Desde tiempos inmemoriales hay quien ha vivido del cuento. Entre ellos los arúspices, los adivinos, las sibilas, los magos, los agoreros, los videntes y otros augures, clarividentes, quirománticos, oráculos y profetas. En la presente modernidad se les conoce mayormente como economistas.

Ahora bien, quien ejerce oficio de nigromante, de zahorí y de iluminado se debe de dar –de tanto en tanto– cumplida prueba de sus dotes de adivinador. Tanto más cuanto que cobra por sus vaticinios, remuneración esta que constituye lo esencial de su fortuna.

Alguna vez he mencionado alguno de estos especímenes, preferentemente contemporáneo, visto que Nostradamus carecía de visión de mercado: el tipo se complacía anunciándonos nuestra propia desaparición, y con ella la muerte de la ley de la oferta y la demanda, anda tú a cobrar por tales predicciones.

En fin, que como toda persona inocente, crédula e ingenua, sigo de cerca a los gurús de la economía, no vaya a ser cosa que el advenimiento del Paraíso en la Tierra me pille desprevenido, sin haber comprado las entradas, o por lo muy menos el plan de televisión satelital que me permitiese asistir a tan señalado acontecimiento desde el salón de mi modesta chabola.

Uno de estos charlatanes, John Mauldin, consultor financiero de su estado, se complace en enviarme muy regularmente sus disquisiciones, gracias a lo cual vivo en estado de permanente iluminación. Levitar, lo que se llama levitar... aún no he levitado, hay que decir las cosas como son, pero no por falta de empeño. Johnny –¿puedo llamarlo Johnny?– transmite, tal vez por osmosis, un estado de embeleso, arrobamiento, rapto y elevación rayano con la ataraxia. Servidor intenta alcanzar, como Santa Teresa, ese estado de éxtasis, o transverberación, lo que la doxa cristiana llama literalmente un «orgasmo celestial”. La prosa de Johnny no es para menos.

Acabo de recibir sus previsiones para, atento el personal, los próximos doce años, aun cuando Johnny precisa que sus pronósticos van mucho más lejos (Long Term – 2030 and beyond). Interrogado en cuanto a saber si él mismo es optimista o pesimista sobre la economía, Johnny responde, enigmáticamente: «Sí».

De cara a los torpes, zopencos, mentecatos y lobotomizados que compran sus consejos, un enteraíllo como Johnny se debe de ser un pelín oscuro, inescrutable, impenetrable e ininteligible. Si no me crees vete a leer al ya citado y célebre Nostradamus.

O al inenarrable Alain Greenspan. En el cumplimiento de sus sagrados deberes, Greenspan –conocido en esa época como el economista y durante 18 años presidente de la FED, banco central del imperio– cada cierto tiempo debía hacer oír su palabra. Alain se dirigía pues a la comunidad financiera que la recibía como Moisés recibió las Tablas de la Ley. Como todo economista distinguido, Greenspan hablaba en difícil, en un estilo hermético y en modo parabólico. De ahí que al terminar sus comparecencias agregase, serio como un juez y cáustico como el ácido nítrico: «Si me han comprendido es que debo haberme expresado mal».

Alain no hacía sino copiarle a los fundadores de la física de las partículas, quienes, conscientes de la dificultad que representa para el común de los mortales la comprensión de lo infinitamente pequeño, al final de sus cursos dispensados en la universidades agregaban la frase que hizo famosa Alain Greenspan.

Contrariamente a lo que uno tiende a pensar, Heisenberg, Pauli, Schrödinger, Einstein, Planck, Bohr y Dirac eran unos tíos graciosos y divertidos, con la notable excepción de Ettore Majorana quien, aparte su genio matemático, solo soñaba con desaparecer del mapa sin dejar rastros, lo que cumplió a cabalidad a la temprana edad de 32 años. Niels Bohr, por ejemplo, pensando tal vez en algún economista, proclamó: «La predicción es muy difícil, sobre todo si se refiere al futuro».

John Maynard Keynes, un verdadero economista y probablemente uno de los más grandes que haya pisado la tierra, solía decir: «De mañana no sabemos nada y a medio plazo estaremos todos muertos». Todo lo cual debe servir para medir la osadía de John Mauldin, quien vive precisamente de eso: las predicciones. Como quiera que sea, el tipo no es tonto. De ahí que su enigmática respuesta merezca de su parte una ingeniosa explicación.

