Algunos partidos políticos tradicionales han renunciado a su autonomía respecto a los medios de comunicación, y abandonaron su otrora capacidad de generar pensamiento propio y liderar la toma de decisiones. Esas funciones se han traslado a los mandos gerenciales y superiores de algunas empresas periodísticas, lo que constituye un hecho negativo para la convivencia democrática y liberal porque tales instancias no son políticas en sentido estricto y no tienen capacidades de gestión estatal y gubernamental, a lo que debe sumarse que las narrativas de los medios, traducidas en titulares, lenguajes y estilos de redacción, se originan en sus particulares intereses y preferencias electorales, y no en una interpretación sistémica e integral de los momentos históricos, algo, esto último, que deben poder hacer los partidos políticos. Semejante circunstancia es una de las causas que explican el fracaso electoral de algunas agrupaciones políticas históricas en la región latinoamericana, razón por la cual los partidos políticos tradicionales deben recuperar su autonomía intelectual, política y de comunicación, al mismo tiempo que innovan en sus planteamientos programáticos, en el lenguaje comunicacional que utilizan y en las alianzas sociales y políticas que generan. Un ejemplo paradigmático de lo que estoy afirmando se tiene en Costa Rica, donde los partidos del tripartidismo (Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana y Acción Ciudadana), y sus acompañantes de ocasión (Frente Amplio, evangelismo y catolicismo políticos) corren el riesgo de experimentar nuevas derrotas electorales si ahora no son capaces de crítica, autocrítica y reinvención intelectual y política con autonomía respecto a las narrativas mediáticas. Con lo dicho no afirmo que los medios de comunicación deban carecer de perspectivas políticas y electorales, lo que sostengo es que esas perspectivas (cuando existan) conviene gestionarlas con madurez profesional, buen nivel intelectual y sentido de la pluralidad social, y no transformando a las empresas de medios en aparatos de propaganda.

Vacíos e insuficiencias sociales y éticas en la estrategia de desarrollo «hacia afuera»

Pero las derrotas electorales de las fuerzas políticas tradicionales, y el giro a la izquierda experimentado en el continente, o el ascenso de alternativas liberal/conservadoras, también se explica por causas relacionadas a las condiciones materiales de vida de un número significativo de latinoamericanos. Si bien la estrategia de apertura comercial y desmonopolización del sector público produjo consecuencias positivas en materia de diversificación de mercados de exportación, fortalecimiento de los sectores productivos y financieros, es claro que tal estrategia de desarrollo «hacia afuera» no ha sido suficiente para potenciar esos méritos, y adolece de graves vacíos e insuficiencias en eficiencia y excelencia de los Estados y gobiernos, en materia redistributiva, disminución de la desigualdad, universalidad y calidad de los servicios salud, calidad de la educación y seguridad ciudadana; a lo que es imperativo agregar las disfuncionalidades éticas que conducen a la formación de sectores político-ideológicos y empresariales parasitarios respecto al Estado y al gobierno.

La combinación de estas variables, unidas a los méritos propios, ha hecho posible la expansión de movimientos políticos, comúnmente denominados de izquierda (pero también de otro tipo de tendencias) que asumen el ejercicio del poder a través de procesos electorales.

La difícil y compleja reinvención de los grupos políticos tradicionales y hegemónicos

Es claro, en el contexto indicado, que los movimientos políticos tradicionales latinoamericanos, otrora hegemónicos, pero en los tiempos que corren disminuidos y electoralmente derrotados, enfrentan un desafío mayúsculo que expreso en tres exigencias: primera, realizar la crítica y autocrítica respecto a la estrategia de desarrollo de apertura comercial y desmonopolización del sector público, innovarla, corregirla y potenciar sus méritos, en las condiciones de la sociedad 4.0 y la cuarta revolución industrial; segunda, recuperar la autonomía intelectual, política y de gestión estatal respecto a la influencia de los medios de comunicación; tercera, diseñar y ejecutar políticas públicas y privadas que conduzcan a crear Estados y gobiernos eficientes, erradicar la pobreza extrema, disminuir la pobreza, reducir la desigualdad social, y fortalecer y expandir a las clases sociales medias, y reforzar la red de empresas y emprendimientos.

