A veces pienso: ¿por qué los porteños somos tan particulares en algunos aspectos? Dentro de esas particularidades existe, por ejemplo, un amor tan especial por las «madres». Amor incondicional y edípico.

Creo que tiene que ver con la situación única que se vivía en la ciudad a principios de siglo veinte.

Allá por el 1900 la ciudad paso en muy pocos años de tener 200.000 habitantes a 1.500.000. Podemos decir que Buenos Aires estaba habitado por inmigrantes, en su gran mayoría hombres. Estos hombres eran hijos de una clase bastarda, nunca conocieron a sus padres y bastardos ellos mismos (no es casual que Gardel, el arquetipo de tanguero porteño, lo fuera), no poseían ningún linaje ni familia y centraban todos los afectos primarios en la «madre». El progenitor era una ausencia. Las mujeres escaseaban en la ciudad, muchas de ellas trabajaban en las casas de citas. Los hombres, como es natural, para encontrarse con una mujer y para bailar un tango acudían a esas casas de citas. Allí se enamoraban muchas veces de esas mujeres; al poco tiempo, esos mismos hombres se daban cuenta que estas mujeres no eran de confiar, vendían su amor al mejor postor, y de allí proviene esa tristeza, nostalgia, dolor, desencanto y tantos otros sentimientos tristes que se expresan en las letras de los tangos. Pero había una sola mujer en la cual se podía confiar, amorosa, paciente, complaciente, sincera, casi santa, esta única mujer es la «madre».

«Se me hace un siglo que no te veo. Cualquiera creería que estoy enamorado de ti, y es verdad: eres la única mujer a la que quiero con verdadero cariño».

(Carlos Gardel en carta a su madre, Berthe Gardes, 1935)

Empezar este articulo aludiendo a una de las tantas frases de Carlos Gardel escritas a su madre, nos ubica claramente en el tema.

En este mismo 1900, Sigmund Freud hace uno de los hallazgos más relevantes en la historia del psicoanálisis, y era el descubrimiento del complejo de Edipo. ¿Encuentra usted algún tipo de relación en este tema? No cabe otra respuesta que Sí.

Se sabe que los individuos nos ubicamos socialmente de acuerdo a las coordenadas de tiempo y espacio en que nos toca vivir. Desde el psicoanálisis se ha llegado a esbozar la idea de que el sujeto actual no es el mismo que el de siglos pasados, ya que su posición está determinada, en parte, por la historia. Podemos decir entonces que cada época tiene un discurso que le es propio y cada generación genera, justamente, significantes que le representan.

Los europeos que llegaron a Buenos Aires eran mayoritariamente italianos del sur y españoles de tradicionales pueblos. En ellos la educación religiosa, estrictamente lo «católico romano» era muy fuerte. Cuando yo era chico, siempre decíamos: ¿vos que sos? Y ahí venia el gran titulo de católico, apostólico y romano. En esta cultura, la veneración a la madre adquiere aspectos religiosos. La madre, aquella pobre italiana que fregaba la ropa en el agua fría del gélido patio de conventillo y que siempre habría de perdonar al hijo pródigo descarriado, que vuelve luego de haber pertrechado el desastre y arrepentido. Si pensamos en los inmigrantes y sus descendientes, se percibe a las claras esa educación católica, verticalista y marianista con la que fueron criados.

En Italia, como en España, la madre tradicional remite directamente a la Virgen María, toda madre católica tiene como modelo ideal a la virgen Madre de Jesús. Por ello, en las culturas latinas, la diosa madre, femenina, pura, procreadora en la santidad, ocupa un lugar que en otras culturas asumiría el pastor o el jefe de la iglesia. Hijos de esta antiquísima cultura latina, los creadores del tango, Betinotti, Flores, Discépolo, gestaron una obra en sintonía con esta tradición en la que la madre viene a significar el último eslabón de una cadena que se inicia a partir de María.

