Cuando uno oye hablar de Suecia tres ideas se asoman a su mente. La primera es la de aquellas rubias espléndidas que iluminaban con los destellos de sus cabellos las playas de Benidorm. Era aun un Benidorm cuyo skyline era dibujado principalmente por los castillos en la arena construidos por niños, un recuerdo del pasado. La segunda es la expresión “hacerse el sueco”, que tan bien conocen nuestros políticos cuando llegan al poder y deben tornar sus promesas electores en realidad, una imagen del presente. La última, Ikea, ha ayudado a a nuestros castigados bolsillos a amueblar nuestras casas estilo “low cost”, único gasto asumible por tantos españoles que así ven su futuro.

Esta oda nórdica, lejos de ser una oda, es la introducción a un análisis: cómo han conseguido estos rubios poco despistados con muebles minimalistas alcanzar sus niveles de bienestar. Una de las causas es clara: la educación. No en vano, la escuela pública sueca ha estado considerada durante muchos años (junto con la finlandesa) como una de las mejores del mundo.

Hace poco tuve el placer de participar en un viaje de intercambio con un colegio en Suecia, lo que permitió acercar la lupa al escenario del crimen perfecto. ¿Qué diferencias existen entre nuestro sistema educativo y el sueco? Veamos algunas cuestiones estructurales, dejando de lado otras muchas, dada la dificultad de abarcar la amplitud del asunto.

Para empezar, el 86% de los alumnos acuden a centros públicos caracterizados por su carácter multiclasista. Es decir, que en sus aulas están representadas todas las clases sociales, creando una escuela cohesionadora.

De este dato deducimos la primera gran diferencia: la inversión. Más de un 40% del presupuesto municipal se destina a educación. Dado su carácter público, sobra decir que la educación obligatoria es gratuita, pero es que no solo incluye la formación, sino también el material didáctico y el comedor escolar. Como curiosidad respecto al último punto, un día a la semana es vegetariana, para cuidar el medio ambiente.

Con estas medidas se evita la segregación por nivel socioeconómico y , aunque debería ser una rareza tener que comentarlo, ningún niño pasa hambre. Asimismo, todo niño recibe unas 1.050 coronas suecas mensuales (114 euros), desde que nace hasta los 16 años.

Los alumnos tienen acceso a médico escolar y a enfermera escolar y a través de ellos pueden obtener ayuda de un terapeuta social o de un psicólogo en caso necesario.

La escolarización obligatoria empieza en Suecia a los siete años. Antes, de 1 a 5 años, la educación infantil, aunque no es obligatoria, es gratuita. Y cuando no lo es, tiene un techo máximo legislado de unos 130 euros mensuales. Si recordamos el año de baja maternal disponible más los 4 meses paternos, la conciliación laboral no resulta tan complicada, y ese primer año sin guardería queda justificado.

La educación obligatoria (7-16 años) denominada educación básica, consta de nueve cursos divididos en tres ciclos. El primer ciclo (lågstadiet) comprende los tres primeros cursos, el segundo ciclo (mellanstadiet) los cursos 4 a 6 y el tercer ciclo (högstadiet) corresponde a los cursos 7-9. Para que nos hagamos una idea, nuestra Educación Secundaria Obligatoria, hasta 3º ESO correspondería a estos cursos de 7 a 9. En nuestro 4ºESO comenzaría ya el equivalente sueco al bachillerato.

Las calificaciones se dan desde 6º. Por otro lado, se realizan pruebas por asignaturas, que son nacionales y obligatorias, en los cursos 3, 6 y 9 de la educación obligatoria para evaluar el progreso de los alumnos. Con las notas finales de 9º curso se solicita plaza en bachillerato. He aquí otra diferencia: las notas cuentan. Las calificaciones de nuestro equivalente a la ESO importan a la hora de acceder al bachillerato.

En otras palabras, los alumnos deben tomarse en serio sus estudios desde cursos antes que los españoles, para quienes son los dos cursos de bachillerato los únicos que decidirán su futuro. Este es uno de los factores que quizá incidan con mayor fuerza en el respeto y seriedad que tanto tiende a escasear en nuestros colegios e institutos. Por otro lado, también según sus notas los alumnos pueden acceder a determinados colegios. Las familias pueden elegir el colegio de sus hijos. Y he aquí la otra cara de la moneda.

Si los centros educativos quieren tener alumnos, deben tener buenos profesores que ayuden a sus estudiantes a superar las pruebas estatales. Los alumnos deben esforzarse y los profesores también.

La educación secundaria superior es también gratuita (equivalente a nuestro 4º ESO y a nuestro bachillerato). Hay dieciocho programas nacionales: doce de estos programas están más orientados a la formación profesional y seis a la formación preuniversitaria. Todos incluyen nueve asignaturas comunes junto con asignaturas específicas de cada programa, tesina y formación adquirida en lugares de trabajo. Al finalizar cualquiera de estos programas se obtiene el título de bachiller o Slutbetyg que da acceso a la universidad.

He ahí la solución a otro de nuestros puntos flacos: la formación profesional. Cuántos estudiantes poco motivados absorbe el bachillerato, y por inercia mal justificada, la universidad. La supuesta falta de prestigio de otros programas en España alternativos al bachillerato son semilla de aulas disruptivas, desmotivación estudiantil y profesores quemados.

En cuanto a contenidos, el sistema educativo sueco incluye clases de cocina, en las que también se enseña a fregar, y clases de costura. Mis homólogas suecas mostraban cautas su sorpresa al descubrir cómo muchos de los españoles a sus 14 años no sabían “freír un huevo” y mucho menos fregar un plato. Especialmente los chicos. Menos sorpresa mostraban al escuchar cómo aun existen muchos hombres adultos que delegan sus tareas domésticas en sus mujeres. Quizá, ingenuas, pensaran que eran resquicios de otra educación ya obsoleta. Quizá, si prestamos atención, escuchemos el eco de la risa de alguna que otra lectora española.

Ya escribí en su día un artículo mostrando la “modernidad” en cuanto al trato a las mujeres que poseían sus antepasados vikingos. Serán los genes, podríamos pensar. Pero sabemos que hubo un tiempo en que en Suecia se vivían similares problemas de desigualdad social, económica y de género a los que tenemos en España. La solución, lejos de ser fácil y barata como una mesita de Ikea, es a largo plazo y cara. Reestructuración e inversión. Hay que cambiar el hacerse el sueco por hacer lo sueco.