Usted no está obligado a vacunarse contra la COVID-19, es cierto (es parte de su fuero individual), pero tendrá que vivir como un ermitaño. Encerrarse en su casa, o como Zaratustra, subir solitario a la montaña. Si usted quiere salir a la calle, interactuar con otros seres humanos, trabajar, subir en autobuses, ir a restaurantes, etc., tendrá que vacunarse obligatoriamente.

¿Por qué? Se trata de una obligación legal y ética que nace de la teoría general de las libertades y los derechos. En una democracia usted puede ejercer su libertad individual hasta el punto donde no afecte los derechos o ponga en peligro los de otros.

Claro que usted podrá ejercer su libertad de no vacunarse —incluso su libertad plena de enfermarse—, pero deberá hacerlo aisladamente, sin poner en daño potencial a otros seres humanos. Si usted no se vacuna, con suerte será parte del 90% o 95% que no sufrirá graves daños si el virus entra a su cuerpo, incluso ser portador asintomático, pero podrá enfermar leve o gravemente a otras personas, incluso mandarlas a la UCI de los hospitales. O, más grave aún, al cementerio.

Desde luego que usted puede ejercer su insurrección solitaria. Pero tendrá que ser realmente solitaria. No vacunarse, pero abstenerse de vivir en sociedad. Déjenme poner un ejemplo. Cuando Camus defiende el derecho al suicidio en El Mito de Sísifo, expresamente indica que se trata del acto más libre e individual de una persona. Puede hacerlo en pleno ejercicio de su lucidez y libre albedrío. Pero no indica Camus que esa persona tiene derecho en poner en peligro la vida de los otros. Ni andar por allí promoviendo el suicidio colectivo. Esa teoría de los límites de las libertades individuales es la que usaron los tribunales en las últimas décadas en el caso de enfermedades infectocontagiosas. Hubo mucha jurisprudencia cuando la gente moría de SIDA, antes de los retrovirales. Alguien que por conocimiento o negligencia contagiaba a otra persona, tenía consecuencias jurídicas. Era culpable. En el caso de la COVID-19, por el daño potencial, estamos ante un similar escenario de dolo o negligencia.

¿No le sirve Albert Camus? Pues la otra opción es Sócrates.

Sócrates diría lo siguiente: usted tiene que vacunarse porque es el pacto de vivir en sociedad. Vivo en una sociedad donde las autoridades (de salud, de gobernación, etc.) tomaron la decisión de que se trata de una «norma pública» y, si quiero vivir allí, tengo que cumplir la norma. Es similar con la cuestión de los impuestos: nadie quiere pagar impuestos, pero obligatoriamente tengo que hacerlo si quiero vivir en sociedad e interactuar con las otras personas, usar las calles, los servicios públicos, las escuelas, los hospitales, etc. Se acordarán los lectores que, en el juicio de Sócrates, el viejo filósofo al final está de acuerdo en cumplir la sentencia y morir con el veneno de la «cicuta». Lo hizo voluntariamente. Es el precio que debía pagar por no estar de acuerdo con las leyes del Estado.

¿Que no le sirve Camus, ni Sócrates, ni tampoco el Dr. Fauci, ni la OMS, ni la FDA, ni nadie?

¿Qué todo es una trama de las casas farmacéuticas, de los chinos de Wuhan, de Bill Gates y de George Soros (los conspiracionistas tienen realmente poca imaginación y, en forma curiosa y divertida, les atribuyen a estos dos señores todos los males del mundo…)?

Muy bien. Siempre tiene la opción de subir a la montaña.