Por otro lado, teníamos en esos tiempos una competencia «cabeza a cabeza» a otra «madre», en los barrios de Balvanera, Abasto, La Paternal, Villa Crespo, compartiendo conventillos con la madre italiana y española a la «Madre Judía». No es casual que los judíos habitaron los barrios tangueros por excelencia. Los judíos llegados de Polonia, Rusia y Rumanía, aportaron condimentos importantes al tango, y obviamente la veneración, respeto y admiración de la Idishe mame. No es extraño que Freud, fundador del psicoanálisis, así como tantos otros psiquiatras fuesen judíos. Tampoco, que sean decenas de miles los judíos que acuden a terapia en el mundo entero. Las Idishe mames los han criado con exceso de preocupación y amor, pero, al mismo tiempo, con sobredosis de culpa y poco instinto de sobrevivencia. Pareciera que la fusión de culturas entre madres con figuras tan fuertes en las familias en esos conventillos, han creado esta figura tanguera tan fuerte.

Ya lo vemos claramente en la letra del vals Pobre mi madre querida:

Pobre mi madre querida, ¡qué de disgustos le daba!
¡Cuántas veces, escondida, llorando lo más sentida,
en un rincón la encontraba!
Que yo mismo al contemplarla, el llanto no reprimía.

Luego venía a conformarla, en un beso al abrazarla,
cuando el perdón le pedía.
¿Por qué con ella tenemos un corazón tan ingrato?
Qué poco caso le hacemos, siendo que el ser le debemos.
¿Para qué darle un mal rato?

Si es la madre en este mundo la única que nos perdona; con sentimiento profundo, con amor y no abandona.

¿Madre y novia a la vez? Un poco raro, pero bastante normal en las letras de los tangos. Como dice el tango Cómo se hace un tango*, el escritor le explica a su madre como se hace un tango además de declararle que ella no es solo su madre, sino también su novia:

¿Así que usted quiere, vieja, que empiece a contarle yo,
cómo se hace un tango, no? Le haré el gusto, si me deja.
Vaya parando la oreja, que va a hablar el que la adora
hoy, mañana, a toda hora. Porque pa’ mí, donde cuadre,
usted no es solo mi madre, sino mi novia, señora.

También pasa lo mismo en el vals interpretado tan hermosamente por Ángel Vargas, Yo tengo una novia. Está muy claro en estas letras, qué cosas eran muy importantes en ese momento, ella no va a engañarme, ella es muy sincera, ella no miente: ¿quién puede ser? «Solo mi madre»:

Yo tengo una novia, eterna y sincera.
¡Si son de sus labios, no hay besos más grandes!
Si tardo en la cita, sonriente me espera.
Besando mi frente porque llegué tarde.

Yo tengo una novia, no hay otra más buena,
más noble y más pura.
¡Jamás va a engañarme!
Por ella gustoso, daría mi vida
porque ella no miente,
porque ella es mi madre.

También son muchos los tangos que con sutilidad y aparente inofensividad, le dicen a su novia:

Te quiero como a mi madre, pero me sobra bravura
pa'hacerte saltar pa'arriba, cuando me entrés a fallar.

Ah...las mujeres. Todos los estereotipos aparecen en los tangos. Así, de golpe, me vienen a la cabeza la madre buena de Adiós muchachos, o aquella señora que perdió a cinco hijos en el frente francés en la Primera Guerra Mundial: «eran cinco hermanos, ella era una santa... eran cinco besos que cada mañana».

Así son la mayoría de las madres, o por lo menos así se veían a las mujeres madres en ese momento tan particular de la historia. También las Manos adoradas, vals cantado por Alberto Morán, donde claramente habla que no existe un lugar mejor para estar que bajo las manos de su madre, esas manos de madre trabajadora, no tiene uñas pintadas ni tienen altivez, comparándolas con el otro universo de mujeres:

Las manos que yo quiero, las manos que venero,
no son color de rosa ni tienen palidez.
Sus dedos no parecen diez gemas nacaradas,
tampoco están pintadas ni tienen altivez.
Son manos arrugadas, tal vez la más humildes
y están cual hojas secas de tanto trabajar.
Son estas manos santas las manos de mi madre,
aquellas que me dieron con todo amor el pan.

