El pasado día 18 de diciembre de 2019 Donald J. Trump se convirtió en el tercer presidente de la Historia de la democracia estadounidense en ser impugnado por el Congreso. Así a simple vista podría parecer un varapalo con grandes consecuencias para el presidente, pero nada más lejos de la realidad, ya que esta impugnación difícilmente va a tener consecuencias políticas directas.

Cierto es que esto es una mancha –otra más- en la carrera del magnate neoyorkino que, sorprendentemente, parece que no le hace mucha gracia tener. En su historial hay cosas como negocios ruinosos, acosos sexuales, impago de proveedores, devoluciones de impuestos ocultas o malversación del capital de su fundación sin ánimo de lucro, por nombrar tan solo unos ejemplos. Todo ello parece haberle dado completamente igual a Trump, pues actúa como si todo ese historial no fuera con él. Sin embargo, el caso de la impugnación del Congreso parece afectarle como nada de lo anterior ha hecho.

A diferencia del resto, la impugnación no es algo que él quiera en su expediente. Quizá sea porque el resto de delitos y/o hechos reprobables son algo que comparte con muchas otras personas mientras que el impeachment es algo que, seguro, aparecerá en los libros de historia y que le incluye en tan pequeño y selecto grupo de personas que resulta difícil pasar desapercibido. Es la confirmación de que Donald Trump pasará a la posteridad como uno de los pocos presidentes que fue impugnado por el Congreso, encima en su primer mandato.

Papel mojado

Como he señalado al principio, la impugnación que acaba de sufrir Trump no va a pasar de ser papel mojado, un brindis al Sol en el que los congresistas estadounidenses han determinado que Trump quebrantó su juramento como presidente. Puede que parezca algo grave, pero ¿qué consecuencias tendrá esto? La respuesta es bien sencilla, aparte de que su nombre aparezca en los libros de Historia como uno de los pocos presidentes impugnados, no va a tener absolutamente ninguna.

Esto es así porque después de este juicio político, el asunto debe ir al Senado para ser igualmente juzgado. Si el Senado determina que Trump violó su juramento podría ser que fuese depuesto, algo que difícilmente va a ocurrir en el actual Senado de EEUU, en donde los republicanos gozan de mayoría. Da igual lo probadas que estén las acusaciones contra el presidente, que los testigos corroboren el abuso de poder y la obstrucción del Congreso — las dos acusaciones que han sido ratificadas — pues tal y como se ha visto en la reciente votación del Congreso, ningún republicano votará en contra de su líder. El senador Lindsey Graham ya ha dejado claro en declaraciones que él no piensa ser un juez justo y que piensan matar el procedimiento en el Senado sin miramientos –a pesar de que en el momento de juzgarlo, los senadores están obligados a hacer un juramento de imparcialidad-. Esto no hace sino confirmar que la impugnación de Trump va a tener tantas consecuencias reales como las que tuvo en España la declaración de inconstitucionalidad de la Amnistía Fiscal.

Con L de Loser

Algo que ha traído consigo la era Trump es el hecho de que ya no nos sorprende ver al presidente de EEUU utilizando insultos de patio de colegio tanto en el ámbito político como en el privado. Se ha llegado a un punto en el que se ha normalizado que el máximo mandatario de la superpotencia se comporte como un adolescente malcriado. Algo que era impensable años atrás ya se ha convertido en la norma y, como buen niño rico malcriado que se precie, uno de sus insultos fetiche es el de loser, «perdedor». Quizá sea por eso que la impugnación que acaba de sufrir en el Congreso se le haga más difícil de digerir que todos sus fracasos empresariales y bancarrotas. Esto es así porque su mediocridad como empresario siempre la ha podido maquillar con esa fantástica maquinaria de marketing que le vende como un hombre de negocios de éxito.

Sin embargo, su reciente impugnación es algo que, a pesar de los muchos esfuerzos del partido republicano, difícilmente se va a poder maquillar como victoria y Trump lo sabe. Esa marca quedará para siempre en los libros de Historia y eso es lo que realmente le importa. Es una derrota que le pone al lado de los otros «perdedores» que ocuparon su cargo y para él no hay nada que considere más indigno que ser calificado de perdedor. Su insulto favorito le ha traicionado y se ha vuelto en su contra. Le pueden calificar de corrupto, violador e incluso asesino que a él le va a dar igual –tal y como declaró, él podría disparar a alguien en plena calle que le seguirían votando, lo cual deja claro que no le importa ser un asesino mientras siga teniendo éxito-. Lo que no le da igual es que le llamen perdedor y que encima esta condición vaya a quedar negro sobre blanco para la posteridad. A juicio del neoyorkino una cosa es ser un criminal y otra muy distinta –y mucho peor- es ser un perdedor.

Sin embargo, creo que esa sensación le desaparecerá cuando el Senado se ponga de su parte. Él lo considerará otra gran victoria y la certificación de que él es un ganador nato, pero en el fondo sabe que nunca podrá borrar la realidad de que a partir de ahora forma parte de esos presidentes que «perdieron» ante el Congreso -Andrew Johnson y Bill Clinton-. Ya no puede hacer nada para borrar este hecho y así quedará para la posteridad. Sin embargo me voy a dar el lujo de darle un pequeño y humilde consejo que seguro le hará sentir mejor. Donnie, como decía Groucho Marx no te preocupes más por la posteridad ¿acaso la posteridad ha hecho algo por ti?

Si no te importa que te llamen violador, racista, acosador, corrupto o fracaso empresarial ¿por qué ha de importarte ahora lo que diga el Congreso de ti? ¿Por qué te preocupas por la posteridad? Tranquilo Donald, pues si nunca te ha importado dejar clara constancia de tu ínfimo valor como ser humano no es plan que esta tonta impugnación te quite el sueño a tus 73 años. Tú sigue disfrutando de la ilusión de ser un triunfador y no dejes que la realidad te amargue un dulce. Cierto es que muy seguramente la posteridad te acabe poniendo de vuelta y media pero afortunadamente para ti -y para todos- tú ya no estarás ahí para verlo.