Colibrí es un nombre poco común. Ella es una dulce niña de siete abriles que se ha ganado el afecto de los compañeros de escuela. Ángel compasivo que ama a los animales y es capaz de disfrutar la felicidad de otros, Colibrí tenía un talento: era capaz de entenderse con los animales.

Regia, la madre de Colibrí, ya se había perdonado un error de adolescente. Ella aún vestía uniforme escolar cuando sin control de natalidad o el uso de preservativos, terminó preñada. Regia es una madre atenta y se ha percatado que su hija tiene un don.

La abuela tiene el alias de Chocolate. Mujer madura, de piel trigueña y ojos saltones, con cuatro décadas a cuestas y la rutina que ha practicado toda su vida: trabajo arduo. Ella es más oscura que el resto, pero el sobrenombre de Chocolate no se debía al color de la piel, sino a una adicción a los chocolates que ya le había elevado el azúcar en la sangre. Sus primeros años trascurrieron correteando los campos, tostándose bajo el ardiente sol en Cieneguilla, mientras disfrutaba una relativa tranquilidad junto a sus hermanos. Ellos fueron muy unidos y compartieron todo tipo de juegos, hasta el día que salieron en búsqueda de trabajo y desaparecieron en la faz de la tierra. Había trascurrido una década desde su partida, el tiempo que sus padres yacían bajo tierra tras un trágico accidente. Extrañaba a sus tres hermanos y se preguntaba si seguirían juntos.

Aunque el aspecto físico de Chocolate no es tan halagador como antaño, nadie podía negar que en sus años juveniles lució una exótica apariencia. No es de extrañar que la enamorasen desde jovencita y pasara tanto tiempo sujeta a la cintura del motociclista más veloz de todo el valle de Cieneguilla. Aprovechando su fresca libertad, cayó seducida debajo de un Molle de pimientas rosadas y, a sus dieciséis abriles, tuvo la mala fortuna de fecundar al instante. El muchacho de la motocicleta provenía de una familia acomodada y, aunque parecía ser un hombre bueno, resultó escaso de carácter y sumiso a la voluntad de sus padres. Aceptó la premisa de que ella iba en busca del dinero. Chocolate tuvo que enfrentar como madre soltera el nacimiento de Regia y, mientras desaparecía, él encontraba alguien más acorde a su estatus social.

Colibrí tenía de mascota un gato arisco de escasos meses. Era un gato blanco, con excepción de manchas en la cara y cola, y extremidades que se vestían de negro dándole una extraña apariencia. A la hora de buscarle un nombre, le encantó el de Benito. Colibrí también sostenía a otras mascotas: un gallo que detestaba pelear, un canario al que Colibrí había sanado entablillando la pata y una lagartija que aprendió a bailar.

Su familia vivía en una enorme casa con árboles frutales y una piscina monumental. Chocolate, Regia y Colibrí vivían el privilegio de disfrutar las instalaciones solamente para ellas. Los patrones eran fabricantes de autopartes y solo los fines de semana llegaban para disfrutar la paz del valle. El gato no se dejaba agarrar y nadie se acercaba por temor; ella era la única capaz de acariciarlo. El gato no era malo, solo le gustaba intimidar a la gente.

Benito se acostumbró a la presencia de Colibrí y le gustaba dormir en sus brazos. Un día sucedió un hecho inesperado. En circunstancias en que Benito iba persiguiendo un pericote descontrolado, este cae a la piscina y, engañado por la maniobra, él cae al agua también. Colibrí, quien no se había percatado aún de la situación, sintió una punzada de angustia y un llamado de auxilio. Fue corriendo para descubrir a su gato flotando con la cabeza sumergida. Ella, que había recibido clases de natación, no dudo en arrojarse al agua para rescatar a Benito y cuando se dio cuenta que no respiraba, le dio respiración boca a boca para intentar reanimarlo. Cosa que sucedió segundos después. Luego sacó al pericote, pero ya era muy tarde. Cómo sabía lo que debía hacer es un misterio, pero funcionó y le salvo la vida. Parece que el gato quedó agradecido por toda la eternidad porque no se separó nunca más de ella y no dejaba que nadie se le acercara.

Hasta que de pronto sucedió otro hecho inesperado. Un domingo de fin de semana desapareció, hecho que causó extrañeza en casa. Colibrí entristeció y luego enfermó de tanto pensar qué había sucedido con su gato. Lo buscó por todos lados sin éxito. Ya les había comentado a sus compañeras de clase sobre la desaparición, y varios de ellos se ofrecieron a ayudar. Avisos con la foto de Benito aparecieron en el pueblo de Cieneguilla. Pasaron dos semanas y ya sentían que los esfuerzos eran en vano y que había sufrido un accidente. Colibrí era la única que no desistía en el afán por encontrarlo. El travieso se encontraba perdido en un gran taller de mecánica.

Mientras tanto, uno de los hermanos de Chocolate reapareció. Había estado viviendo en el extranjero. Regresaba enfermo y dijo no saber el paradero de los otros dos. Chocolate se encargó de sobre alimentarlo para que mejore su salud, cosa que sucedió para que el ingrato desapareciera otra vez.

Cuando llegó a los oídos del patrón la desaparición de Benito, este recordó una fugaz presencia de un gato en la fábrica. “Desde hace unas semanas existe la presencia fantasmal de un gato que aparece y desaparece”, comentan algunos trabajadores. “Traté de cogerlo y no se dejó agarrar”, dijo uno de los supervisores. “El gato me ha atacado”, dijo el guachimán. “Es un demonio”. Una vez, dos más dos fueron contabilizados. Se decidió que se trataba del gato desaparecido. Y fue entonces cuando llevaron a Colibrí en el auto para que, con el talento que ella tenía, lo fuera a recoger. Ese reencuentro fue espectacular. Ella llamó a Benito y él corrió a sus brazos. Parece que el gato se había escondido en el auto durante una visita a Cieneguilla y, una vez en la fábrica, escapó para merodear durante un buen tiempo a la vez que limpiaba el taller de roedores. El reencuentro fue emotivo y Benito aprendió a no hurgar más en ventanas abiertas.