Las manos que yo quiero, las manos de mi madre,
ligeras como aves volando siempre van.
Las manos de mi madre por ágiles dichosas,
si no hacen siempre algo tranquilas nunca están.
Por rústicas y viejas, ¡qué bellas son sus manos!
Lavando tanta ropa, cortando tanto pan.
Corriendo por la casa, la mesa acariciando,
buscando en el descanso la aguja y el dedal.

En aquellos tiempos además de esta mujer-madre, la cual era santa, pura y asexuada, existía la mujer-novia y la mujer-milonguera. De esta forma, la novia y la milonguera serían opuestos complementarios, representando el bien y el mal, el espíritu y la carne, el control y la tentación, la familia y el cabaret. La figura de la milonguera, por ejemplo, tiene una sexualidad, mientras que la novia tiene, parecida a la madre, pureza y es de corazón ingenuo. La milonguera no sería otra que la «muchacha del barrio» que realiza un viaje del barrio al centro, seducida por «las luces de la ciudad», por la ocasión de mejorar su estatus, de mejorar su vida material y social. Su finalidad era trabajar como bailarina o camarera en un establecimiento nocturno como el cabaret, llegando a veces a ejercer la propia prostitución.

La madre era el paradigma de toda virtud era la mujer que es ensalzada en forma casi obsesiva en el tango. La madre concita en el tango unánime piedad, amor ternura. Es siempre santa, abnegada, comprensiva, apoyo a las declinaciones, lo único en que confiar, el amor sincero y puro al que se vuelve al fin de cualquier desventura.

En el tango Una carta interpretado por Fiorentino con Troilo, queda bien en claro la posición de la «vieja» y la «perra». En el vocabulario porteño se le dice cariñosamente a la madre «vieja». La vieja (cariñosamente a la madre incondicional) y la exmujer, a la cual llama «perra». Desde la cárcel, él dice que se va a vengar cuando salga, por la vida que ella lleva:

Vieja, una duda cruel me aqueja
y es más fuerte que esta reja
que me sirve de prisión.
No es que me amargue
la tristeza de mi encierro
y el estar igual que un perro
arrumbao en un rincón, quiero,
que me diga con franqueza si es verdad que de mi pieza
se hizo dueño otro varón.

Diga, madre, si es cierto que la infame
abusando que estoy preso me ha engañao...
Y si es cierto que al pebete lo han dejao
en la casa de los pibes sin hogar...
Si así fuera... ¡Malhaya con la perra!
Algún día he de salir y entonces, vieja, se lo juro por la cruz que hice en la reja
que esa deuda con mi daga he de cobrar.

Es muy interesante y a la vez divertido, lo que dice la letra del tango Victoria, el autor dice que su mujer se fue con otro, y que lo liberó de la opresión, ahora sí, va a volver a vivir con su madre, como retornando al paraíso!

¡Victoria! ¡Saraca, Victoria!
Pianté de la noria: ¡Se fue mi mujer!
Si me parece mentira, después de seis años
volver a vivir...
Volver a ver mis amigos, vivir con mama otra vez.
¡Victoria!

¡Cantemos victoria! Yo estoy en la gloria:
¡Se fue mi mujer!

Pracánico y Servetto, seguramente con Madre expresan frases muy fuertes y sentidas hacia las madres, las cuales dan clara sensación de lo que vivían los hombres en ese tiempo, desencanto y dolor por una mujer pero amor eterno de la madre:

Madre... Las tristezas me abatían
y lloraba sin tu amor,
cuando en la noche me hundía
de mi profundo dolor. Madre...
No hay cariño más sublime
ni más santo para mí…
Los desencantos redimen
y a los recuerdos del alma volví..

Madre hay una sola
y aunque un día la olvidé,
me enseñó al final la vida
que a ese amor hay que volver.

Aun así, el que pretende redimir a la mina que cree buena identificándola con la madre es Discépolo (1928) en Soy un Arlequín. Dice:

Me clavó en la cruz
tu folletín de Magdalena,
porque soñé que era Jesús
y te salvaba. Me engañó tu voz,
tu llorar de arrepentida sin perdón.
Eras mujer, pensé en mi madre
y me clavé…