Tu palabra es una lámpara a mis pies, es una luz en mi sendero

(Salmo 119)

Muchas veces nos hacemos preguntas y no encontramos las respuestas, pero aun así, continuamos nuestra búsqueda. Somos seres espirituales, y el materialismo no da respuesta a las inquietudes más profundas que sentimos en el fondo de nuestras almas.

A través de estos poemas he querido descubrir y poner de manifiesto, que existe un corazón con vida anímica, que late a nuestro compás e intenta comprender el porqué de nuestra existencia. Con estos poemas he intentado insuflar un torrente de sangre nueva y liberadora para arrasar la melancolía y la tristeza, los miedos e inseguridades que se van depositando en el alma.

La lectura de estas líneas nos llevará a sentir que existe una fuerza en nuestro interior, que se hace luz de esperanza. Esta fuerza es un soplo alentador dirigido a nuestro corazón para que nunca deje de latir impulsado por la fuerza del Amor.

I

Hace tiempo que quiero hablar contigo
pero no encuentro el momento, ni el lugar.
Por eso, hoy he querido llevar la oración a mi vida,
que mi vida entera sea una plegaria.

Quiero hablarte con palabras sencillas,
con la simplicidad y la confianza
con que hablan los niños.
Sé que así, me prestarás atención.
Porque a ti te gusta habitar en los corazones
de los que son como niños
porque en ellos tu imagen aún sigue intacta.

No quiero que mis días sean un ocaso de silencio.
Quiero compartir contigo
mis preocupaciones, mis luchas y mis anhelos.

Quiero que Tú estés presente en mis proyectos,
que tu voz siempre resuene en mi interior
para que nunca cese nuestro diálogo.

Es preciso que yo vuelva a ti, Dios mío,
que sepa escuchar tu susurrante voz
apagada por el bullicio de la calle.
Que tus palabras se derramen en mí
haciendo florecer la esperanza.

II

¿Sabes Señor?
Tengo necesidad de tu palabra,
estoy harta de tanta palabra hueca,
de tanta palabra falsa,
de tanta palabra cobarde.
Quiero escuchar tu voz.
Sólo Tú tienes palabras de vida eterna.

Escucho voces como latidos jadeantes
que anuncian primaverales espejismos
que nunca sacian mi sed,
en un ritual de eterno aplazamiento,
en un viaje que nunca tiene término.

Mientras cae esa lluvia
empapada de loca melancolía
que apaga los últimos rescoldos de pasión.
Todo se vuelve arcaico e insignificante,
y nada puede ser comparado
con el ronco grito anhelante del corazón.

Querida Hija.
¡Ven y sígueme!
Adéntrate en el camino del recogimiento
y en la soledad de tu cuarto yo te hablaré,
tú me escucharás,
y estaremos juntos en comunión.

III

Muerdo mis labios de impotencia.
Incapaz de ser luz salvífica para los otros,
intento ser un faro potente
y apenas soy una pequeña cerilla
que se apaga al menor soplo.

Quise agudizar el oído para escuchar
los lamentos que, como torrentes impetuosos,
se precipitaban desde el borde de las comisuras.

Quise alcanzar la onda sonora
que se expandía como un alarido
en medio de la respiración.

Quise llegar allí,
donde no pueden arribar los intérpretes
para esclarecer la sombra del enigma.
Consolar con mis palabras estremecidas,
pero mi lengua estaba adherida al paladar.

Alumbrar con el destello de mis ojos,
pero mis párpados estaban pegados.
¡Al final todo fue inútil!
Quedé prisionera de esas redes invisibles
que me impidieron poder avanzar,
y hui despavorida,
anhelando un soplo de eucaliptus
con el que poder purificar mi aliento.

No te sientas impotente, pequeña mía:
Yo, tu Dios, estaba junto a ti,
para llegar allí donde tú no llegabas.
Mi mano poderosa portaba una lámpara encendida
para iluminar el camino de los más perdidos.

IV

Mi cabeza degollada sangra,
por mi mente pasan ráfagas de confusión.
No encuentro la explicación de por qué la maldad
se ha enquistado en el corazón del hombre.

No acierto a comprender,
por qué hay bocas que siguen saboreando
el sabor del odio impregnado en su lengua.
No logro entender por qué existen
piras humeantes de muerte
donde sacrificar el amor.

No quiero seguir el rastro de la sangre que aletea
como una furtiva paloma alcanzada por un dardo.

Desearía hallar esas manos manchadas
para buscar la noche que hay en ellas,
quiero encontrar la marca indeleble
del mordisco cruel que en ellas dejó su huella.

Besar las cicatrices, derramar vino agrio.
Y curar para siempre las rojas heridas.

Hay que aceptar el mal,
no hay que salir huyendo.
El mal existe,
pero yo desde la Cruz
ya he vencido a la muerte.
No tengas miedo, estoy junto a ti
para ayudarte a sanar desde dentro.

V

La lengua de la tristeza
humedece mi corazón.
Me siento abrumada por la angustia,
al contemplar a quienes han perdido la esperanza.
No hay nada más terrible que vivir sin ella,
cuando la ilusión ya no existe.
Todo está perdido.

Y es ahora.
muchas lluvias y muchas vidas después,
ellos se sientan en un banco a contar recuerdos.
Pero sus cuerpos pétreos, ya están muy lejos...
Todavía llevan esa gabardina
que no deja pasar la lluvia cálida.

Las incesantes mareas lunares
les han llevado a un invierno sin retorno
en que las orquídeas están cuajadas de escarcha,
y los ruiseñores tienen el canto gélido.

Se sienten como náufragos
que se hunden
en el mar agitado de sus cavilaciones.
Una armoniosa música se va expandiendo
y asciende hacia la noche inmensa.

¡Pero ya todo está perdido!
Ya las columnas que sustentaban los sueños
han sido carcomidas por las sierpes del desencanto.
Las torres que se erigían desafiando al cielo,
han sido derrotadas por la niebla
en un cortejo nupcial que las elevó
más allá de la bruma voluptuosa,
para luego dejarlas caer derramadas
en piélagos de sangre.

No sufras, hija mía,
yo los he encontrado primero.
Ellos ocupan un lugar relevante en mi corazón,
mis manos amorosas los arropan cada noche.
Y aunque ellos no me vean,
yo duermo junto a su lecho.
Y aunque no lo sepan
tengo en el cielo un lugar
privilegiado para ellos.