo no es razonable, entonces puede que haya llegado el momento de sugerirle al subconsciente esa idea que no le gusta nada: que yo no tengo razón, por mucho que ese subconsciente se empeñe e invente trucos. No siempre funciona, como ya he dicho, pero como tampoco disponemos de abundancia de recursos, a veces se puede hacer uso de esta estrategia, yo la empleo mucho.

Nos consta que lo valioso ya fue expuesto por Russell, ahora puede que lo siguiente consista simplemente en tomar conciencia de ello y en tratar de tenerlo siempre presente. Esa es una parte realmente difícil: no olvidar, ser conscientes de que así es cómo nos lo exigirá siempre nuestro ego y que esa es la forma natural en el ser humano de defenderse de él mismo así como de su entorno. Ser conscientes en definitiva de quiénes somos y de cuales son los recursos que empleamos. Ser conscientes de que de entre ellos destacará siempre este, el ente más poderoso: un subconsciente que se defiende, aunque para ello tenga que valerse de las peores mañas, y que tiene la habilidad de resultar peligrosamente convincente.