Para finalizar la entrevista, le pregunté al Dr. Octavio si creía que la existencia de los agujeros de gusano y el viaje interestelar por medio de ellos era posible. Qué feliz respuesta recibí, porque me comentó que aunque por el momento es algo que solo funciona como teoría, hay que seguir con la búsqueda y tener la mente abierta, ya que por el momento las limitantes tecnológicas no nos permitían hacerlo realidad, no desechaba la idea de que fuera posible en algún momento en el futuro, así como tampoco se me escapó un brillo inquieto en los ojos que me indicaba que él también creía en ello.

Aunque para llegar al instituto de astronomía lo hice en camión y luego caminando, no pude dejar de pensar en todo lo que ya me había dicho, así como tampoco en la posibilidad de un viaje en el tiempo.

Tantas cosas que ver, personas a las cuales conocer, las posibilidades eran infinitas y el tiempo de vida dejaría de ser un factor importante. Tan profundamente iba pensando en ello mientras caminaba que no me di cuenta que mis pies me habían llevado automáticamente a los torniquetes del metro Universidad; introduje mi boleto en la máquina y bajé el andén para tomar el metro que me llevaría de regreso a casa.

No dejaba de reflexionar, pensar y cuestionarme acerca de lo que recién me había compartido el Dr. Octavio, tan ensimismado iba en mis pensamientos que choqué con alguien, no supe quien era y tras disculparme rápidamente entré al vagón y tomé asiento. Parecía que estaba mareado, se tambaleaba un poco y no dejaba de murmurar para sí; no importa quien era, total, lo más probable es que nunca me vuelva a encontrar con él.

El metro se acercaba a la entrada del túnel y, una vez dentro, todo se volvió obscuridad. El convoy paró su marcha y quedamos en una penumbra total.

Así se mantuvo incluso cuando reanudamos la marcha, aunque lo que primeramente llamó mi atención fue que podía ver luz al final de una absoluta obscuridad; que raro que no se sintiera el jalón del metro moviéndose de nuevo, que extraño que no se escucharan las llantas rechinar bajo el peso del tren y sus pasajeros en las vías de metal y más desconcertante aún, el hecho que podía ver con toda claridad la luz al final del túnel.

Tal vez morí y no me dí cuenta, fue lo primero que pensé; que extraña es la muerte entonces, porque podía escuchar a gente hablar a mi alrededor. No era español, no entendía lo que decían y, aún así, poco a poco mi oído se acostumbraba a ese ininteligible sonido.

Mientras más nos acercábamos a la luz y mis ojos se acostumbraban a la penumbra, pude ver que efectivamente ya no estaba sentado en la silla de plástico verde, tan característica del metro. Todo lo contrario, iba sentado en una especie de carruaje mientras el chófer, si de esa forma puedo llamarlo, manejaba las riendas de los burros que jalaban la carreta o coche en el que iba. Después, la luz me cegó.

Lo primero que recuerdo después de haber sido cegado fue el calor insoportable que hacía; una vez recuperado de la ola de calor que había seguido a la fresca obscuridad del túnel y que mis ojos se acostumbraron a la luz del día, no podía creer el lugar en el que me encontraba y menos aún en el tiempo que a primera vista se podía apreciar.

Mi deseo más profundo se había convertido en realidad, aunque pareciera imposible, pero me acercaba cada vez más a los templos de Khajuraho. Y no solo eso, iba en una carroza bastante adornada, casi como si fuera de la realeza. Y la mejor parte no llega aún; los templos se veían relativamente nuevos, además que la vestimenta de la gente y los alrededores me invitaban a pensar que no había hecho un viaje físico solamente, sino también un viaje al pasado.

No sabía por qué, pero el trato que recibía de todos era especial, y por lo que me pude dar cuenta al paso del tiempo, es que me trataban como si fuera un dignatario extranjero que venía a conocer los templos, como invitación personal del Maharaja Rao Vidyadhara.

