Parece que en las últimas décadas los estudiantes han aprendido que son únicos. Los docentes y familiares, cada vez con más herramientas, están fortaleciendo las competencias emocionales para que los niños sientan que son apreciados y valiosos por lo que son. No obstante, el discurso ha creado, también, un imaginario distorsionado. Ser único ha sido confundido con ser especial. Albert Ellis, doctor en psicología que fundó la Terapia REBT (Rational Emotive Behaviour Therapy), explica la importancia de diferenciar los dos términos; todas las personas somos únicas, pero no especiales en el sentido de ser mejores que otras. Algunos rasgos podrán ser mejores o peores que los de otros, pero las personas son únicas porque son humanas, porque están vivas, no por otras razones.

La confusión de los términos ha ocasionado, además, que la fama sea la que valide si alguien es especial o no. En la mayoría de los países occidentales la fama tiene mucho valor y ha permitido que los individuos piensen que deben ser muy famosos porque les han dicho que son especiales. Esto es peligroso porque implica que lo importante es ser muy reconocido y de lado quedan las razones para serlo. Al respecto Umberto Eco decía que antes:

[…] existía una distinción muy rígida entre ser famoso y estar en boca de todos. Todo el mundo quería ser famoso como el arquero más hábil o la mejor bailarina, pero nadie que hablaran de él por ser el cornudo del barrio, el impotente declarado o la puta más irrespetuosa. En todo caso, la puta pretendía hacer creer que era bailarina y el impotente mentía contando maravillas de sus aventuras sexuales. En el mundo del futuro [se parecerá al que está configurado hoy] esta distinción habrá desaparecido; se estará dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que le «vean» y «hablen de él». No habrá diferencia entre la fama del gran inmunólogo y la del jovencito que ha matado a su madre a golpes de hacha, entre el gran amante y el ganador del concurso mundial de quién la tiene más corta, entre el que haya fundado una leprosería en África central y el que haya defraudado al fisco con más habilidad. Valdrá todo, con tal de salir en los medios y ser reconocido al día siguiente por el tendero (o por el banquero).

Ha crecido la presión por ser famoso y, por tanto, especial, para así y solo así validar una vida significativa.

Algunas personas luego de muchos sacrificios o sin ningún tipo de esfuerzo podrán ser famosas, por supuesto, pero esto no quiere decir que solo hasta ese momento serán humanos valiosos. La mayoría de las personas no actúa en una película de Hollywood o crea imperios económicos como Oprah Winfrey, Steve Jobs o Luis Carlos Sarmiento Angulo; esto no quiere decir que sean indignos o que han saboteado sus metas. Si la brújula sigue siendo la necesidad de reconocimiento para demostrar que somos especiales, será difícil alejarse de la vergüenza y la ansiedad. Si las acciones y deberes no alcanzan la meta esperada, significa que la persona que las ejecuta no es especial, más aún podría significar que es mala o que, por lo menos, no es lo suficientemente buena. Esta creencia irracional, tan común y superficial (porque deja por fuera muchos otros aspectos humanos) tiene consecuencias, por lo general, lleva a hacer propias las expectativas de los demás.

En contraposición —muchos autores— como el profesor Csiksentmihalhyi de la Universidad de Chicago han insistido en cómo impacta en el bienestar disfrutar e interesarse por algo. Cuando remplazamos la presión por querer ser especial y famoso a como dé lugar por lo que Csiksentmihalhyi llama Flow —o ser absorbido vitalmente por algo que nos interesa— cambiamos la percepción que tenemos de nosotros mismos; no nos preocupamos tanto sobre qué tan bien o no hacemos algo, descubrimos lo que realmente queremos hacer y evitamos que lo primordial sea complacer a otros.

El hecho de que el humano siempre haya estado inmerso en problemas y que estos hayan interferido con los deseos y placeres significa, solamente, que las situaciones no siempre ocurren de la mejor manera. Quiere decir también que tenemos estructuras, como la preocupación, para protegernos y aceptar que las desventuras son parte de la vida. No quiere decir que el mundo es injusto, porque se niega a reconocer que somos especiales o porque se encargó de demostrar todo lo contrario. En las últimas décadas el tipo de ansiedad más común es el que Ellis llama ego-ansiedad. Proviene de una creencia irracional: para ser aprobado por los otros es necesario ejecutar grandes proyectos; demostrar que podemos superar los obstáculos o las dificultades de la vida; probar, luego de mucho esfuerzo, que somos valiosos. Lo que tiende a olvidar la persona que sufre esta clase de ansiedad es que tiene creencias sobre sí misma y sobre las otras personas; olvida que las condiciones del mundo son opiniones, no hechos o verdades. Por eso los que viven con estos pensamientos cristalizados tan comunes necesitan una clase de fortaleza que cuestione las verdades aparentes.

