A propósito de los giros copernicanos que los Talibanes han tenido desde cuando pugnaban por lograr el poder en Afganistán y ahora en que ya lo han conquistado, me permito -con vuestra excusa- recordar unas experiencias de los tiempos de los Dinosaurios (años 50 del pasado siglo).

La vivencia que recordaré fue en Temuco, ciudad ubicada a 676 kilómetros al Sur de Santiago de Chile. En los años que se evocan era un modesto lugar pueblerino, en que los días transcurrían pausadamente, con unos 40 o 45 mil habitantes. Tenía sólo un barrio residencial más bien sencillo; sus edificios más altos eran muy pocos y de cuatro pisos, su comercio lo constituían pequeñas tiendas y almacenes; prácticamente no había restaurantes ni cafés, y la gente no tenía la costumbre de salir a compartir un café, a almorzar o a cenar fuera de casa.

Actualmente es la capital de la Región de «La Araucanía» que es la Novena Región, de las 16 regiones de Chile que componen las divisiones territoriales superiores de ese país, ha llegado a ser una pujante y dinámica urbe con una población de 411 mil habitantes, lo que la constituye en el área metropolitana más poblada del país, después de Santiago.

Hoy cuenta con varios y hermosos barrios residenciales; han surgido muchos edificios de altura de veinte y más pisos; tiene un moderno mall y numerosas y elegantes tiendas; dispone de una amplia oferta de buenos restaurantes y cafés que son muy frecuentados por los temuquenses del presente.

En el Temuco del pasado los chilenos de ascendencia hispánica o mestiza y los chilenos de ancestro Mapuche o Araucano convivían en completa tranquilidad, así como también sucedía con los conciudadanos de una amplia y diversa procedencia étnica: alemanes, árabes, belgas, españoles, franceses, griegos, ingleses, italianos, japoneses, judíos, portugueses, rusos, y suizos

Para la muchachada de la época, en este pueblo algo grisáceo, y monótono, un buen panorama de domingo era -después de cumplir la obligación de ir a «Misa de Nueve» en los Colegios- comprar cucuruchos de helados en la «Pastelería Central», dar vueltas en las dos cuadras del pueblo en que se concentraba el deambular para «ver y ser visto» por las beldades locales; y, luego, cuando eran las 11 de la mañana, ir a la «Matinal».

Las Matinales eran funciones de Cine cuya programación consistía sólo en «Monitos Animados» o «cartoons» (Donald, Daisy, Mickey, Porky, Petunia, Bug Bunny, etc.), Noticiarios (UFA, Martini, EMELCO) y sinopsis de lo que se podría ver en la tarde en la «Matinée» (Tarzán de los Monos, Flash Gordon, Abot y Costelo).

Pues bien, en uno de los «cartoons» la acción transcurría en las granjas de Kentucky que tenían extensos bien protegidos gallineros donde las Gallinas vivían bastante seguras.

La trama consistía en que los Zorros estaban irritadísimos porque soñaban, sin esperanzas, poder saborear alguna sabrosa y suculenta gallina. Otro tanto les ocurría a los Gavilanes ansiosos de comerse a tiernos polluelos.

En algún momento Zorros y Gavilanes entraron en conciliábulos y contubernios. Los Zorros confeccionaron cientos de estrellas de papel plateado que podían brillar a la luz de la Luna. Se las entregaron a los gavilanes.

Una noche de Luna, las gallinas dormían cuando fueron despertadas por la alarma que daban los Zorros:

  • ¡¡¡El Cielo se cae!!!

  • ¡¡¡Arranquen lejos!!!

Desde el «Cielo» comenzaron a caer estrellas.

La mayoría de los crédulos y paletos habitantes del Gallinero empezaron a huir despavoridos.

Los más sensatos quisieron advertir que lo que decían los Zorros era imposible, pero la marea aterrada los arrasó y en su espanto derrumbaron las rejas de los Gallineros y escaparon a campo traviesa.

Zorros y Gavilanes lograron cumplir sus sueños.

El cartoon se iniciaba con una advertencia habitual en los films en aquellos años: «Lo que se narra en este film es sólo ficción. Cualquier semejanza con la realidad es simple coincidencia».

Terminaba con el clásico: «That’s all My Folks».