Que feliz sería el Dr. Octavio si supiera que he cruzado por un agujero de gusano; el espacio-tiempo ha sido doblado de forma natural y aunque para mi fueron unos segundos, en realidad no se cuanto tiempo haya pasado, ya que me viajado de un punto a otro del espacio, si, pero me encuentro en el pasado; todo sucedió tal y como el Dr. Octavio me explicó que pasaría.

Que hermosos son los templos de Khajuraho; la forma en como le dieron forma a los bloques de granito y arenisca, pero sobre todo el tema que manejan las esculturas que adornan sus paredes. Por el momento, y gracias al tour que mi “guía de turistas” me ha dado, he logrado percibir cinco tipos diferentes de esculturas.

Por una parte están los detalles florales y patrones geométricos que están en techos, molduras y en las decoraciones de las columnas; otras representan la vida en la corte, bailes y otras actividades cotidianas; Los animales, o mejor dicho las esculturas con forma animal, están colocadas en las molduras exteriores o inferiores de los templos, un cambio que se agradece ya que la mayoría de las esculturas son de humanos.

Tampoco podían faltar los Dioses, el panteón indio es muy amplio y diverso como para pasarlos por alto y, claro, ocupando el lugar de honor al fondo de los templos o en nichos especiales y estratégicamente colocados para su adoración.

Y por último mis favoritos, las esculturas femeninas y de parejas teniendo un encuentro sexual por toda la eternidad. Qué deliciosamente erótico es eso; delicioso en efecto, pero un poco cansado. Aunque a decir verdad, es como ver el Kamasutra en tercera dimensión, lo cual he de admitir que me gusta.

Algo que no entendía en un principio era como mi “guía” trataba de hacerme entender los nombres de los templos, ya que pensé que me intentaba pronunciar mi nombre completo, cuando siempre se refirió a mi como Rājadūta, que luego comprendí que significa “Embajador” en hindi.

Mi “guía” me dio a entender que la disposición de los templos se dividía en tres secciones. No sé a que obedecía la disposición de los mismos y he de admitir también que no comprendí cuando me lo dijo, si lo hizo en alguna ocasión; pero lo que me pude dar cuenta era que estaban ubicados de la siguiente manera.

Al oeste se encuentran los templos de Lakshmana dedicado al dios Vishnú, Varaha, que tiene una estatua del dios Varaha, encarnación del dios Vishnu en forma de jabalí; Matangesvara, dedicado al dios Shivá; Visvanatha, Nandi, que en el interior tiene una estatua de Nandi, el toro que sirve de montura al dios Shiva; Kandariya Mahadev es el más espectacular de todos los templos de Khajuraho, además de ser el de mayor tamaño, igualmente dedicado a Shiva y con una decoración de 872 estatuas diferentes; Devi Jagadambi, de menor tamaño y dedicado a Kali; Chitragupta, con una estatua en su interior de Surya, el dios del sol, montado en su carro tirado por siete caballos.

Al este, donde hay seis templos por los cuales mi guía no quiso detenerse mucho, y por último, un kilómetro al sur de los templos del este, donde hay dos templos pequeños, el templo Duladeo, decorado con esculturas eróticas, y el templo Chaturbhuja que contiene una estatua de Vishnu de tres metros de altura, los cuales sin lugar a dudas fueron mis favoritos. De hecho, saqué una foto del templo Duladeo.

Luego del paseo, mi guía Sēvaka (sirviente) me llevó de regreso al carruaje para regresar a palacio y celebrar una audiencia con el Maharaja; así que me propuse disfrutar del mismo trato real con el que me habían recibido mientras durara y Sēvaka condujo el carruaje de regreso por el mismo túnel por el cuál habíamos entrado.

Así como pasó en el metro de universidad, cuando el convoy se adentró en la obscuridad del túnel, así hizo también la carreta en la que iba, pero esta vez, a causa del cansancio, decidí cerrar los ojos y disfrutar de la agradable frescura mientras me llevaban con el Maharaja.

De repente y sin previo aviso, el sonido de una sirena me despertó…