El psicólogo social y filósofo humanista Erich Fromm estudió, entre otras cosas, el significado de la fortaleza. Término que tomó de Spinoza, para referirse a aquello que le permite a alguien tener valor para vivir. Fromm analiza clases de fortalezas que son ilusorias, por ejemplo, cuando hay que encarar circunstancias complicadas puede hacerse por miedo a la vida, a algo o alguien en particular que hay que obedecer. Tal es el caso de las personas que usan como filtro la ego-ansiedad, pues dependen de la aprobación de otros para cargar de significado sus pensamientos, sentimientos y acciones; es por eso que temen. La fortaleza más auténtica, según Fromm, está en las personas totalmente desarrolladas que dependen de sí mismas y aman la vida:

Quien se ha sobrepuesto a la avidez no se adhiere a ningún ídolo o cosa y, por lo mismo, no tiene nada que perder: es rico porque nada posee, es fuerte porque no es esclavo de sus deseos. Este tipo de persona puede prescindir de ídolos, deseos irracionales y fantasías, porque está en pleno contacto con la realidad, tanto interna como externa. Y cuando ha llegado a una plena «iluminación», entonces es del todo intrépida.

La idea de fortaleza de «la persona totalmente desarrollada» parece encajar muy bien con personajes como Huckleberry Finn y Tom Sawyer.

En Otras inquisiciones Jorge Luis Borges menciona que hay pocos libros felices en la tierra, algunos de esos son Huckleberry Finn de Mark Twain y The Purple Land de William Henry Hudson. Borges dice que no piensa en la felicidad doctrinaria y patética de Whitman y tampoco trata de situar estas obras en medio del debate caótico entre pesimistas y optimistas. Para Borges, estas dos obras son felices porque sus personajes tienen un temple venturoso, «su hospitalidad para recibir todas las vicisitudes del ser, amigas o aciagas». Huckleberry Finn nunca trata de ser especial o famoso a toda costa. Tampoco le importa mucho ser aceptado por la sociedad, por el contrario, la cuestiona:

Eso que hay allí es basura, y basura es también la suciedad que la gente pone en la cabeza de sus amigos para avergonzarlos.

Su percepción de la vida, igual que la de Tom Sawyer, está al otro lado del espectro. Huck trata de evitar la formación habitual, para que así, según Mark Twain «la escuela no entorpezca la educación». En sus notas Twain propone que «un corazón sensato es mejor guía que una conciencia mal educada». Así Huck y Tom son autónomos, tienen los recursos suficientes para vivir como quieren, porque se conocen a sí mismos, esto significa que no esperan nada ni dependen de nadie.

El mundo que rodea a Huck y Tom no es feliz. A Huck lo secuestra su padre, un hombre violento y borracho. Tom y Huck ven disputas de sangre entre familiares y linchamientos; conocen a ladrones, estafadores y asesinos; viven en medio de un racismo intenso. Jim, un esclavo prófugo y amigo de los dos, hace que constantemente tengan que enfrentarse a los valores recibidos. Sin Huck y Tom solo queda una mirada pesimista de la humanidad.

Pero las obras de Twain son felices para los lectores, porque sus protagonistas funcionan como arquetipos de la persona totalmente desarrollada que propone Fromm; aunque estos personajes no tengan más de catorce años. Tom y Huck no tienen tiempo de preguntarse si son o no especiales, pero mientras están inmersos en los juegos que proponen, sin darse cuenta, permiten que el mundo no sea tan horrible como parece. Así, los dos personajes hacen que la vida en una balsa a lo largo del río Misisipi sea una gran aventura:

Después de todo, dijimos que no había ningún hogar como una balsa. Otros lugares parecen tan pequeños y sofocantes, pero una balsa no. Te sientes tremendamente libre, fácil y cómodo en una balsa.

Además, si las adversidades son muy grandes, como para que las carguen dos jóvenes, entra el humor como salvación.