Si los movimientos políticos tradicionalmente hegemónicos no logran articular innovaciones sustanciales y exitosas en los tres aspectos mencionados, su presente y su futuro se convertirán en una irreversible agonía. Están requiriendo una dosis muy alta de humildad y sabiduría para realizar la autocrítica que requieren como base de su proceso de reinvención.

Dicho lo anterior me concentro en el fenómeno de desplazamiento a la «izquierda» del electorado latinoamericano, centrándome en dos temas: el planteamiento original inspirador del pensamiento y la acción de «izquierda», y la tipología de las «izquierdas» derivada de las diferentes posiciones respecto a ese planteamiento original. Veamos.

La fórmula general del capital

El capital, pensaba Marx, es una relación social de producción cuyo núcleo es la creación de valor incrementado y de riqueza social. La fórmula general del capital, en términos de la economía clásica, es D-M-D^ (dinero-mercancía-dinero), pero el dinero obtenido al final del proceso de creación de riqueza (D) es mayor que el inicial ¿Dónde se origina este incremento? Esto ocurre —escribía el profeta de Tréveris— en el proceso de producción, y proviene de una mercancía que genera un valor económico mayor al requerido para su subsistencia ¿Qué mercancía es esta? La fuerza de trabajo de los obreros fabriles y de los campesinos proletarizados. Es esta fuerza la fuente de la riqueza que se apropia el propietario de los medios de producción, lo que constituye un robo, porque el crecimiento del valor se origina en la fuerza del trabajo y no en el dueño de la propiedad. La conclusión a la que llega tal razonamiento es diáfana: Quienes se roban el incremento del valor deben ser expropiados. Este es el planteamiento raíz de las teorías de la lucha de clases, la explotación social y la expropiación de los expropiadores, que la mayoría de las izquierdas latinoamericanos del siglo XX incorporaron en sus idearios, sea las que formaban parte del movimiento comunista internacional o aquellos segmentos, situados a la izquierda de los partidos comunistas, que abrazaron tesis más radicales en cuanto a la acción política (enfoque insurreccional, guerrillero, de violencia social creciente).

Es importante recordar que entre 1881 y 1920, estudiosos de muy distintos pensamientos (democristianos, socialistas revisionistas, socialdemócratas y liberales), coincidieron en señalar los vacíos y errores contenidos en el planteamiento reseñado. Baste recordar a los socialistas Bauer, Kausky, Hilferding, Bernstein, los liberales Mises, Böhm-Bawerk, Hayek y los democristianos Ketteler y Pesch. En lo fundamental algunas de las críticas básicas eran las siguientes:

  • Primera: Si bien la fuerza de trabajo origina la riqueza, es unilateral y arbitrario sostener que solo la del proletariado cumple esa función. Profesionales liberales, empresarios, emprendedores, intelectuales, empleados públicos, pequeños y medianos propietarios, también contribuyen en la creación de valor y riqueza social. La riqueza económica posee un carácter social porque es el resultado de la interacción de distintos segmentos de población. La riqueza es de carácter multiclasista y multisocial.

  • Segunda: Debe hablarse, por lo tanto, de cocreación multiclasista de valor y riqueza, y determinar el proceso de su incremento como resultado combinado de la producción, la distribución, el consumo y las interacciones con el orden jurídico-político y sociocultural. Es equivocado asociar la creación de riqueza solo a un segmento de la población, y luego decir que ese segmento es víctima de robo, como también es equivocado sostener que la misma se origina solo en el proceso de producción, y no en la unidad de la producción, la distribución y el consumo.

  • Tercera: La fuerza de trabajo no es una mercancía, sino una cualidad de la persona en cuando interactúa socialmente. El concepto cardinal no es fuerza de trabajo, sino centralidad de la persona.

