En su famoso discurso del 17 de enero de 1961, el general de 5 estrellas y entonces presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, pasó a la historia por una frase famosa: «Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, tanto solicitada como no solicitada, del complejo militar industrial». Creo que ese gesto lo proyectó más allá de sus glorias militares como comandante aliado del desembarco en Normandía.

Cincuenta años después, el actual presidente Joe Biden se pronunció a favor de eliminar las protecciones de propiedad intelectual (patentes) para las vacunas contra la COVID-19 ante la crisis mundial producida por la pandemia.

En ambos casos se enfrentaron a dos de los cuatro jinetes del apocalipsis mundial. En planos diferentes podríamos decir que el narcotráfico, la industria de las armas, las tabacaleras y las grandes industrias farmacéuticas cabalgan en corceles diferentes, a niveles y en condiciones diversas por la ruta de la guerra, el hambre, la muerte y el misterioso jinete sobre el caballo blanco, que en realidad es el dinero, el manejo escandaloso del dinero y la corrupción. Estos cuatro míticos jinetes, presentes en tantos libros e imágenes, han representado en la historia un conjunto de personajes de enorme influencia en la cultura occidental. Los actuales cuatro jinetes no tienen un origen religioso y son absolutamente globales.

El narcotráfico

Este fenómeno, que cabalga supuestamente fuera de las leyes humanas, tiene una parte fundamental, el blanqueo de dinero, que según la ONU «generó aproximadamente 321.6 miles de millones de dólares en 2003». En la actualidad, se estima que supera los 400 mil millones de dólares, solo en América Latina es de 90 mil millones de dólares. Y es imposible manejar a nivel global esas cifras sin la participación de una parte del sistema bancario y financiero. Por lo tanto, se encuentra entre las mayores fuentes y promotores de la corrupción. Expresa e impulsa, asimismo, una parte enferma de nuestras sociedades.

La venta mundial de armas

En el 2018 dejó ganancias, por 420 mil millones de dólares, sin contar a China, según informó el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés). El organismo aseguró que esos negocios han aumentado en 47 por ciento desde 2002, año a partir del cual se dispone de datos comparables. Asimismo, informó que la compraventa armamentística está en pleno crecimiento gracias a la vitalidad del sector en Estados Unidos.

Los principales fabricantes venden ahora 38% más que en 2002 y, por primera vez en cinco años, las ventas de las 100 principales compañías de armas del mundo se incrementaron.

Cada año se fabrican 12,000 millones de balas, una cantidad suficiente para matar dos veces a todos los habitantes del mundo. Cada día, cientos de miles de personas son víctimas de homicidio, resultan heridas y se ven obligadas abandonar sus hogares a causa de la violencia por arma de fuego y los conflictos armados.

La industria del tabaco

Tan solo la empresa líder, British American Tobacco registró una facturación de aproximadamente 35,000 millones de dólares estadounidenses en 2020. Philip Morris International y Altria Group se situaron en segunda y tercera posición. Durante las dos últimas décadas, los consumidores de tabaco han pasado de ser 1,397 millones en 2000 a 1,337 millones en 2018, una reducción de 60 millones de personas, y se calcula que en 2020 la cifra habrá caído en otros 10 millones.

A pesar de esta disminución, el tabaco mata a más de ocho millones de personas al año, de las cuales 1.2 millones son fumadores pasivos que están expuestos al humo ajeno. La pandemia de la COVID-19, hasta el 12 de mayo de 2021, ha causado 3,320,000 muertos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) habla incluso de una «epidemia de tabaquismo». En este jinete, no importan todos los tamaños, todos son fabricantes de muerte y enfermedades.

Luego de este muy breve resumen del pelaje de los cuatro caballos destructores, entramos en el más actual, el que se está enriqueciendo como nunca antes con la pandemia.

Los gigantes de la industria farmacéutica

Este sector, supuestamente debería realizar un aporte fundamental al bienestar de la humanidad; la diferencia es que la fabricación de medicamentos es necesaria y que los tamaños y la voracidad importan mucho.

Según los últimos datos la industria farmacéutica facturó en la Unión Europea más de 395,000 millones de dólares, en Estados Unidos fue la región que más facturó con más de 590 mil millones de dólares y Latinoamérica, por su parte, fue la región que menos facturó con tan solo 86 mil millones de euros.

La mayoría de las industrias desarrollan productos con investigación científica, algunas subvencionadas con sus propios fondos, pero como en el caso de la covid también reciben un aporte fundamental de fondos públicos.

La mayoría de los países conceden patentes para los fármacos recientemente desarrollados o modificados, por periodos de unos 15 años a partir de la fecha de autorización. Las compañías asignan una marca registrada a sus innovaciones, que pasan a ser de su propiedad exclusiva. Además, los nuevos medicamentos reciben un nombre genérico oficial de propiedad pública.

