La modernidad, sostiene Beatriz Sarlo (1983), no solo transformó el perfil urbano de las ciudades, sino que, además, propició un marco de experiencia para sus habitantes. De la transformación de Buenos Aires hacia los primeros años del siglo XX existen diversos testimonios que, a su vez, han contribuido a construir la imagen de toda una generación de artistas. En el terreno de la poesía destaca de forma especial la figura de Oliverio Girondo, autor de los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y uno de los exponentes clave de la primera vanguardia poética argentina.

Como todo movimiento de vanguardia, el movimiento argentino reunido en torno a la revista Martín Fierro, cuyo manifiesto se publica en 1924, también se definió por una actitud rupturista y por la voluntad explícita de desestabilizar la escena cultural preexistente fuertemente marcada por la deriva que tuvo, en las letras hispanas, la poética del nicaragüense Rubén Darío. Entre otras oposiciones, el manifiesto martinfierrista se posiciona «frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de la biblioteca», es decir que se define por la voluntad de cancelar un modo de contemplación que, hasta el momento, daba como resultado una materia poética mediatizada por un conocimiento si no académico, al menos, bibliófilo y cuyo corolario principal es el paisaje de cultura propio de la estética rubeniana. El contrapunto que opone la vanguardia es lo que puede entenderse como uno de los ejes vertebradores de la poesía de Oliverio Girondo: una novedosa forma de percepción para la experiencia poética que resulta fundamentalmente visual y cuyo resultado es la configuración de un paisaje eminentemente urbano en el cual la transformación de la ciudad provocada por los procesos de modernización resulta protagonista.

Por la misma voluntad rupturista que caracteriza a la vanguardia en la que se inscribe la poesía de Girondo, su poesía promueve, además, una «nueva sensibilidad», articulada con la nueva percepción visual por medio de las cuales se construye un espacio poético diferente. Este es el espacio propio de la urbe, construido a partir de un léxico simplificado que ya nada tendrá que ver con el léxico de los poetas modernistas. Así, el poeta construye un yo lírico que estará inmerso en el mundo moderno y percibirá la realidad a través de sus ojos para construir una serie de imágenes ancladas en aquello que es visible dentro del contexto urbano en el que se encuentra. De modo que, en la poesía de Girondo, el mundo representado ya no será propiedad de la imaginería del poeta, sino que estará signado por el alcance de la percepción. En cierta forma, los poemas que conforman sus libros más famosos, Veinte poemas y Calcomanías, parecen responder a la pregunta: «¿qué ve el poeta?».

El rechazo a la tradición poética precedente no solo cancela un modo de contemplación y un léxico —ambos, altamente codificados por la poética precedente—, sino que también rechaza todo intento de sentimentalismo. Girondo intenta desprenderse de aquellos que escriben desde el sentimiento, desde la expresión, desde la imaginación. Para decirlo en términos de Sarlo, mientras esos poetas «sienten», «imaginan», «expresan»… Oliverio Girondo «ve». Si como lectores nos preguntásemos qué es lo que el poeta ve, fácilmente comprenderíamos que lo que tiene ante sus ojos es la ciudad en su escena inicialmente modernizada.

Girondo expone en sus poemas el alcance de su visión, no ya de sus sentimientos, desechando así todo intento de sentimentalismo. Si en función de esto opera una mediatización, será aquella —también— propia de un mundo expresamente moderno: el sujeto lírico suele ver a través de cámaras o ventanillas de trenes, una serie de dispositivos visuales que permitieron al poeta descartar todo intento de codificación simbólica para aportarle la distancia necesaria a los objetos que constituyen su mundo referencial. La estética de Girondo, basada en la percepción visual, no postula la mediación subjetiva del ojo que ve. No se trata de una sinécdoque portadora de la subjetividad del yo lírico puesto que la posición de este es distante, lateral. Permanece presente en tanto que aporta la perspectiva de lo visto.

Ese espacio propio de la ciudad que compone Girondo se da a partir de una experiencia in situ. El paisaje evocado se satura en lugares públicos como calles o cafés y en toda una serie de ciudades que recorre el poeta y de las cuales deja constancia sirviéndose del modelo viajero. La poesía de Oliverio Girondo nace de la experiencia real, parte del mundo concreto y se vuelve, sobre sus versos, mundo representado. Su poética se basa en percepciones casi invisibles de tan habituales, a la vez que establece una suerte de compromiso con las trivialidades de la vida cotidiana que se resuelven poéticamente a partir de la utilización de lo que sería un recurso privilegiado en la poética martinfierrista: la metáfora.

La poética de Girondo es el lugar donde las muchedumbres habitan el espacio urbano moderno, una poética que rechaza —en su ausencia— a la naturaleza y que está marcada por la cultura. Es el espacio en el cual el yo poético afronta la experiencia paradojal de estar aislado y en solitario en medio de una muchedumbre. Así como Marshall Berman (1988) señala, a propósito de la modernidad, que resulta una experiencia marcada por la ambigüedad en la cual el sujeto experimenta, a la vez, una relación de atracción y amenaza, en la poesía de Girondo coexiste el sentimiento del asombro y la percepción de actualización y mejora urbana con los sentimientos de agobio y soledad que produce una ciudad atestada de transeúntes y edificios cada vez más altos.

No obstante, si bien el paisaje urbano en su transformación y el impacto de los procesos de modernización sobre las costumbres hasta entonces tradicionales constituyen notas distintivas de la poética de Girondo, por sí mismas no hubiesen bastado si sobre ellas no hubiese regido la idea de caducidad sobre la retórica modernista. Fue, precisamente, esta voluntad de cancelar la estética de los epígonos del modernismo lo que permitió el ingreso de nuevos mundos referenciales y de nuevas experiencias al universo de la poesía, en pleno siglo XX.

Notas

Altamirano, C. y Sarlo, B. (1983). «Vanguardia y criollismo: la aventura de Martín Fierro» en Ensayos argentinos. De Sarmiento a Cortázar. Buenos Aires: CEAL.
Berman, M. (1988). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Madrid: S. XXI Editores.