Estas críticas, que hacia finales del siglo XIX y principios del XX, poseían una expresión teórica, demostraron su validez práctica en la evolución política y social del siglo XX. Hacia finales de los años ochenta, y en la década de los noventa, se hizo por completo evidente que el planteamiento original de Marx era equivocado, y que sus críticos liberales, revisionistas, reformistas, democristianos y socialdemócratas tenían razón. No obstante, cuando el resultado indicado se produjo, los movimientos políticos inspirados en Marx se habían consolidado y tomado el poder estatal en la Unión Soviética, Europa del Este y otros países, lo que generó un fenómeno de invisibilización ideológica y política de aquellas críticas, y fue sobre la base de esa invisibilización que se articuló la acción política de las izquierdas latinoamericanas desde principios del siglo XX hasta 1990. Luego de haberse constatado el carácter equívoco del planteamiento original de Marx; las izquierdas en América Latina, unas más dogmáticas que otras, no han sido capaces de corregir a su teórico principal, y se han limitado a repetirlo sin descanso. Han realizado, es cierto, intentos de ampliar y modificar lo pensado por Marx, pero en todos los casos, después de tímidos destellos de originalidad, las izquierdas han recaído en la simple repetición del pasado o, en su defecto, lo han abandonado.

¿Socialismo?

En tales condiciones de orfandad intelectual resulta comprensible que las izquierdas carezcan de una cobertura teórica precisa, y se decanten por estrategias de desarrollo capitalistas. Algunos, conscientes de esta situación, sostienen que lo que ellos llaman socialismo es en realidad la mejor opción ética que haya sido concebida, pero de este modo no dicen nada, porque dejan en la más completa oscuridad la traducción técnica de esa pretendida ética superior, olvidando, de paso, que la ética, en sentido primario, no es un discurso teórico, sino un componente inherente de la práctica. Así las cosas, el vocablo socialismo sufre las peores debilidades que puede padecer un concepto, a saber: no es claro en sus contenidos y no existe un referente empírico, experimental, respecto al cual se defina. El socialismo, entonces, semeja un fantasma en lucha constante por entrar en el mundo de los vivos y gozar sus placeres, pero sin conseguirlo nunca. Atrapadas en este laberinto, las izquierdas oscilan entre una utopía peculiar (el socialismo) y la imposibilidad de concretarla. En los sesenta y setenta al menos tenían una idea clara de lo que pretendían decir cuando utilizaban ese término, pero ahora la confusión es mayúscula, simplemente no saben a qué se refieren y, lo peor, no pueden saberlo, porque la mejor explicación del socialismo (Marx) saltó por los aires en millones de fragmentos y nadie, ni persona ni grupo, ha sido capaz de rearticularla o formular otra.

Tipología de la «izquierda»

Es en el seno de esta tremenda crisis de identidad, donde las izquierdas latinoamericanas se han configurado en dos tendencias básicas, una mesiánica y dogmática, de raíz estalinista, dogmática y trotskista, origen de Estados y gobiernos dictatoriales, fiel imitadora del pasado y amante de un lenguaje que propicia el odio; y otra versátil, democrática y liberal, muchísimo más pragmática, realista y orientada al futuro, que propicia la renovación de las tradiciones democrático-liberales. En ambos casos se utiliza el término «socialismo», pero en la práctica promueven el capitalismo, sea dictatorial (izquierda mesiánica) o democrático/liberal (nueva izquierda). En definitiva, las izquierdas latinoamericanas no están en condiciones de plantear un tipo de sociedad poscapitalista porque fallaron en el diagnóstico del capitalismo e interpretaron mal sus transformaciones, al tiempo que el socialismo, que dicen buscar, se ha revelado como un simple concepto sin referente empírico o como el disfraz emocional de algún tipo de dictadura. Lo anterior conduce a tres conclusiones: primera, las izquierdas constituyen fuerzas de relevo que el capitalismo genera para su propia autorreproducción; segunda, todos los sectores políticos de la región trabajan a favor del mismo sistema: el capitalismo; tercera, el calificativo ideológico que se cuelga en las espaldas de las personas o movimientos es lo que menos importa o, mejor, no importa para nada. Lo decisivo, la disyuntiva real, es qué tipo de capitalismo se propone, dictatorial o democrático, promotor de los derechos humanos o policial y represivo, que propicie las libertades de la ciudadanía o el control centralista de los políticos; lo demás es adorno y, a menudo, macabro entretenimiento.