Una vez que expira la patente, cualquier empresa que cumpla las normas del organismo regulador puede fabricar y vender productos con el nombre genérico. En realidad, la industria farmacéutica es la principal impulsora de la extensión del sistema de patentes, y ha presionado a los países en desarrollo para hacerles seguir este sistema. Por ello es de fundamental importancia para que toda la población del planeta, inclusive en los países pobres, pueda tener acceso a las vacunas, la indicación del presidente Joe Biden de liberar las vacunas de patentes y, por lo tanto, hacerlas de producción y uso universal.

Las ganancias de las empresas farmacéuticas están entre las mayores del mundo industrial. La Empresa Pfizer (norteamericana) tuvo ingresos por 58,000 millones de dólares y realizó una inversión en investigación y desarrollo (I+D) de 9,413 millones, la suiza Novartis facturó 42,000 millones de dólares e invirtió en I+D 7,100 millones de dólares, mientras que la tercera Sanofi-Aventis (europea) vendió por 40,300 millones y gastó en I+D 5,147 millones. Las utilidades son enormes.

No sabemos con exactitud los precios a los que se venden las vacunas para la COVID-19 porque los contratos son secretos, pero imaginemos cuanto están ganando las grandes empresas productoras actuales y las que se sumarán al vender entre 10 mil y 12 mil millones de dosis. Para no abrumarnos con la perspectiva de una tercera dosis y de la necesidad de una vacunación anual.

Sería de interés público universal que se conocieran los términos de los contratos firmados por los Estados y las grandes productoras de vacunas. Nos enfermaríamos de rabia, pues las empresas impusieron cláusulas realmente indefendibles e impublicables. En Uruguay, hay un factor agravante, el precio de los medicamentos es muy superior al de los países vecinos. Es escandaloso.

Más escandaloso es el fracaso total del sistema COVAX de la Organización Mundial de la Salud, que sirve para garantizar una compra conjunta de los países y condiciones favorables, pues está entregando sus dosis con cuentagotas, bloqueado totalmente por las naciones ricas del mundo que incluso han acaparado vacunas.

Los medicamentos, y mucho menos una vacuna contra una pandemia, no son una mercancía cualquiera que deba regirse por el mercado, son un elemento clave para mantener la salud de las personas y la economía mundial y es esto que genera un serio conflicto de intereses. La industria que reclama sus ganancias y las justifica afirmando que las necesita para seguir investigando y, por otro lado, el derecho humano básico a la salud y a la vida.

Los grandes productores farmacéuticos, que tienen montados sofisticados y gigantescos aparatos de mercadotecnia y de relaciones públicas a nivel global, afirman que los altos precios de los medicamentos se justifican por la necesidad de fabricar productos con moléculas mucho más complejas y el uso de aparatos cada día más sofisticados y costosos.

Por otro lado, el aumento de la expectativa de vida y, por lo tanto, la edad promedio de las poblaciones incrementa la necesidad del acceso a nuevos fármacos y el consecuente incremento permanente y sistémico de la facturación para las empresas farmacéuticas.

¿Alguien puede creer que mientras en todos los sectores industriales, el uso de equipos industriales cada día más sofisticados y automatizados ha disminuido radicalmente los costos de producción, en la industria de los medicamentos eso no ha sucedido? En la industria desde hace décadas, se ha reducido la plantilla de empleados en decenas de miles de personas, como resultado de la robotización y la automatización, mientras las ventas crecen sideralmente y, naturalmente, las ganancias.

El factor que más ha crecido en sus costos en la industria de los medicamentos no ha sido ni la producción ni la investigación (I+D), ha sido la mercadotecnia, los estudios de mercados y los astronómicos salarios de sus ejecutivos. La publicación New England Journal of Medicine aportó estudios y denuncias muy documentadas en este sentido.

Por último, otro frente muy duro de críticas es que, como derivado de sus inversiones en estudios de mercados y consumidores y en los medios de prensa, la industria se ha dedicado a promover la medicalización de los problemas que se derivan de las formas actuales de vida o de enfermedades que anteriormente eran inofensivas y ahora derivan en un incremento muy grande en la dosis diaria de consumo de medicamentos.

No podemos igualar a toda la industria, porque su existencia es absolutamente necesaria, imprescindible, pero los gigantes basan sus utilidades en esas patentes de medicamentos que deberían ser de libre acceso y por ello la propuesta de Biden ha desatado una verdadera tormenta mundial.

En El jardinero fiel, el maestro británico de novelas de espionaje John Le Carré desnudó el manejo de las multinacionales farmacéuticas, en toda su ambición, su avaricia e inmoralidad. Con una trama que se desarrolla a un ritmo veloz, el autor narra con dulzura y rudeza al mismo tiempo, las reacciones de los personajes que van deshaciendo una complicada madeja de conspiración y desprecio moral. El cuarto jinete cabalga sobre el sufrimiento de los más pobres y miserables de este mundo.