Si se trata del largo plazo –Long Term: 2030 and beyond –, John Mauldin es optimista, o como lo pone él mismo, amazingly bullish and optimistic:

«Para esa época el Gran Borrón y Cuenta Nueva estará detrás de nosotros (aunque vivamos con sus consecuencias) y una auténtica recuperación económica estará ganando impulso, la tecnología habrá creado empleo a granel, y seremos mucho más saludables y viviremos mucho más tiempo gracias a las biotecnologías».

¡Alabao!

¿Y a medio plazo? Johnny dice que en el mediano plazo –Medium Term: 2020-2030–, viviremos tiempos duros, visto que la deuda acumulada llevará a la economía a una serie de recesiones y desastres crediticios que culminarán en una pasada de aljofifa (del árabe alǧaffífa: esponja), lo que él llama el Gran Borrón y Cuenta Nueva.

Mauldin estima que la próxima crisis está en sus prolegómenos, y tiene como causa la acumulación de montañas de deudas contraídas por los Estados, los hogares y el sector privado. Los tres agentes económicos son perfectamente insolventes y –a grandes males grandes remedios– no queda sino anular las deudas y proceder al Gran Borrón y Cuenta Nueva.

De este periodo Johnny dice que durará varios años, en los cuales veremos chirriburris, turbulencias y zarabandas sociales y políticas, y hasta guerras. Ya me dirás tú, si todo dios se niega a pagar lo que debe. No obstante, antes de suspender el pago de la cuota del CAE, de la mensualidad del alquiler o de la tarjeta de crédito, espera ver como viene la mano: por ahí las AFP suspenden el pago de las pensiones, las empresas el de los salarios, y el Estado se hace el cucho con los empleados públicos.

Queda pues por saber qué nos reserva el corto plazo o, como lo pone Mauldin, el Short Term: 2018-2020. Ahí comienzan las dificultades. No me refiero a las económicas que, como el universo y la imbecilidad han estado siempre ahí, sino a las de John Mauldin para decir algo que valga la pena.

Prever lo que pasará dentro de medio siglo, yo mismo. Después de todo no estaré allí ni para verlo, ni para recibir aplausos si acierto, o pedradas si fallo. Por el contrario, saber lo que ocurrirá mañana, entendiendo por mañana el período durante el cual la memoria de los torpes, zopencos, mentecatos y lobotomizados que compran consejos financieros estará activa… es otra cosa.

Johnny declara: «Aquí es donde genuinamente tengo dudas. Admito que he vacilado, mayormente porque los datos también han vacilado». La cosa comienza bien, con un vacilón. Johnny prosigue: «Pienso que el 4,1% de crecimiento del 2º trimestre en los EEUU es muy espectacular, pero no tanto como para prevenir una recesión en el segundo semestre del 2019». Dicho de otro modo, las cosas van bien pero podrían ir mal. Y viceversa. ¿Ya te dije que John Mauldin es economista?

Lo mejor viene ahora:

«Pero ahora, los datos sugieren que el tercer trimestre estará por encima del 3%. O sea mucho mejor de lo que hemos visto desde hace tiempo. De modo que para los dos próximos años seré de ‘neutral a preocupado’ de que podamos evitar una recesión a principios de los años 2020. Pienso que hay buenas razones para esperar una recesión más temprano que tarde. Pero, si (y este es un gran si) todo este lío de aranceles/proteccionismo puede ser resuelto convenientemente, entonces, tal vez, la recuperación podrá durar un poquito más. ¿Vientos en contra? Seguro. Pero también hay buenos vientos de popa.”

A estas alturas nadie sabe si sacar el paraguas o el quitasol, pero eso tiene explicación: quien vende consejos financieros debe comenzar por meter miedo. Porque no debe haber salvación sin sus sabios consejos. ¿Capici? John Mauldin concluye con las siguientes palabras,

«Espero que lo que precede aclara toda confusión (sic). Como la FED, sigo siendo un “dato-dependiente” y puedo revisar mis previsiones cuando aparecen nuevas informaciones… Como decía Keynes "cuando los hechos cambian, cambio mis opiniones…".

Ya sabemos que Keynes decía sobre todo que es imposible hacer previsiones. En otras palabras, que vivir del cuento es una estafa caracterizada. Lo que llamo vivir de las bolas. No las de cristal, sino las que le permiten a los economistas vivir de cojones, es decir muy bien y con poco esfuerzo.